Colorín, colorado, este cuento se ha acabado...
...en los trópicos
Maracuyá, la fruta de la pasión
Los ojos de Ella reflejan los mares del Sur, donde la sensación más imperceptible de erotismo puede volar libre, respirando los vientos alisios, que tallan la playa blanca cambiando las huellas de la arena y dándoles el esquema de sus cuerpos –un nudo de mecate de cabuya- que están palpitando entre los destellos verdes-quetzal del agua. Alrededor, las palmeras, una perspectiva tropical de su aliento.
En este momento de su amor, el pensamiento de los dos, como el rugido de una concha, les está murmurando su pasado. Las fechas de su correspondencia se han borrado de la mente, pero las palabras en sus cartas nunca se podrían olvidar:
Él le hablaba del amor que todavía estaba buscando, de una relación de confianza entre dos caracteres amasados por las experiencias duras de la vida; De un amor que pueda renacer con el tiempo.
Ella le respondía que en su país nunca había existido un hombre que hubiera atestiguado su género más con su corazón que con su cuerpo.
Los meses de su correspondencia pasaban tediosamente en los trópicos y gélidos en Europa, engrandeciendo su deseo de encontrarse.
El sueño de Ella de esperar el avión europeo, y la esperanza de él para llegar ya por fin al país moreno, se realizaron en un remolino de besos de color guaria morada, perfume varonil Quorum y volantes de encaje de aire y luz. El anuncio de la llegada del vuelo de Grecia con escala en Haití, se confundía con el estruendo pomposo del boeing 747.
Ella, un recuerdo de un amor indio y moro, de ojos que expresan silenciosamente todo lo que los Lorcas y los Nerudas llaman poesía.
Él, castaño, de ojos celestes, del mar Egeo, de donde descendía.
El rugido distante, que les trae todos esos recuerdos, cesa y su pensamiento vuelve a la playa de arena blanca que tallan los vientos alisios y donde ellos están haciendo el amor libres, después de todo lo que había acontecido desde hace algunos años. Granos brillantes de arena se pegan en sus rostros, arrastrados por su respiración agitada. Quedan por un instante abrazados, con la cabeza de Ella sobre el corazón de él. Y él, trata de calmar su sed rozando sus labios por las últimas gotas de maracuyá –la fruta de la pasión-, que habían corrido por el cuello de Ella.
Hablan de los días difíciles que habían vivido durante el tiempo de su correspondencia, lejos uno del otro, de sus esperanzas frustradas para una vida ya por fin feliz, de las intrigas bien conspiradas de una sociedad de violaciones éticas. Pero, al final, su memoria llega al día de su boda –quizás la boda más romántica, sin trajes de novia kitsch, sin invitados: el contrato de su matrimonio civil fue firmado por un abogado, en el bochorno húmedo, bajo la techumbre de zinc de una somnolienta oficina notarial, en el centro de una polvorienta ciudad Quesada, que en aquel momento estaba hundida en su siesta. No escuchaban el texto de los derechos y las obligaciones conyugales, porque los dos estaban susurrando una vieja canción latinoamericana:
“Hay un mundo imposible, / que nubla nuestras vidas; / hay un cielo de sombras, / que no nos deja luz. / Y a pesar de tus cosas, / y a pesar de las mías, / por sobre todo el mundo, / mi mundo serás tú. / Aunque todo se oponga, / tú estarás en mi vida; / tú estarás en la espuma, / que en el mar va jugando. / Estarás como estrella / en mi eterna sonrisa. / Y olvidándolo todo / seguiremos pecando.”
Fuera de la oficina estaba pasando –por casualidad- el bus provincial de las 15:30, último modelo de la tecnología americano-brasileña, con aire acondicionado y video, que los llevaría hasta la capital. No quisieron esperar a que el notario terminara la lectura de su texto. Porque no creían que cualquier ley estricta, ni la Iglesia vana pudieran sellar su vida posterior más que su propio amor.
Su bus estaba pasando –ya de noche- por las plantaciones de caña de azúcar de Centroamérica, y encontró en camino una fiesta –kimbamba- de los negros del Caribe. Se recostaron en el vidrio de la ventana y se dejaron mirar juntos los carbuncos –las candelillas-, como estrellas enredadas entre las redes de los árboles.
Cuando llegaron a San José, ya era muy tarde. En la terminal de los buses provinciales –bastante peligrosa de noche-, había un tumulto de víctimas a la deriva de una vida sin piedad. La electricidad de la casa que habían alquilado estaría desconectada. En una soda –una cantina de madera- compraron pollo frito, y buscaron candelas en un escaparate abarrotado de flores tropicales plásticas -ofrendas para los santos- y plumas brillantes, muñecas de magia –blanca para la curación y negra para la muerte, roja para el amor y verde/amarilla para la cosecha del maíz divino-, talismanes de caracoles y otras curiosidades desconocidas que eran como anticuados artículos de una peluquería tercermundista (para algunos deseadas mientras que para otros eran exorcizadas), que reciben la sangre de los sacrificios que alimentan a dioses demoniacos y soles, o que son purificados en rituales de purgación, como ordenan los Códices. Comieron a mano el pollo, sentados en el suelo de la casa vacía e hicieron el amor, temerosos por su porvenir. Estaban preocupados por si lo que ellos llamaban amor, se aprobara finalmente un simple entusiasmo.
(Por las anticuadas cortinas remendadas pero limpias, penetraban las notas de un mariachi en la cantina de mala fama –una cuadra más abajo-, seguramente hecha de madera y pintada de verde; las notas penetraban junto a los insultos en el dialecto limonense de un negro. Estaban tocando Las Mañanitas. Alguien tenía cumpleaños. Sobre un aspa del ventilador lento del techo, una araña estaba temblando a su ritmo monótono.)
En ese momento, su pensamiento les lleva de nuevo a la playa blanca de los vientos alisios y de la vegetación tropical. Sacian la sed de su libido en un remolino de toques sensuales y graznidos de albatros tropicales, teniendo esta vez su pensamiento en sí mismos, en su presente, en su relación que ha sobrevivido a pesar de todas sus diferencias.
Quedan abrazados, inmóviles, como esos troncos secos y emblanquecidos por la sal del mar, que encontramos caminando por las playas tropicales del Pacífico.
Ahora ya, están los dos seguros de que su amor existirá en algún lugar por toda su vida. Están susurrando de nuevo aquella vieja canción latinoamericana:
“Y a pesar de tus cosas, / y a pesar de las mías, / por sobre todo el mundo, / mi mundo serás tú...”
Pensaron recoger algunos corales color púrpura, que había a su alrededor, como un recuerdo de ese día.
(Playa de Cahuita, Costa Rica, C.A., mayo de 1988. Hace un año ya, se le ha concedido al Presidente de Costa Rica Óscar Arias[1] el premio Nobel de la Paz por su aportación a la pacificación de Centroamérica.)
