Y el cuento comienza...
Final de la Belle Époque
I. Estambul
Estambul - Imperio Otomano, 1899. El sol, un motivo bermejo damasquinado, traza un mapamundi confuso en las aguas suaves del Bósforo -el mar que une dos mundos- mientras se está hundiendo entre las cúpulas de Haya Sofya[1] y los alminares[2]-espadas con las puntas plateadas de la Mezquita[3] Azul de Sultán Ahmet. Pronto amanecería un nuevo siglo. Es el mapa de un mundo cosmopolita que juega al escondite diplomático entre los bazares con los picheles de bronce para el café turco y los hamam -los baños humeantes y perfumados del oriente; los burdeles franceses (perfumados también) con los gramófonos, y las tiendas lujosas con las crinolinas en tafetán rosado del occidente.
Cerca del puerto, el barrio llamado en griego Galatá –El Lechero-, es el corazón palpitante de este imperio oriental: entre las compañías marítimas y los bancos, un enjambre de técnicos y artesanos trabajan como hormigas. Por un lado, la ciudad europea, donde viven los cristianos, y por el otro, el casco viejo musulmán de Asia. Un crisol cultural, por donde pasan lindas mujeres de Armenia de piel como seda blanca y sacerdotes judíos de trenzas largas y negras, turcas emburujadas en su çarşaf –la bata negra que cubre todos los detalles del cuerpo y de la cara- y hombres jóvenes de Europa, con sus fraques grises, búlgaras altas y cuadradas con flores multicolores en el cabello y sacerdotes griegos ortodoxos, de barba larga y blanca. Junto a todos ellos, carruajes de bueyes y caballos y vendedores de agua, té y salep[4] con sus jarras doradas y sus vasitos de cristal campaniformes. Una sinfonía musical…
En Dolmabahçe sarayı -el palacio de la Sublime Puerta-, una “torta matrimonial”, hecha en mármol blanco en medio de rosales iraníes y cipreses griegos que sobrevuelan bandadas de palomas blancas, y decorado con encajes esculpidos en madera blanca, y con las puertas kitsch, un kitsch turco-afrancesado con rosas pintadas en rojo oscuro sobre la madera verde clara, frente a un espejo veneciano –como en “Las Meninas” de Velázquez- su Imperial Majestad, el Sultán PadişahAbdülhamit-i Sânî Ulu Khan Ghazi II el Rojo [5], -el Gran Khan y dueño de los dos mares: el negro y el blanco, emperador de Asia y Europa, rey de los turcos y los otomanos y califa de los fieles, la sombra de Alá[6] en la Tierra-, un títere momificado de las superpotencias de la época, de cara mortalmente pálida, barba teñida de azabache y bigotes marchitos, disfruta de su tiempo de ocio, recostado con su fez[7] carmesí entre los almohadones y frente a un brasero de plata encendido –carmesí, también-, contemplando a las hanım –las mujeres de su harén, bañadas en leche y perfumes- bailando çiftelel -la danza lasciva de la barriga- y mostrando maniáticas sus axilas afeitadas (como sus vaginas). Pero no contempla la Segunda Guerra Mundial que se está acercando; ni siquiera realiza que el final fatal del Gran Paciente de Europa se está acercando: el Imperio Otomano de la Sublime Puerta de Turquía está falleciendo entre esa amalgama de estilos arquitectónicos de las gentes reunidas alrededor de las aguas del Bósforo, bajo las cúpulas arabescas y al lado de las columnas helénicas, entre las flores del rococó y bajo los arcos paleocristianos, entre los escombros dorados del pasado…
Al mismo tiempo y en el mismo lugar, miles de griegos viven siguiendo los pasos de la tradición secular de su antiguo imperio bizantino: viven de las frutas de la tierra y del mar; hablan a destiempo su lenguaje medieval y no tienen ningún contacto con los turcos.