Finales del verano de 2006. Estoy sentado en medio de la “sala latinoamericana” (así la llamamos desde que regresamos de Costa Rica a Atenas, porque está llena de objetos-recuerdos, sólo que después se llenó también de otros recuerdos en forma sólida, de mis otros viajes por la Tierra), y aturdido por las decenas de paquetes abiertos –los recuerdos de Ella- que ha traído de su reciente viaje con la niña a Santa Clara (fragancia de café popular Triángulo de Oro, moho en la ropa, olor a hoja de plátano de los cuadernos ecológicos, polvo de la Carretera Panamericana, ron Cacique, jalea de guanábana, miles de aromas de un país, un continente entero, -cada uno una historia de personas que tienen cosas para contar), trato de acomodar en mi mente todos esos acontecimientos del año 1988, que me empujaron a la madurez, desmitificando mis sueños infantiles y de adolescencia del continente moreno. Los objetos ya me han cansado. He roto todas las fotos del pasado. Ellas siguen viviendo después de nosotros. A mí me bastan los recuerdos. Ella se pone triste. No lo entiende eso. Pero el ser humano se aflige por sus recuerdos, diría S. Freud.
Al teléfono, Ánguelos interrumpe el pánico que me provoca el entusiasmo de revivir los acontecimientos pasados. Y despachando rápidamente las bienvenidas, insiste –por una vez más- que me empeñe en escribir.
-Porque la gente tiene una idea falsa de América Latina. No es sólo bares y mojitos, la salsa y el merengue, los cigarros Romeo y Julieta y las latinas con sus curvas y caderas, o las pirámides con sus... extraterrestres. ¡No! Así como me lo has contado todo durante los dos años de nuestra amistad, tus historias serán una ruta diacrónica al realismo mágico. Al barroco y al minimal. A la muerte y al sueño. ¡Vaya! Pues, ¡ponte a escribir!
Danai-Eréndira, estresada por el jet lag, me dispara como ametralladora con sus primeras experiencias de los trópicos (las experiencias de un alma adulta en un cuerpo infantil –así es Latinoamérica cuando uno no va ahí como turista, sino la lleva en su DNA)-, mientras que su fuerte acento tico –que me recuerda el de María Mayela Padilla, la cantante sancarleña que narra con sus melodías la cosecha del café- arrastra mi pensamiento a aquellos años, a aquellos lugares eróticos pero duros, que me han dejado un aroma de conocimiento, como el olor de los libros antiguos.
-A la niña la ente(rr)amos dent(r)o de una sábana blanca y la abuela me contó la histo(r)ia de la Tule Vieja y yo tenía pesadillas y mami me decía que no me queda(r)a sola con el abuelo en la iglesia porque la abuela hace magia y en el (r)ío es pelig(r)oso porque hay unos cocod(r)ilos muy muy muy g(r)andes y algunas flo(r)es tienen veneno y en el agua viven unos mic(r)obios muy pe(r)o muy pequeños que si te los t(r)agas cuando vas a nada(r) nacen en la ba(rr)iguita unos gusanos y en la casona de made(r)a con los huecos en las pa(r)edes andan unos fantasmas y que no dije(r)a nada a Tía-Chila-la-Lo(r)a- po(r)que es chismosa como una lo(r)a y que tú, tata, debes cuida(r) tu dine(r)o po(r)que Ge(r)a(r)do-el-Malo todavía (r)oba y en mi cumpleaños me hicieron una piñata con (r)egalitos y me comí muchos tamales y me gusta(r)on y... y... y...
Con la madre de Eréndira –la “Princesa Sonriente” de los tarascos- hemos apostado encontrarnos (quiero decir en la mentalidad) después de otros veintidós años de matrimonio. Es de esas relaciones que dice la canción:
“Hace un año estás diciendo que te vas, / hace un año te estás yendo y no te vas... / Si ya te vas, cariñito, ¡que te vaya bien!, / pero ¡andáte ligerito, que te deja el tren! / En el tren de seis, puedes irte, / si no me querés. / Puedes irte, cuando quieras puedes irte. / ¡Arreglá ya tus maletas y vete de aquí! / Y por mí ¡no te preocupes!, que yo soy así... ”
Ella también me acribilla con el monólogo incesante que ha heredado de mi suegra, y lucha para contármelo todo de una vez:
-Lo que escuché de Beto-el-Abuelo-Sacerdote (¡maldito sea!), te he traído un bulbo de guaria del mercado central, el multicolor, con los olores revueltos (a ver si crece aquí, en el clima mediterráneo...). Todavía desenterramos las cosas mágicas de Balsa-la-Bruja-india. ¡Encontré un casete con nuestra canción: “Los tres regalos”! Las peleas de Don-Nino-que-hacía-las-Cosas-Indecibles y de Doña-Rosa-la-de-los-Helados-de-Lluvia, los conoces, (todavía están persiguiendo las visiones de su hijita, la Soraya-del-Río); fuimos también al Teatro Nacional, el histórico. El dorado y aterciopelado. Presentaban “El burlador de Sevilla”, de Tirso de Molina (¿quién sabe?). ¿Recuerdas las historias de Dora-la-Loca-Dice-la-Tía-Abuela-Soleida y de su esposo, Man-el-Jamaicano, que tenían a la Negrita? Aquí te traigo un libro antiguo de Joaquín García Monge, desde el año 1900. Y una botella de vino chileno. ¡Ah!, a Eliézer –la señorita-, todavía le gritan cosas en el barrio (hasta que la rana eche pelos); de lo de Alex-el-Vaquero, yo estoy segura: le sorprendí con el chiquillo, Fernando, y le eché la verdad en la cara... Al regreso, pasamos también por México. ¡Ay, sí! Fuimos a Cahuita, la playa donde nos habíamos enamorado. ¿Recuerdas? A Costa Rica, en lo que se refiere a la política, le va bastante bien. Ahora, a ver también cómo le irá a Venezuela con Chávez. ¡Ojalá!... (Aunque no lo creo…) Chila y Óscar, siempre lo mismo. Como nosotros, igualito ellos. Mi padre todavía no ha instalado la corriente eléctrica en la hacienda. De noche, pone una canfinera, y cuenta sus historias repetidas, con los niquillas-los-regala(d)os. Y mi mami, siempre ahí, con sus imágenes de los Santos-Curanderos. Hicimos la Noche de los Muertitos, con un altar, para el niño de Emilia-la-Adoptada y para todos los niñitos que se fueron temprano, y para Chingo -el perrito de Soraya-, que lo mataron a pedradas. Ahí estaba también Chico con Dasy, ¡la... india rubia de Nicaragua! La casita de madera todavía existe. Ya decrépita, claro... Pero a pesar de eso, yo fui allá, a la lejanía, completamente sola, y me duché en aquel nuestro baño de latas de zinc, con la manguera que subía el agua del río -¿recuerdas, cuando estábamos enamorados? Los plátanos ya entran por la ventanilla. Nunca repararon el puente–hamaca; desde que se la había llevado la llena del río. De todas formas, se la llevará de nuevo... ¿Para qué, entonces? Gerardo, como siempre: nunca se arrepentirá. Ahora se la juega de... traficante de chiquitas, licenciado, ¡claro! Y Humberto, ¡chifla(d)o! Cree que su mujer, Amparo, es el espíritu de la Cegua, su primer amor, y salta por aquí y por allá, aullando como Tarzán...
Ese huracán de palabras me hace pensar en lo que han hecho los políticos a mi país, Grecia: un machete ha caído sobre nuestra civilización. Al frente de la Universidad Nacional –esa joya del neoclasicismo greco-alemán de estilo jónico del siglo XIX-, refugiados de Afganistán y de otros países de Asia y de África –gente que han venido aquí por mares y borrascas, en busca de una vida mejor, lejos de las guerras, las enfermedades y el hambre de sus países de naturaleza paradisíaca, pero de gobiernos infrahumanos- venden calzones y medias… Y nuestro gobierno, “el democrático”, “el europeo”, “el progresista”, en vez de ofrecerles un sistema sanitario (para la salud de todos, nacionales y extranjeros) y un sistema educativo receptor (para que no se retrasen nuestros niños en las escuelas, esperando a que los extranjeros aprendan nuestro idioma), en lugar de todo esto, les pone clandestinamente a fabricar mercancías ilegales, copias de marcas conocidas, trabajando en condiciones inhumanas en barcos que anclan cerca de Gibraltar. Y la mayor hipocresía es que los policías les persiguen, pero ellos, los pobres vendedores, ponen a sus vigías para que les avisen silbando. Kypseli –La Colmena-, mi barrio histórico, dónde todos los días decía “Buenos días” a las viejas hermanitas Kalutá y a otros actores importantes de nuestro teatro clásico, se ha convertido en un gueto de albaneses clandestinos y borrachos –que han escapado de las cárceles de su país.
Los niños griegos ya no juegan más; ni aprenden nada. Están arrinconados en una realidad sin futuro. Los ideales de la juventud ya están hipotecados, y ellos sienten odio por nuestra patria. Los alemanes llaman a los griegos “Zertifikatsüchtig”, que significa adictos a los diplomas: gente que lucha por sacar una licenciatura, un posgrado, un doctorado, que coleccionan certificados de lenguas, de computación, de mil otras cosas que aparentan con letras iniciales de palabras gringas: ECPE, ZM, C2, ECDL, B.A., para terminar vendiendo hamburguesas… Y como resultado de eso, se va reforzando una generación de “super-griegos” que chillan su superioridad y su… descendencia de los doce dioses que habitan el planeta Sirio B, quienes construyeron las pirámides en México (¡!) Son ellos quienes conjugan el verbo:
yo soy civilizado
tú eres “aculturado”
él, ella es bárbaro…
La generación de los 700 euros pronto se rebajará a los 500… Su ignorancia se debe a la resignación, la cual produce melancolía. La población entera se ha hecho mísera (¿dónde está el orgullo de la antigüedad?), miedosa (¿qué se hizo la bravura de nuestros héroes?), nerviosa (¿por qué nuestra naturaleza erasmiana ya no nos puede mantener equilibrados?). Hace tiempos ya, los pueblos quisieron cambiar el mundo, pero hoy en día, nosotros hemos desprestigiado aquel mayo del ´68. Los que todavía pueden pensar, sienten vergüenza al oler los claveles primaverales. Las ideas del motín de la Escuela Politécnica del ´73 han pasado en el infierno de las tarjetas de crédito, cuyo tipo de interés ha llegado al cielo con el apoyo de la Corte Suprema… El motto actual es: “consumo, luego existo”. El sindicalismo sin vergüenza y la depravación cultural han hecho del miedo un arma y han convertido la pobreza en un patriotismo puto.
Y la ética. Los acomodados se comportan a sus asistentas domésticas de las Filipinas de una manera infrahumana, que muestra que ellos –no ellas- pertenecen genéricamente a los mamíferos inferiores. El otro día, un ricachón chineado se casó con una licenciada ignorante y dieron la fiesta de su boda en el barco-museo Averof, que había participado en la liberación del Asia Menor... Pues, unas modelos de enaguas-cinturón, se montaron en los cañones y los sostenían como quién sabe qué… No soy militarista. Odio la guerra y detesto la mentalidad del ejército. (Por esta razón escogí Costa Rica, la pacífica como el lugar donde iba a realizar un gran cambio de mi vida.) Pero creo que todos debemos respetar unos lugares donde la gente ha llorado por la pérdida de sus seres queridos, por la pobreza y por el exilio. Y eso es lo de menos. En Atenas hay no sé cuántos prostíbulos, donde los “ma(j)es” demuestran su virilidad encima de las rusas que vinieron aquí buscando una mejor suerte.
Pienso que el supuesto Primer Ministro socialista de Grecia (y cualquiera en su lugar; todos los politicastros griegos son iguales: unos cualquieras), ha firmado como garantía todas las fuentes económicas del país –materiales y no- para poder entrar bajo el patronato del la Caja Monetaria Internacional. (¿Quién olvida Argentina del año 2001?). Preveo –y ojalá sea yo un adivino charlatán- que nuestros hijos no podrán leer los libros de su pasado, y eso por pobreza de vocabulario. Eso significa bienes no materiales. Preveo –y ojalá sea yo un adivino charlatán- que en el futuro cercano, nuestros hijos necesitarán pasaporte para visitar las islas (ex) griegas del mar Egeo: Santorini, Rodos… Islas fermentadas con la luz primordial de Faetón[2], la sal de las olas (de esa sal que son las lágrimas de Grecia, como diría compadeciendo nuestro amigo Pessoa, el portugués…), y los vientos del mar de agosto; mármol traslúcido, albahaca y madreselva y gente que llevan en sus almas las Afroditas y las Vírgenes Marías, nobles venecianos y capitanes, castillos y monasterios-catacumbas, palomares, piedras y aspas de molinos llevados por el viento y redes de los pescadores. Un enjambre encalado por encima de un mar Egeo brillante, magnífico; un cuadro cubista. Y todo eso se perderá, por no tener cabeza. Por creer que inteligente es el “palanca” –que mete a los suyos a trabajar en el sector público-, el ladrón del dinero público, cuyo destino es la salud y la educación de los ciudadanos. Pero eso ocurre en las sociedades sanas.