En el hamam -el baño público- Zografa compra a la negra tunecina del portón su mahlebí -la crema de agua de rosas y azúcar- que comerá ella y sus tres hijas, Maryora, la mayor, Marina y Myrsini, la recién nacida, después de bañarse. Zografa se llama. “Pintora”. Un nombre extraño; exótico, como su belleza. Entre los múltiples arcos de herradura y las columnas, Zografa, una descendiente de las princesas de Constantinopla (así creía ella; pues, decía que de ellas había heredado el cutis bizantino y traslúcido), se quita la mantilla de seda blanca que le cubre la cabeza y le envuelve los hombros (de seda también), y deja caer sobre aquellos hombros luminosos su pelo negro-azuleado, largo, brillante y denso. Un cabello de doncella medieval. Con una toalla de algodón color vino de Burdeos envuelta alrededor de su seno, que deja descubiertas sus piernas de Afrodita, Zografa, con un tazón de plata vierte ceremoniosamente el agua humeante de la pila de alabastro blanco sobre los tres cuerpos juveniles y blancos de sus hijas, cantándoles en su lenguaje griego-bizantino:
“Te amo, por que eres bella / te amo, por que eres Tú / y amo a todo el mundo / por que ahí vives tú. / Alma mía, vida y luz, / no tienes pena, amor ni compasión. / Tal joven como soy yo, / ¿no te duele torturar? / La hierba del amor / ¿dónde la encontraré? / por que mi corazón languidece / del dolor.”
Rayos morados de las ventanillas-estrellas de la cúpula cruzan el humo.
Abre una cajita de madera, esculpida con motivos arabescos, y saca de su interior una botellita de cristal y tapa dorada -como cúpula de mezquita- con 200 partes de alcohol; “partes” se llaman los gramos en esta latitud y época. Saca otra -de vidrio rojo y el retrato de una mujer obesa pero bella, con mejillas color de rosa, pintada en esmalte- con 20 partes de esencia de clavos de olor, y una más, ésta de vidrio azul cobalto, con 10 gramos de perfume de geranio[8]. En una palanganita de marfil, mezcla con reverencia las tres esencias del amor. La luna llena se refleja en el elixir resplandeciente tiñendo el marfil de color celeste, pero esta alucinación desvanece inmediatamente de los ojos de Zografa. Cierra los ojos meditando; soñando con una pasión tan dulce, como sus aromas, tan madura, como la luna llena... Ese elixir del amor apasionado se lo había heredado su tatarabuela Theodora, escrito en un pergamino antiguo. Y ahora, ella, lo ofrece a su hija recién nacida.
En este ambiente creció Myrsini, la hija menor de Zografa. Hasta el momento de su parto. A sus catorce años y medio. Fue de madrugada cuando nació Anguelís –su angelito. Un niño de cara radiante. Seguramente llevaba en su aura el ambiente de ensueño entre el oriente y el imperio bizantino de su abuela Zografa. Ese fue el único contacto –aunque sólo espiritual- del niño Anguelís con sus progenitores. Y esa fuerza radiante le serviría por toda su vida, para vivirla. La partera, con sus palanganas de agua caliente y sus hierbas curativas, trataba de mantener a Myrsini en la vida. Diez días y nueve noches pasó Myrsini en una niebla blanca y muda, hasta que la mañana del domingo 29 de junio de 1914 el presente temporal se convirtió en eternidad...
En Sarajevo[9] es asesinado el Archiduque Francisco Fernando[10], el heredero del trono de Austria y Hungría. Persona inteligente, algo austero, frío y de idiosincrasia inconstante; un Habsburgo típico: cabeza cuadrada, ojos melancólicos, pelo de broche y bigotes que alaban al cielo. Puro teutón[11]. Era la mañana de un domingo funesto, el 28 de junio, cuando el Archiduque, después de haber ido a misa en una capilla privada, tomó asiento en la parte trasera de su coche abierto, de color marrón. A su lado, la condesa Sofía Chotek –mujer encantadora y de carácter imponente-, llevaba un vestido largo de encaje blanco y sombrero de borde ancho. Francisco Fernando estaba vestido con su traje regio: una guerrera celeste clara con botones dorados, combinada con un pantalón negro y sombrero decorado con plumas de avestruz. La pareja principesca estaba enamorada. Ese amor hizo que Francisco, un archiduque de la mayor potencia de su época, se casara con Sofía, una simple mortal. De ese matrimonio morganático, se excluirían sus hijos de la herencia del trono de los Habsburgos. Pero eso no le importaba nada a la pareja romántica. Ellos estaban disfrutando de su amor y del poder precario. Juntos habían enviado un telegrama a sus hijos, avisándoles de su pronto regreso de Serbia a Viena. Hace poco, su guardia imperial había detenido al fotógrafo del palacio, pensando que era un conspirador con un arma en lugar de una cámara… Estaban todos nerviosos, porque sabían que Francisco Fernando no era una persona querida por el pueblo.