El televisor de mi cuarto está encendido, moliendo la polución de su música y sus noticias prefabricadas: dijo Barroso –el Presidente de La Comisión Europea que la democracia está en peligro en su propia cuna. En el mar Egeo se han encontrado pozos petroleros. Y el área se declaró inmediatamente “gris” –o sea, reivindicada- por Grecia y Turquía, los dos títeres de la diplomacia internacional. Y los anarquistas escriben en las paredes de los edificios grises de Atenas: “El Egeo no pertenece ni a Grecia, ni a Turquía, sino a sus peces.” Gracioso auto-sarcasmo… Pues, ¡por fin, Grecia tiene su propio petróleo! Pero no tiene el valor y el poder de extraerlo…
Siempre en lo mismo: pide préstamos que no puede pagar; o que pagará con su dignidad. En la antigüedad remota, los atenienses y los espartanos se sacrificaban en guerras infinitas para alejar a los enemigos persas, y después pedían préstamos a esos mismos enemigos, para volver a sacrificarse, entre si esta vez, en guerras civiles.
A principios del tercer milenio de nuestra Era –que en el pasado constituía el sueño del progreso del futuro, que no es otro que nuestro presente- los jóvenes griegos son desconfiados (como los turcos), reticentes (como los turcos), ensimismados (como los turcos), desempleados y atrapados en la red electrónica (como los turcos). ¿Será, entonces, cierto el hecho de que la juventud internacional de nuestra época es la más homogeneizada que nunca?
Diariamente veo que el intenso individualismo hace imposible la acción social, y el desprecio de la política –una herencia de la hipocresía y la falta de credibilidad de la generación pasada- favorece la soledad social y establece unas instituciones sociales inferiores de las circunstancias. Václav Havel[3] ha dicho que “esperanza no es la convicción de que algo va a salir bien, sino la certidumbre de que este algo tendrá sentido, sin tomar en consideración el hecho de cómo eso se va a desarrollar.”
En mi mente todo da vueltas, como nuestra ropa que Ella me había lavado cuando éramos recién casados, hace diecinueve años ya, y se habían revuelto los colores, dejándolo todo a rayas y puntos. Un deseo indomable de irme sobrecoge mi ser. ¡Quiero volver a viajar por el mundo! ¿Quién sabe, cómo serán las cosas en Costa Rica? En mis viajes por 70 países del globo, he llegado a entender que los que han tenido un pasado cultural ilustre, como Grecia, la India y otros, viven hoy en la miseria, mientras que los pueblos que no han contribuido con cosas importantes al patrimonio mundial, como EE.UU, Australia etc., tienen hoy un nivel de vida bastante bueno.
Pues, ¡eso es! Ánguelos tiene razón. Un viaje se puede hacer también por medio de un libro. Le agradezco por su insistencia. Me pondré a escribir. A aclarar mis pensamientos. A decirlo todo y a desahogarme, como diría mi madre, la mediterránea. En América Latina no se permite hablar mucho. Abro y cierro mis manos –como abrazando algo- y aparto así las cosas que cubren mi escritorio. Y, heme aquí, con un cuaderno ecológico de hojas de plátano, que despuntaba de la maleta de Ella. Lo convertiré en un diario de otras épocas. Un diario de rutas. Un rumbo de viaje. A la vida verdadera, con sus experiencias vivas y duras, que dejan un dulce sabor de madurez. Eso será una navegación por los países que siguen viviendo en épocas antiguas. Una travesía por los puntos temporales que no se perciben por las sensaciones convencionales. Un sendero hacia las épocas crueles, hacia el amor. Un análisis de un “Gestalt”, diríamos en alemán. Con personas que luchan por mantenerse de pie; con odios. Historias de almas en pena; de atavismo infrahumano; de saudades: morriña portuguesa y tristalegría. Recuerdos que se oponen al nihilismo de la vida. Al mal tiempo, buena cara. Escribiré la leyenda desconocida de dos pueblos, la historia de dos países, las situaciones sociales de dos continentes, mediante la narración de unas familias insignificantes, que han contribuido de manera anónima a la creación de una cultura cotidiana. Viajes por la vida. A la mentalidad de un pueblo. No se trata de una guía de viajes.
Una narración que no es lineal; contada de manera simple, como se nos ocurren las ideas y las memorias.: en dos personas gramaticales: al principio en la tercera del singular, como un narrador neutro, desde una perspectiva diversificada del lugar y del tiempo donde acontecen las cosas, y después en la primera, por dentro del propio lugar de la narración, donde las personas reviven mediante sus diálogos. Esto se nota también en este último capítulo, donde el narrador habla de su propia época. Pues, es un libro de viajes palíndromos dentro del pasado histórico –remoto o reciente. Una narración entre el pretérito pluscuamperfecto y el futuro perfecto. Y con bastante condicional, ya que la historia es una búsqueda más humana que científica, en su sentido convencional, porque el pasado no está presente en nuestras sensaciones. Sólo podemos saber las impresiones y las percepciones de las personas del pasado sobre eso. Son, pues, Cuentos breves, semi-independientes, en el mismo espacio y tiempo, con personajes vinculados entre sí, que crean una trama global, pero sin protagonistas fijos.
Lo escribí para dedicarlo a Danai-Eréndira, cuando crezca. Para darle de entender unas cosas que en la escuela se enseñan de manera impersonal, fría y obligatoria; sin sentimientos. Por que no nos enseñan la historia que deberíamos conocer. Por que la historia oficial no es siempre la verdadera… Esto me revelará a mí también unas cosas acerca de mi memoria histórica, grabada en mi D.N.A. Me revelará quiénes somos hoy, y adónde vamos. Siempre existe una tercera vía entre la utopía y la desilusión. Es el camino que nos lleva a aceptar el mundo tal como es y mejorarlo. A tener amor sin dios.
La abuela Déspina –la que vivió toda esa historia para contármela- nació el año 1900 y murió el 2003; un siglo y 3 años de luchas y literatura. Falleció padeciendo de Alzheimer: recordaba lo pasado y no se daba cuenta del presente. Todas las historias, los personajes, los lugares y las fechas de este libro son verdaderos. Es un consejo amistoso a los que llevan en sus manos las vidas de los costarricenses; para que no caigan en los mismos errores. Es la herencia de una cultura, para una niña que no conoció a su abuela.
Me meto por un huequito y salgo por otro huequito, por que quiero que tú me cuentes otro cuentito…
[1] Arias Sánchez, Óscar Rafael de Jesús (Heredia-Costa Rica, 1940): ex presidente de Costa Rica, abogado, economista, politólogo, empresario y filósofo. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 1987, por participar en los procesos de paz en los conflictos armados de América Central de los años ochenta, y especialmente por su oposición al apoyo estadounidense en el conflicto nicaragüense de los contras.
[2] En la mitología griega Faetón (en griego antiguo significa “radiante”) era hijo de Helios = Sol (Febo, el “brillante”, un epíteto posteriormente asumido por Apolo), y de Clímene, esposa de Mérope.