Ahora, su coche estaba seguido por un convoy noble. Los árboles de damasco estaban florecidos, y el sol, después de una breve lluvia torrencial, brillaba de nuevo. Más allá, por entre la hierba del río de Sarajevo, cinco revolucionarios jóvenes -serbios de Bosnia- estaban acechando a la pareja ducal. Eran los cinco dedos de la “Mano Negra” –una organización, cuyo objetivo era la expansión de Serbia de manera violenta.
El coche ducal está pasando ya con una velocidad de treinta kilómetros, astronómica para su época, cuando uno de los conspiradores, sorprendido por el susto de ver que varios policías se encuentran a su lado, no se atreve a disparar. Por la otra orilla de la calle y por entre las hierbas del río, Cabrínovich -el otro conspirador- enciende la mecha y tira al coche una bomba provisional. Francisco Fernando, que ha visto el movimiento sospechoso, se levanta y tira la bomba a la calle empedrada, donde ella estalla dejando a varios heridos. Cabrínovich traga inmediatamente el veneno que guardaba en una botellita, pero sin resultado. Sobrecogido por el pánico y pensando con horror en lo que le estaría esperando si lo arrestasen los policías, se tira al río, pero ahí lo atrapan.
El coche principesco emprende su ruta prevista hacia la Municipalidad, pero esta vez con una velocidad mayor. Allí, el Archiduque no quiso sentarse, ni siquiera escuchar la charla del Alcalde; nervioso, bajó las gradas, entró de nuevo en el coche, y ordenó dirigirse al hospital, para informarse personalmente acerca de la suerte de los heridos. Uno de sus seguidores, el conde Charrak, insistió sentarse en la parte izquierda del coche. Pues, así es que se combina el azar con la historia... Si el Archiduque Francisco Fernando de Austria y Hungría se hubiera sentado en la parte izquierda del coche, no habría recibido las balas de sus enemigos, y así se habría evitado la Primera Guerra Mundial... Pero el coche imperial ya está cerca del puente, y Princip –el otro conspirador serbio de la “Mano Negra”- está disparando desde una distancia de cinco metros. Una de sus balas se clavó en el cuello de Francisco Fernando, rompiéndole la carótida. La sangre tiñó los botones dorados de su guerrera celeste, de un color rojo brillante, imperial. La otra bala –como espermatozoide mortal- penetró agresivamente en el vientre de la duquesa Sofía. Antes de fallecer, Francisco pudo susurrar a su querida Sofía agonizando:
-No te mueras, mi amor, por Dios, ¡no te mueras!... Hazlo por nuestros hijos...
Pero la suerte ya estaba decidida: Sofía murió antes de que el coche se parara y Francisco Fernando quince minutos después, y junto a esa pareja romántica, falleció la “belle époque”.
Buen pretexto para comenzar la Primera Guerra Mundial; un suicidio de una era, después de noventa y nueve años de paz. Era un deber de los líderes europeos de evitar la autodestrucción del orden social del viejo continente. Las causas, claro, eran diferentes: la sofocación financiera de Europa Central, provocada por la expansión colonial de los países europeos del Occidente era la verdadera razón por la cual Austria declaró la guerra a Serbia un mes más tarde. Agosto. Rusia es atacada por Austria y Alemania. Inglaterra invade Alemania y Alemania se mete en guerra con Francia, mientras que Bélgica y Japón declaran la guerra a Alemania. Un año más tarde, Italia abandonará a su aliado, Alemania, y accederá a la “Entente” de Francia, Inglaterra y Rusia. En los hogares de la clase media, los chiquitos llevaban uniformes de marinero, y sus cuartos estaban llenos de soldaditos de plomo. Es lo que se dice en Grecia: “Si te meten en el baile, tendrás que bailar.” El 5 de septiembre de 1914, los taxistas parisinos se vieron obligados a abandonar a sus pasajeros en media calle, y llevar a tres mil soldados hasta la frontera. Pues, era una guerra de lujo... El llamado milagro de Marna. En fin, Alemania perdió la única ocasión para triunfar.