[3] Václav Havel (n. Praga, 5 de octubre de 1936): En checo su nombre se pronuncia Vátslav Havel. Político, escritor y dramaturgocheco. Fue el último presidente de Checoslovaquia y el primer presidente de la República Checa.
En este momento de su amor, el pensamiento de los dos, como el rugido de una concha, les está murmurando su pasado. Las fechas de su correspondencia se han borrado de la mente, pero las palabras en sus cartas nunca se podrían olvidar:
Él le hablaba del amor que todavía estaba buscando, de una relación de confianza entre dos caracteres amasados por las experiencias duras de la vida; De un amor que pueda renacer con el tiempo.
Ella le respondía que en su país nunca había existido un hombre que hubiera atestiguado su género más con su corazón que con su cuerpo.
Los meses de su correspondencia pasaban tediosamente en los trópicos y gélidos en Europa, engrandeciendo su deseo de encontrarse.
El sueño de Ella de esperar el avión europeo, y la esperanza de él para llegar ya por fin al país moreno, se realizaron en un remolino de besos de color guaria morada, perfume varonil Quorum y volantes de encaje de aire y luz. El anuncio de la llegada del vuelo de Grecia con escala en Haití, se confundía con el estruendo pomposo del boeing 747.
Ella, un recuerdo de un amor indio y moro, de ojos que expresan silenciosamente todo lo que los Lorcas y los Nerudas llaman poesía.
Él, castaño, de ojos celestes, del mar Egeo, de donde descendía.
El rugido distante, que les trae todos esos recuerdos, cesa y su pensamiento vuelve a la playa de arena blanca que tallan los vientos alisios y donde ellos están haciendo el amor libres, después de todo lo que había acontecido desde hace algunos años. Granos brillantes de arena se pegan en sus rostros, arrastrados por su respiración agitada. Quedan por un instante abrazados, con la cabeza de Ella sobre el corazón de él. Y él, trata de calmar su sed rozando sus labios por las últimas gotas de maracuyá –la fruta de la pasión-, que habían corrido por el cuello de Ella.
Hablan de los días difíciles que habían vivido durante el tiempo de su correspondencia, lejos uno del otro, de sus esperanzas frustradas para una vida ya por fin feliz, de las intrigas bien conspiradas de una sociedad de violaciones éticas. Pero, al final, su memoria llega al día de su boda –quizás la boda más romántica, sin trajes de novia kitsch, sin invitados: el contrato de su matrimonio civil fue firmado por un abogado, en el bochorno húmedo, bajo la techumbre de zinc de una somnolienta oficina notarial, en el centro de una polvorienta ciudad Quesada, que en aquel momento estaba hundida en su siesta. No escuchaban el texto de los derechos y las obligaciones conyugales, porque los dos estaban susurrando una vieja canción latinoamericana:
“Hay un mundo imposible, / que nubla nuestras vidas; / hay un cielo de sombras, / que no nos deja luz. / Y a pesar de tus cosas, / y a pesar de las mías, / por sobre todo el mundo, / mi mundo serás tú. / Aunque todo se oponga, / tú estarás en mi vida; / tú estarás en la espuma, / que en el mar va jugando. / Estarás como estrella / en mi eterna sonrisa. / Y olvidándolo todo / seguiremos pecando.”
Fuera de la oficina estaba pasando –por casualidad- el bus provincial de las 15:30, último modelo de la tecnología americano-brasileña, con aire acondicionado y video, que los llevaría hasta la capital. No quisieron esperar a que el notario terminara la lectura de su texto. Porque no creían que cualquier ley estricta, ni la Iglesia vana pudieran sellar su vida posterior más que su propio amor.
Su bus estaba pasando –ya de noche- por las plantaciones de caña de azúcar de Centroamérica, y encontró en camino una fiesta –kimbamba- de los negros del Caribe. Se recostaron en el vidrio de la ventana y se dejaron mirar juntos los carbuncos –las candelillas-, como estrellas enredadas entre las redes de los árboles.
Cuando llegaron a San José, ya era muy tarde. En la terminal de los buses provinciales –bastante peligrosa de noche-, había un tumulto de víctimas a la deriva de una vida sin piedad. La electricidad de la casa que habían alquilado estaría desconectada. En una soda –una cantina de madera- compraron pollo frito, y buscaron candelas en un escaparate abarrotado de flores tropicales plásticas -ofrendas para los santos- y plumas brillantes, muñecas de magia –blanca para la curación y negra para la muerte, roja para el amor y verde/amarilla para la cosecha del maíz divino-, talismanes de caracoles y otras curiosidades desconocidas que eran como anticuados artículos de una peluquería tercermundista (para algunos deseadas mientras que para otros eran exorcizadas), que reciben la sangre de los sacrificios que alimentan a dioses demoniacos y soles, o que son purificados en rituales de purgación, como ordenan los Códices. Comieron a mano el pollo, sentados en el suelo de la casa vacía e hicieron el amor, temerosos por su porvenir. Estaban preocupados por si lo que ellos llamaban amor, se aprobara finalmente un simple entusiasmo.
(Por las anticuadas cortinas remendadas pero limpias, penetraban las notas de un mariachi en la cantina de mala fama –una cuadra más abajo-, seguramente hecha de madera y pintada de verde; las notas penetraban junto a los insultos en el dialecto limonense de un negro. Estaban tocando Las Mañanitas. Alguien tenía cumpleaños. Sobre un aspa del ventilador lento del techo, una araña estaba temblando a su ritmo monótono.)
En ese momento, su pensamiento les lleva de nuevo a la playa blanca de los vientos alisios y de la vegetación tropical. Sacian la sed de su libido en un remolino de toques sensuales y graznidos de albatros tropicales, teniendo esta vez su pensamiento en sí mismos, en su presente, en su relación que ha sobrevivido a pesar de todas sus diferencias.
Quedan abrazados, inmóviles, como esos troncos secos y emblanquecidos por la sal del mar, que encontramos caminando por las playas tropicales del Pacífico.
Ahora ya, están los dos seguros de que su amor existirá en algún lugar por toda su vida. Están susurrando de nuevo aquella vieja canción latinoamericana:
“Y a pesar de tus cosas, / y a pesar de las mías, / por sobre todo el mundo, / mi mundo serás tú...”
Pensaron recoger algunos corales color púrpura, que había a su alrededor, como un recuerdo de ese día.
(Playa de Cahuita, Costa Rica, C.A., mayo de 1988. Hace un año ya, se le ha concedido al Presidente de Costa Rica Óscar Arias[1] el premio Nobel de la Paz por su aportación a la pacificación de Centroamérica.)