Es entonces, cuando Manuel de Falla compone en España “La vida breve”. La gente se informa con inquietud. En el mismo año, los efectos de la Primera Guerra Mundial favorecerán la producción iberoamericana. ¡Gran prosperidad económica hasta 1925! El filósofo alemán Nietzsche, el poeta británico Kipling –nacido en la India-, el escritor ruso Tolstoi y el dramaturgo noruego Ibsen, crean la cultura del siglo XX. (Quizás la última original de nuestra Era.)
Maryora y Marina, las dos hermanas de Myrsini, están desesperadas. Con un gesto inconsciente y casi psicótico revuelven sus cabellos y corren enloquecidas por aquí para estar al lado de su hermana moribunda en sus últimos momentos, por allá para cuidar al recién nacido. Ahora para consolar a Alexios –el esposo en luto de Myrsini y padre orgulloso del primer hijo varón... Después para rogar a la Virgen de Balıklı[12] que salve a su hermana. Para prepararse para la guerra que ya está ante puertas, para pagar a la partera y llamar a un doctor, médico, para volver a rogar a la Virgen de Balıklı que les proteja de la guerra, para maldecir al Sultán por su situación deplorable... Especialmente Maryora está desconsolada. Quizás presienta su futuro: un mar de llanto; por las cinco guerras y los cuatro exilios que va a sufrir. En fin, las dos mujeres se responsabilizan del niño Anguelís, puesto que el Sultán Abdülhamit manda a su ejército a Çanakkale -el estrecho de los Dardaneles- para enfrentar a los ingleses y Alexios tiene que ir. (Los griegos residentes en el territorio del imperio otomano tenían entonces nacionalidad turca.)
La batalla naval termina pronto y en 1915 Alexios regresa a Estambul con un permiso militar, donde sus hermanas casamenteras, Maryora y Marina, le recomiendan que se busque a una madre para su hijo huérfano.
-Crecer a un hijo es trabajo de mujeres. ¡Los hombres que no se metan en eso!
Y le proponen a Anatolí. Su nombre tiene doble significado: Alba y Oriente. Ella da a luz a Smaragdís, el segundo hijo de Alexios, y hermanastro de Anguelís, que ya tiene un año de edad. Pero el kısmet está prescrito y el destino se repite: este mismo año, el Sultán de la Sublime Puerta destartalada manda de nuevo a su ejército para enfrentar a los ingleses. Y Alexios va también. Esta vez a Arabia Saudita.
[1] La catedral bizantina de Constantinopla (en la actual Estambul); pasó a ser mezquita y actualmente es museo.
[2] Torre de mezquita, es decir de templo musulmán. La palabra árabe “manar” significa «faro», porque en épocas remotas se colocaban luces en los minaretes para orientar a los viajeros hacia la ciudad.
[3] Templo musulmán.
[4] El salep es una infusión caliente, típica de Turquía. Se elabora a partir del tubérculo de una orquídea con la que se elabora una harina aromática.
[5] Abdül Hamid-i Sânî Khan Ghazi II, Sultán (1876-1909): Su apodo “El Rojo” se debe a los genocidios que cometió.
[6] Alá es el nombre de Dios de los musulmanes, los fieles del Islam.
[7] Sombrero tradicional de los musulmanes.
[8] Flor del Mediterráneo.
[9] Ciudad del ex-imperio de Austria y Hungría, hoy en Bosnia.
[10] Francisco Fernando de Habsburgo, Archiduque de Austria y Hungría, sobrino del emperador Francisco José y heredero del trono después del suicidio del archiduque Rodolfo. Su matrimonio morganático con Sofía Chotek excluía a sus hijos de la ascensión al trono. Su asesinato causó la I. Guerra Mundial. Su nombre completo era: Franz Ferdinand Karl Giuermo Anikò Strezpek Belschwitz Mòric Pinche Bálint Szilveszter Gömpi Maurice Bzoch János Frajkor Ludwig van Haverbeke Josef von Habsburg-Lothringen.