Finales del verano de 2006. Estoy sentado en medio de la “sala latinoamericana” (así la llamamos desde que regresamos de Costa Rica a Atenas, porque está llena de objetos-recuerdos, sólo que después se llenó también de otros recuerdos en forma sólida, de mis otros viajes por la Tierra), y aturdido por las decenas de paquetes abiertos –los recuerdos de Ella- que ha traído de su reciente viaje con la niña a Santa Clara (fragancia de café popular Triángulo de Oro, moho en la ropa, olor a hoja de plátano de los cuadernos ecológicos, polvo de la Carretera Panamericana, ron Cacique, jalea de guanábana, miles de aromas de un país, un continente entero, -cada uno una historia de personas que tienen cosas para contar), trato de acomodar en mi mente todos esos acontecimientos del año 1988, que me empujaron a la madurez, desmitificando mis sueños infantiles y de adolescencia del continente moreno. Los objetos ya me han cansado. He roto todas las fotos del pasado. Ellas siguen viviendo después de nosotros. A mí me bastan los recuerdos. Ella se pone triste. No lo entiende eso. Pero el ser humano se aflige por sus recuerdos, diría S. Freud.
Al teléfono, Ánguelos interrumpe el pánico que me provoca el entusiasmo de revivir los acontecimientos pasados. Y despachando rápidamente las bienvenidas, insiste –por una vez más- que me empeñe en escribir.
-Porque la gente tiene una idea falsa de América Latina. No es sólo bares y mojitos, la salsa y el merengue, los cigarros Romeo y Julieta y las latinas con sus curvas y caderas, o las pirámides con sus... extraterrestres. ¡No! Así como me lo has contado todo durante los dos años de nuestra amistad, tus historias serán una ruta diacrónica al realismo mágico. Al barroco y al minimal. A la muerte y al sueño. ¡Vaya! Pues, ¡ponte a escribir!
Danai-Eréndira, estresada por el jet lag, me dispara como ametralladora con sus primeras experiencias de los trópicos (las experiencias de un alma adulta en un cuerpo infantil –así es Latinoamérica cuando uno no va ahí como turista, sino la lleva en su DNA)-, mientras que su fuerte acento tico –que me recuerda el de María Mayela Padilla, la cantante sancarleña que narra con sus melodías la cosecha del café- arrastra mi pensamiento a aquellos años, a aquellos lugares eróticos pero duros, que me han dejado un aroma de conocimiento, como el olor de los libros antiguos.
-A la niña la ente(rr)amos dent(r)o de una sábana blanca y la abuela me contó la histo(r)ia de la Tule Vieja y yo tenía pesadillas y mami me decía que no me queda(r)a sola con el abuelo en la iglesia porque la abuela hace magia y en el (r)ío es pelig(r)oso porque hay unos cocod(r)ilos muy muy muy g(r)andes y algunas flo(r)es tienen veneno y en el agua viven unos mic(r)obios muy pe(r)o muy pequeños que si te los t(r)agas cuando vas a nada(r) nacen en la ba(rr)iguita unos gusanos y en la casona de made(r)a con los huecos en las pa(r)edes andan unos fantasmas y que no dije(r)a nada a Tía-Chila-la-Lo(r)a- po(r)que es chismosa como una lo(r)a y que tú, tata, debes cuida(r) tu dine(r)o po(r)que Ge(r)a(r)do-el-Malo todavía (r)oba y en mi cumpleaños me hicieron una piñata con (r)egalitos y me comí muchos tamales y me gusta(r)on y... y... y...
Con la madre de Eréndira –la “Princesa Sonriente” de los tarascos- hemos apostado encontrarnos (quiero decir en la mentalidad) después de otros veintidós años de matrimonio. Es de esas relaciones que dice la canción:
“Hace un año estás diciendo que te vas, / hace un año te estás yendo y no te vas... / Si ya te vas, cariñito, ¡que te vaya bien!, / pero ¡andáte ligerito, que te deja el tren! / En el tren de seis, puedes irte, / si no me querés. / Puedes irte, cuando quieras puedes irte. / ¡Arreglá ya tus maletas y vete de aquí! / Y por mí ¡no te preocupes!, que yo soy así... ”
Ella también me acribilla con el monólogo incesante que ha heredado de mi suegra, y lucha para contármelo todo de una vez:
-Lo que escuché de Beto-el-Abuelo-Sacerdote (¡maldito sea!), te he traído un bulbo de guaria del mercado central, el multicolor, con los olores revueltos (a ver si crece aquí, en el clima mediterráneo...). Todavía desenterramos las cosas mágicas de Balsa-la-Bruja-india. ¡Encontré un casete con nuestra canción: “Los tres regalos”! Las peleas de Don-Nino-que-hacía-las-Cosas-Indecibles y de Doña-Rosa-la-de-los-Helados-de-Lluvia, los conoces, (todavía están persiguiendo las visiones de su hijita, la Soraya-del-Río); fuimos también al Teatro Nacional, el histórico. El dorado y aterciopelado. Presentaban “El burlador de Sevilla”, de Tirso de Molina (¿quién sabe?). ¿Recuerdas las historias de Dora-la-Loca-Dice-la-Tía-Abuela-Soleida y de su esposo, Man-el-Jamaicano, que tenían a la Negrita? Aquí te traigo un libro antiguo de Joaquín García Monge, desde el año 1900. Y una botella de vino chileno. ¡Ah!, a Eliézer –la señorita-, todavía le gritan cosas en el barrio (hasta que la rana eche pelos); de lo de Alex-el-Vaquero, yo estoy segura: le sorprendí con el chiquillo, Fernando, y le eché la verdad en la cara... Al regreso, pasamos también por México. ¡Ay, sí! Fuimos a Cahuita, la playa donde nos habíamos enamorado. ¿Recuerdas? A Costa Rica, en lo que se refiere a la política, le va bastante bien. Ahora, a ver también cómo le irá a Venezuela con Chávez. ¡Ojalá!... (Aunque no lo creo…) Chila y Óscar, siempre lo mismo. Como nosotros, igualito ellos. Mi padre todavía no ha instalado la corriente eléctrica en la hacienda. De noche, pone una canfinera, y cuenta sus historias repetidas, con los niquillas-los-regala(d)os. Y mi mami, siempre ahí, con sus imágenes de los Santos-Curanderos. Hicimos la Noche de los Muertitos, con un altar, para el niño de Emilia-la-Adoptada y para todos los niñitos que se fueron temprano, y para Chingo -el perrito de Soraya-, que lo mataron a pedradas. Ahí estaba también Chico con Dasy, ¡la... india rubia de Nicaragua! La casita de madera todavía existe. Ya decrépita, claro... Pero a pesar de eso, yo fui allá, a la lejanía, completamente sola, y me duché en aquel nuestro baño de latas de zinc, con la manguera que subía el agua del río -¿recuerdas, cuando estábamos enamorados? Los plátanos ya entran por la ventanilla. Nunca repararon el puente–hamaca; desde que se la había llevado la llena del río. De todas formas, se la llevará de nuevo... ¿Para qué, entonces? Gerardo, como siempre: nunca se arrepentirá. Ahora se la juega de... traficante de chiquitas, licenciado, ¡claro! Y Humberto, ¡chifla(d)o! Cree que su mujer, Amparo, es el espíritu de la Cegua, su primer amor, y salta por aquí y por allá, aullando como Tarzán...
Ese huracán de palabras me hace pensar en lo que han hecho los políticos a mi país, Grecia: un machete ha caído sobre nuestra civilización. Al frente de la Universidad Nacional –esa joya del neoclasicismo greco-alemán de estilo jónico del siglo XIX-, refugiados de Afganistán y de otros países de Asia y de África –gente que han venido aquí por mares y borrascas, en busca de una vida mejor, lejos de las guerras, las enfermedades y el hambre de sus países de naturaleza paradisíaca, pero de gobiernos infrahumanos- venden calzones y medias… Y nuestro gobierno, “el democrático”, “el europeo”, “el progresista”, en vez de ofrecerles un sistema sanitario (para la salud de todos, nacionales y extranjeros) y un sistema educativo receptor (para que no se retrasen nuestros niños en las escuelas, esperando a que los extranjeros aprendan nuestro idioma), en lugar de todo esto, les pone clandestinamente a fabricar mercancías ilegales, copias de marcas conocidas, trabajando en condiciones inhumanas en barcos que anclan cerca de Gibraltar. Y la mayor hipocresía es que los policías les persiguen, pero ellos, los pobres vendedores, ponen a sus vigías para que les avisen silbando. Kypseli –La Colmena-, mi barrio histórico, dónde todos los días decía “Buenos días” a las viejas hermanitas Kalutá y a otros actores importantes de nuestro teatro clásico, se ha convertido en un gueto de albaneses clandestinos y borrachos –que han escapado de las cárceles de su país.
Los niños griegos ya no juegan más; ni aprenden nada. Están arrinconados en una realidad sin futuro. Los ideales de la juventud ya están hipotecados, y ellos sienten odio por nuestra patria. Los alemanes llaman a los griegos “Zertifikatsüchtig”, que significa adictos a los diplomas: gente que lucha por sacar una licenciatura, un posgrado, un doctorado, que coleccionan certificados de lenguas, de computación, de mil otras cosas que aparentan con letras iniciales de palabras gringas: ECPE, ZM, C2, ECDL, B.A., para terminar vendiendo hamburguesas… Y como resultado de eso, se va reforzando una generación de “super-griegos” que chillan su superioridad y su… descendencia de los doce dioses que habitan el planeta Sirio B, quienes construyeron las pirámides en México (¡!) Son ellos quienes conjugan el verbo:
yo soy civilizado
tú eres “aculturado”
él, ella es bárbaro…
La generación de los 700 euros pronto se rebajará a los 500… Su ignorancia se debe a la resignación, la cual produce melancolía. La población entera se ha hecho mísera (¿dónde está el orgullo de la antigüedad?), miedosa (¿qué se hizo la bravura de nuestros héroes?), nerviosa (¿por qué nuestra naturaleza erasmiana ya no nos puede mantener equilibrados?). Hace tiempos ya, los pueblos quisieron cambiar el mundo, pero hoy en día, nosotros hemos desprestigiado aquel mayo del ´68. Los que todavía pueden pensar, sienten vergüenza al oler los claveles primaverales. Las ideas del motín de la Escuela Politécnica del ´73 han pasado en el infierno de las tarjetas de crédito, cuyo tipo de interés ha llegado al cielo con el apoyo de la Corte Suprema… El motto actual es: “consumo, luego existo”. El sindicalismo sin vergüenza y la depravación cultural han hecho del miedo un arma y han convertido la pobreza en un patriotismo puto.
Y la ética. Los acomodados se comportan a sus asistentas domésticas de las Filipinas de una manera infrahumana, que muestra que ellos –no ellas- pertenecen genéricamente a los mamíferos inferiores. El otro día, un ricachón chineado se casó con una licenciada ignorante y dieron la fiesta de su boda en el barco-museo Averof, que había participado en la liberación del Asia Menor... Pues, unas modelos de enaguas-cinturón, se montaron en los cañones y los sostenían como quién sabe qué… No soy militarista. Odio la guerra y detesto la mentalidad del ejército. (Por esta razón escogí Costa Rica, la pacífica como el lugar donde iba a realizar un gran cambio de mi vida.) Pero creo que todos debemos respetar unos lugares donde la gente ha llorado por la pérdida de sus seres queridos, por la pobreza y por el exilio. Y eso es lo de menos. En Atenas hay no sé cuántos prostíbulos, donde los “ma(j)es” demuestran su virilidad encima de las rusas que vinieron aquí buscando una mejor suerte.
Pienso que el supuesto Primer Ministro socialista de Grecia (y cualquiera en su lugar; todos los politicastros griegos son iguales: unos cualquieras), ha firmado como garantía todas las fuentes económicas del país –materiales y no- para poder entrar bajo el patronato del la Caja Monetaria Internacional. (¿Quién olvida Argentina del año 2001?). Preveo –y ojalá sea yo un adivino charlatán- que nuestros hijos no podrán leer los libros de su pasado, y eso por pobreza de vocabulario. Eso significa bienes no materiales. Preveo –y ojalá sea yo un adivino charlatán- que en el futuro cercano, nuestros hijos necesitarán pasaporte para visitar las islas (ex) griegas del mar Egeo: Santorini, Rodos… Islas fermentadas con la luz primordial de Faetón[2], la sal de las olas (de esa sal que son las lágrimas de Grecia, como diría compadeciendo nuestro amigo Pessoa, el portugués…), y los vientos del mar de agosto; mármol traslúcido, albahaca y madreselva y gente que llevan en sus almas las Afroditas y las Vírgenes Marías, nobles venecianos y capitanes, castillos y monasterios-catacumbas, palomares, piedras y aspas de molinos llevados por el viento y redes de los pescadores. Un enjambre encalado por encima de un mar Egeo brillante, magnífico; un cuadro cubista. Y todo eso se perderá, por no tener cabeza. Por creer que inteligente es el “palanca” –que mete a los suyos a trabajar en el sector público-, el ladrón del dinero público, cuyo destino es la salud y la educación de los ciudadanos. Pero eso ocurre en las sociedades sanas.