[11] De descendencia germánica; antiguo alemán.
[12] Virgen de la Ortodoxía, protectora de los pescadores, venerada por griegos y turcos. En turco, balık significa pez, pescado.
Sigue el 5. capítulo: Ia. Andanzas
Cerca del puerto, el barrio llamado en griego Galatá –El Lechero-, es el corazón palpitante de este imperio oriental: entre las compañías marítimas y los bancos, un enjambre de técnicos y artesanos trabajan como hormigas. Por un lado, la ciudad europea, donde viven los cristianos, y por el otro, el casco viejo musulmán de Asia. Un crisol cultural, por donde pasan lindas mujeres de Armenia de piel como seda blanca y sacerdotes judíos de trenzas largas y negras, turcas emburujadas en su çarşaf –la bata negra que cubre todos los detalles del cuerpo y de la cara- y hombres jóvenes de Europa, con sus fraques grises, búlgaras altas y cuadradas con flores multicolores en el cabello y sacerdotes griegos ortodoxos, de barba larga y blanca. Junto a todos ellos, carruajes de bueyes y caballos y vendedores de agua, té y salep[4] con sus jarras doradas y sus vasitos de cristal campaniformes. Una sinfonía musical…
En Dolmabahçe sarayı -el palacio de la Sublime Puerta-, una “torta matrimonial”, hecha en mármol blanco en medio de rosales iraníes y cipreses griegos que sobrevuelan bandadas de palomas blancas, y decorado con encajes esculpidos en madera blanca, y con las puertas kitsch, un kitsch turco-afrancesado con rosas pintadas en rojo oscuro sobre la madera verde clara, frente a un espejo veneciano –como en “Las Meninas” de Velázquez- su Imperial Majestad, el Sultán PadişahAbdülhamit-i Sânî Ulu Khan Ghazi II el Rojo [5], -el Gran Khan y dueño de los dos mares: el negro y el blanco, emperador de Asia y Europa, rey de los turcos y los otomanos y califa de los fieles, la sombra de Alá[6] en la Tierra-, un títere momificado de las superpotencias de la época, de cara mortalmente pálida, barba teñida de azabache y bigotes marchitos, disfruta de su tiempo de ocio, recostado con su fez[7] carmesí entre los almohadones y frente a un brasero de plata encendido –carmesí, también-, contemplando a las hanım –las mujeres de su harén, bañadas en leche y perfumes- bailando çiftelel -la danza lasciva de la barriga- y mostrando maniáticas sus axilas afeitadas (como sus vaginas). Pero no contempla la Segunda Guerra Mundial que se está acercando; ni siquiera realiza que el final fatal del Gran Paciente de Europa se está acercando: el Imperio Otomano de la Sublime Puerta de Turquía está falleciendo entre esa amalgama de estilos arquitectónicos de las gentes reunidas alrededor de las aguas del Bósforo, bajo las cúpulas arabescas y al lado de las columnas helénicas, entre las flores del rococó y bajo los arcos paleocristianos, entre los escombros dorados del pasado…
Al mismo tiempo y en el mismo lugar, miles de griegos viven siguiendo los pasos de la tradición secular de su antiguo imperio bizantino: viven de las frutas de la tierra y del mar; hablan a destiempo su lenguaje medieval y no tienen ningún contacto con los turcos.
En el hamam -el baño público- Zografa compra a la negra tunecina del portón su mahlebí -la crema de agua de rosas y azúcar- que comerá ella y sus tres hijas, Maryora, la mayor, Marina y Myrsini, la recién nacida, después de bañarse. Zografa se llama. “Pintora”. Un nombre extraño; exótico, como su belleza. Entre los múltiples arcos de herradura y las columnas, Zografa, una descendiente de las princesas de Constantinopla (así creía ella; pues, decía que de ellas había heredado el cutis bizantino y traslúcido), se quita la mantilla de seda blanca que le cubre la cabeza y le envuelve los hombros (de seda también), y deja caer sobre aquellos hombros luminosos su pelo negro-azuleado, largo, brillante y denso. Un cabello de doncella medieval. Con una toalla de algodón color vino de Burdeos envuelta alrededor de su seno, que deja descubiertas sus piernas de Afrodita, Zografa, con un tazón de plata vierte ceremoniosamente el agua humeante de la pila de alabastro blanco sobre los tres cuerpos juveniles y blancos de sus hijas, cantándoles en su lenguaje griego-bizantino:
“Te amo, por que eres bella / te amo, por que eres Tú / y amo a todo el mundo / por que ahí vives tú. / Alma mía, vida y luz, / no tienes pena, amor ni compasión. / Tal joven como soy yo, / ¿no te duele torturar? / La hierba del amor / ¿dónde la encontraré? / por que mi corazón languidece / del dolor.”
Rayos morados de las ventanillas-estrellas de la cúpula cruzan el humo.
Abre una cajita de madera, esculpida con motivos arabescos, y saca de su interior una botellita de cristal y tapa dorada -como cúpula de mezquita- con 200 partes de alcohol; “partes” se llaman los gramos en esta latitud y época. Saca otra -de vidrio rojo y el retrato de una mujer obesa pero bella, con mejillas color de rosa, pintada en esmalte- con 20 partes de esencia de clavos de olor, y una más, ésta de vidrio azul cobalto, con 10 gramos de perfume de geranio[8]. En una palanganita de marfil, mezcla con reverencia las tres esencias del amor. La luna llena se refleja en el elixir resplandeciente tiñendo el marfil de color celeste, pero esta alucinación desvanece inmediatamente de los ojos de Zografa. Cierra los ojos meditando; soñando con una pasión tan dulce, como sus aromas, tan madura, como la luna llena... Ese elixir del amor apasionado se lo había heredado su tatarabuela Theodora, escrito en un pergamino antiguo. Y ahora, ella, lo ofrece a su hija recién nacida.
En este ambiente creció Myrsini, la hija menor de Zografa. Hasta el momento de su parto. A sus catorce años y medio. Fue de madrugada cuando nació Anguelís –su angelito. Un niño de cara radiante. Seguramente llevaba en su aura el ambiente de ensueño entre el oriente y el imperio bizantino de su abuela Zografa. Ese fue el único contacto –aunque sólo espiritual- del niño Anguelís con sus progenitores. Y esa fuerza radiante le serviría por toda su vida, para vivirla. La partera, con sus palanganas de agua caliente y sus hierbas curativas, trataba de mantener a Myrsini en la vida. Diez días y nueve noches pasó Myrsini en una niebla blanca y muda, hasta que la mañana del domingo 29 de junio de 1914 el presente temporal se convirtió en eternidad...
En Sarajevo[9] es asesinado el Archiduque Francisco Fernando[10], el heredero del trono de Austria y Hungría. Persona inteligente, algo austero, frío y de idiosincrasia inconstante; un Habsburgo típico: cabeza cuadrada, ojos melancólicos, pelo de broche y bigotes que alaban al cielo. Puro teutón[11]. Era la mañana de un domingo funesto, el 28 de junio, cuando el Archiduque, después de haber ido a misa en una capilla privada, tomó asiento en la parte trasera de su coche abierto, de color marrón. A su lado, la condesa Sofía Chotek –mujer encantadora y de carácter imponente-, llevaba un vestido largo de encaje blanco y sombrero de borde ancho. Francisco Fernando estaba vestido con su traje regio: una guerrera celeste clara con botones dorados, combinada con un pantalón negro y sombrero decorado con plumas de avestruz. La pareja principesca estaba enamorada. Ese amor hizo que Francisco, un archiduque de la mayor potencia de su época, se casara con Sofía, una simple mortal. De ese matrimonio morganático, se excluirían sus hijos de la herencia del trono de los Habsburgos. Pero eso no le importaba nada a la pareja romántica. Ellos estaban disfrutando de su amor y del poder precario. Juntos habían enviado un telegrama a sus hijos, avisándoles de su pronto regreso de Serbia a Viena. Hace poco, su guardia imperial había detenido al fotógrafo del palacio, pensando que era un conspirador con un arma en lugar de una cámara… Estaban todos nerviosos, porque sabían que Francisco Fernando no era una persona querida por el pueblo.