El televisor de mi cuarto está encendido, moliendo la polución de su música y sus noticias prefabricadas: dijo Barroso –el Presidente de La Comisión Europea que la democracia está en peligro en su propia cuna. En el mar Egeo se han encontrado pozos petroleros. Y el área se declaró inmediatamente “gris” –o sea, reivindicada- por Grecia y Turquía, los dos títeres de la diplomacia internacional. Y los anarquistas escriben en las paredes de los edificios grises de Atenas: “El Egeo no pertenece ni a Grecia, ni a Turquía, sino a sus peces.” Gracioso auto-sarcasmo… Pues, ¡por fin, Grecia tiene su propio petróleo! Pero no tiene el valor y el poder de extraerlo…
Siempre en lo mismo: pide préstamos que no puede pagar; o que pagará con su dignidad. En la antigüedad remota, los atenienses y los espartanos se sacrificaban en guerras infinitas para alejar a los enemigos persas, y después pedían préstamos a esos mismos enemigos, para volver a sacrificarse, entre si esta vez, en guerras civiles.
A principios del tercer milenio de nuestra Era –que en el pasado constituía el sueño del progreso del futuro, que no es otro que nuestro presente- los jóvenes griegos son desconfiados (como los turcos), reticentes (como los turcos), ensimismados (como los turcos), desempleados y atrapados en la red electrónica (como los turcos). ¿Será, entonces, cierto el hecho de que la juventud internacional de nuestra época es la más homogeneizada que nunca?
Diariamente veo que el intenso individualismo hace imposible la acción social, y el desprecio de la política –una herencia de la hipocresía y la falta de credibilidad de la generación pasada- favorece la soledad social y establece unas instituciones sociales inferiores de las circunstancias. Václav Havel[3] ha dicho que “esperanza no es la convicción de que algo va a salir bien, sino la certidumbre de que este algo tendrá sentido, sin tomar en consideración el hecho de cómo eso se va a desarrollar.”
En mi mente todo da vueltas, como nuestra ropa que Ella me había lavado cuando éramos recién casados, hace diecinueve años ya, y se habían revuelto los colores, dejándolo todo a rayas y puntos. Un deseo indomable de irme sobrecoge mi ser. ¡Quiero volver a viajar por el mundo! ¿Quién sabe, cómo serán las cosas en Costa Rica? En mis viajes por 70 países del globo, he llegado a entender que los que han tenido un pasado cultural ilustre, como Grecia, la India y otros, viven hoy en la miseria, mientras que los pueblos que no han contribuido con cosas importantes al patrimonio mundial, como EE.UU, Australia etc., tienen hoy un nivel de vida bastante bueno.
Pues, ¡eso es! Ánguelos tiene razón. Un viaje se puede hacer también por medio de un libro. Le agradezco por su insistencia. Me pondré a escribir. A aclarar mis pensamientos. A decirlo todo y a desahogarme, como diría mi madre, la mediterránea. En América Latina no se permite hablar mucho. Abro y cierro mis manos –como abrazando algo- y aparto así las cosas que cubren mi escritorio. Y, heme aquí, con un cuaderno ecológico de hojas de plátano, que despuntaba de la maleta de Ella. Lo convertiré en un diario de otras épocas. Un diario de rutas. Un rumbo de viaje. A la vida verdadera, con sus experiencias vivas y duras, que dejan un dulce sabor de madurez. Eso será una navegación por los países que siguen viviendo en épocas antiguas. Una travesía por los puntos temporales que no se perciben por las sensaciones convencionales. Un sendero hacia las épocas crueles, hacia el amor. Un análisis de un “Gestalt”, diríamos en alemán. Con personas que luchan por mantenerse de pie; con odios. Historias de almas en pena; de atavismo infrahumano; de saudades: morriña portuguesa y tristalegría. Recuerdos que se oponen al nihilismo de la vida. Al mal tiempo, buena cara. Escribiré la leyenda desconocida de dos pueblos, la historia de dos países, las situaciones sociales de dos continentes, mediante la narración de unas familias insignificantes, que han contribuido de manera anónima a la creación de una cultura cotidiana. Viajes por la vida. A la mentalidad de un pueblo. No se trata de una guía de viajes.
Una narración que no es lineal; contada de manera simple, como se nos ocurren las ideas y las memorias.: en dos personas gramaticales: al principio en la tercera del singular, como un narrador neutro, desde una perspectiva diversificada del lugar y del tiempo donde acontecen las cosas, y después en la primera, por dentro del propio lugar de la narración, donde las personas reviven mediante sus diálogos. Esto se nota también en este último capítulo, donde el narrador habla de su propia época. Pues, es un libro de viajes palíndromos dentro del pasado histórico –remoto o reciente. Una narración entre el pretérito pluscuamperfecto y el futuro perfecto. Y con bastante condicional, ya que la historia es una búsqueda más humana que científica, en su sentido convencional, porque el pasado no está presente en nuestras sensaciones. Sólo podemos saber las impresiones y las percepciones de las personas del pasado sobre eso. Son, pues, Cuentos breves, semi-independientes, en el mismo espacio y tiempo, con personajes vinculados entre sí, que crean una trama global, pero sin protagonistas fijos.
Lo escribí para dedicarlo a Danai-Eréndira, cuando crezca. Para darle de entender unas cosas que en la escuela se enseñan de manera impersonal, fría y obligatoria; sin sentimientos. Por que no nos enseñan la historia que deberíamos conocer. Por que la historia oficial no es siempre la verdadera… Esto me revelará a mí también unas cosas acerca de mi memoria histórica, grabada en mi D.N.A. Me revelará quiénes somos hoy, y adónde vamos. Siempre existe una tercera vía entre la utopía y la desilusión. Es el camino que nos lleva a aceptar el mundo tal como es y mejorarlo. A tener amor sin dios.
La abuela Déspina –la que vivió toda esa historia para contármela- nació el año 1900 y murió el 2003; un siglo y 3 años de luchas y literatura. Falleció padeciendo de Alzheimer: recordaba lo pasado y no se daba cuenta del presente. Todas las historias, los personajes, los lugares y las fechas de este libro son verdaderos. Es un consejo amistoso a los que llevan en sus manos las vidas de los costarricenses; para que no caigan en los mismos errores. Es la herencia de una cultura, para una niña que no conoció a su abuela.
Me meto por un huequito y salgo por otro huequito, por que quiero que tú me cuentes otro cuentito…
[1] Arias Sánchez, Óscar Rafael de Jesús (Heredia-Costa Rica, 1940): ex presidente de Costa Rica, abogado, economista, politólogo, empresario y filósofo. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 1987, por participar en los procesos de paz en los conflictos armados de América Central de los años ochenta, y especialmente por su oposición al apoyo estadounidense en el conflicto nicaragüense de los contras.
[2] En la mitología griega Faetón (en griego antiguo significa “radiante”) era hijo de Helios = Sol (Febo, el “brillante”, un epíteto posteriormente asumido por Apolo), y de Clímene, esposa de Mérope.
[3] Václav Havel (n. Praga, 5 de octubre de 1936): En checo su nombre se pronuncia Vátslav Havel. Político, escritor y dramaturgocheco. Fue el último presidente de Checoslovaquia y el primer presidente de la República Checa.