Ahora, su coche estaba seguido por un convoy noble. Los árboles de damasco estaban florecidos, y el sol, después de una breve lluvia torrencial, brillaba de nuevo. Más allá, por entre la hierba del río de Sarajevo, cinco revolucionarios jóvenes -serbios de Bosnia- estaban acechando a la pareja ducal. Eran los cinco dedos de la “Mano Negra” –una organización, cuyo objetivo era la expansión de Serbia de manera violenta.
El coche ducal está pasando ya con una velocidad de treinta kilómetros, astronómica para su época, cuando uno de los conspiradores, sorprendido por el susto de ver que varios policías se encuentran a su lado, no se atreve a disparar. Por la otra orilla de la calle y por entre las hierbas del río, Cabrínovich -el otro conspirador- enciende la mecha y tira al coche una bomba provisional. Francisco Fernando, que ha visto el movimiento sospechoso, se levanta y tira la bomba a la calle empedrada, donde ella estalla dejando a varios heridos. Cabrínovich traga inmediatamente el veneno que guardaba en una botellita, pero sin resultado. Sobrecogido por el pánico y pensando con horror en lo que le estaría esperando si lo arrestasen los policías, se tira al río, pero ahí lo atrapan.
El coche principesco emprende su ruta prevista hacia la Municipalidad, pero esta vez con una velocidad mayor. Allí, el Archiduque no quiso sentarse, ni siquiera escuchar la charla del Alcalde; nervioso, bajó las gradas, entró de nuevo en el coche, y ordenó dirigirse al hospital, para informarse personalmente acerca de la suerte de los heridos. Uno de sus seguidores, el conde Charrak, insistió sentarse en la parte izquierda del coche. Pues, así es que se combina el azar con la historia... Si el Archiduque Francisco Fernando de Austria y Hungría se hubiera sentado en la parte izquierda del coche, no habría recibido las balas de sus enemigos, y así se habría evitado la Primera Guerra Mundial... Pero el coche imperial ya está cerca del puente, y Princip –el otro conspirador serbio de la “Mano Negra”- está disparando desde una distancia de cinco metros. Una de sus balas se clavó en el cuello de Francisco Fernando, rompiéndole la carótida. La sangre tiñó los botones dorados de su guerrera celeste, de un color rojo brillante, imperial. La otra bala –como espermatozoide mortal- penetró agresivamente en el vientre de la duquesa Sofía. Antes de fallecer, Francisco pudo susurrar a su querida Sofía agonizando:
-No te mueras, mi amor, por Dios, ¡no te mueras!... Hazlo por nuestros hijos...
Pero la suerte ya estaba decidida: Sofía murió antes de que el coche se parara y Francisco Fernando quince minutos después, y junto a esa pareja romántica, falleció la “belle époque”.
Buen pretexto para comenzar la Primera Guerra Mundial; un suicidio de una era, después de noventa y nueve años de paz. Era un deber de los líderes europeos de evitar la autodestrucción del orden social del viejo continente. Las causas, claro, eran diferentes: la sofocación financiera de Europa Central, provocada por la expansión colonial de los países europeos del Occidente era la verdadera razón por la cual Austria declaró la guerra a Serbia un mes más tarde. Agosto. Rusia es atacada por Austria y Alemania. Inglaterra invade Alemania y Alemania se mete en guerra con Francia, mientras que Bélgica y Japón declaran la guerra a Alemania. Un año más tarde, Italia abandonará a su aliado, Alemania, y accederá a la “Entente” de Francia, Inglaterra y Rusia. En los hogares de la clase media, los chiquitos llevaban uniformes de marinero, y sus cuartos estaban llenos de soldaditos de plomo. Es lo que se dice en Grecia: “Si te meten en el baile, tendrás que bailar.” El 5 de septiembre de 1914, los taxistas parisinos se vieron obligados a abandonar a sus pasajeros en media calle, y llevar a tres mil soldados hasta la frontera. Pues, era una guerra de lujo... El llamado milagro de Marna. En fin, Alemania perdió la única ocasión para triunfar.
Es entonces, cuando Manuel de Falla compone en España “La vida breve”. La gente se informa con inquietud. En el mismo año, los efectos de la Primera Guerra Mundial favorecerán la producción iberoamericana. ¡Gran prosperidad económica hasta 1925! El filósofo alemán Nietzsche, el poeta británico Kipling –nacido en la India-, el escritor ruso Tolstoi y el dramaturgo noruego Ibsen, crean la cultura del siglo XX. (Quizás la última original de nuestra Era.)
Maryora y Marina, las dos hermanas de Myrsini, están desesperadas. Con un gesto inconsciente y casi psicótico revuelven sus cabellos y corren enloquecidas por aquí para estar al lado de su hermana moribunda en sus últimos momentos, por allá para cuidar al recién nacido. Ahora para consolar a Alexios –el esposo en luto de Myrsini y padre orgulloso del primer hijo varón... Después para rogar a la Virgen de Balıklı[12] que salve a su hermana. Para prepararse para la guerra que ya está ante puertas, para pagar a la partera y llamar a un doctor, médico, para volver a rogar a la Virgen de Balıklı que les proteja de la guerra, para maldecir al Sultán por su situación deplorable... Especialmente Maryora está desconsolada. Quizás presienta su futuro: un mar de llanto; por las cinco guerras y los cuatro exilios que va a sufrir. En fin, las dos mujeres se responsabilizan del niño Anguelís, puesto que el Sultán Abdülhamit manda a su ejército a Çanakkale -el estrecho de los Dardaneles- para enfrentar a los ingleses y Alexios tiene que ir. (Los griegos residentes en el territorio del imperio otomano tenían entonces nacionalidad turca.)
La batalla naval termina pronto y en 1915 Alexios regresa a Estambul con un permiso militar, donde sus hermanas casamenteras, Maryora y Marina, le recomiendan que se busque a una madre para su hijo huérfano.
-Crecer a un hijo es trabajo de mujeres. ¡Los hombres que no se metan en eso!
Y le proponen a Anatolí. Su nombre tiene doble significado: Alba y Oriente. Ella da a luz a Smaragdís, el segundo hijo de Alexios, y hermanastro de Anguelís, que ya tiene un año de edad. Pero el kısmet está prescrito y el destino se repite: este mismo año, el Sultán de la Sublime Puerta destartalada manda de nuevo a su ejército para enfrentar a los ingleses. Y Alexios va también. Esta vez a Arabia Saudita.
[1] La catedral bizantina de Constantinopla (en la actual Estambul); pasó a ser mezquita y actualmente es museo.
[2] Torre de mezquita, es decir de templo musulmán. La palabra árabe “manar” significa «faro», porque en épocas remotas se colocaban luces en los minaretes para orientar a los viajeros hacia la ciudad.
[3] Templo musulmán.
[4] El salep es una infusión caliente, típica de Turquía. Se elabora a partir del tubérculo de una orquídea con la que se elabora una harina aromática.
[5] Abdül Hamid-i Sânî Khan Ghazi II, Sultán (1876-1909): Su apodo “El Rojo” se debe a los genocidios que cometió.
[6] Alá es el nombre de Dios de los musulmanes, los fieles del Islam.
[7] Sombrero tradicional de los musulmanes.
[8] Flor del Mediterráneo.
[9] Ciudad del ex-imperio de Austria y Hungría, hoy en Bosnia.
[10] Francisco Fernando de Habsburgo, Archiduque de Austria y Hungría, sobrino del emperador Francisco José y heredero del trono después del suicidio del archiduque Rodolfo. Su matrimonio morganático con Sofía Chotek excluía a sus hijos de la ascensión al trono. Su asesinato causó la I. Guerra Mundial. Su nombre completo era: Franz Ferdinand Karl Giuermo Anikò Strezpek Belschwitz Mòric Pinche Bálint Szilveszter Gömpi Maurice Bzoch János Frajkor Ludwig van Haverbeke Josef von Habsburg-Lothringen.
[11] De descendencia germánica; antiguo alemán.
[12] Virgen de la Ortodoxía, protectora de los pescadores, venerada por griegos y turcos. En turco, balık significa pez, pescado.
Sigue el 5. capítulo: Ia. Andanzas