Tanzanía: En África se ríen para no llorar...
La década de los ´50. Grecia está todavía agitado por la guerra civil –un horrible subproducto de la Segunda Mundial. Alemania -un águila de dos cabezas, pero de alas cortadas, encerrada en dos jaulas alejadas entre sí- está tratando de curar las heridas que le dejó en el alma de su pueblo un racista psicótico de bigote chingo. Gran Bretaña, la triunfadora, ya tiene bajo su dominio casi una cuarta parte de la tierra y la población del globo terrestre... Pero el sol de este imperio comenzará a ponerse en el horizonte de la tierra de los kikuyu. Por el otro lado del mundo, Puerto Rico se declarará como Estado Libre Asociado a los EE.UU. Grecia, liberada ya, pertenece a la OTAN desde 1952 y trata de respirar de nuevo su aire; a saborear su clima más típicamente mediterráneo: el del olivo. En las calles de Kalithea, en Atenas, hambre, orfandad e iras están acechando. Recuerdos de los niños escuálidos de la guerra, que los recogían a montones con las carretillas de la basura; como lo hacen hoy en día también en varias regiones de África.
Markela, la marimacha de veinte años, -la hija de Déspina- está sentada en el barreal de la acera, leyendo una carta manuscrita que acaba de recibir su familia de parte de la Cruz Roja: ¡tío Dionisio se ha encontrado! Vive en África e invita a sus sobrinos para que hagan allí una vida mejor. Mejor para ellos –que son blancos-, pero para los africanos... ¿quién les pregunta a ellos?
Markela, (montada por primera vez en avión –un modelo de SAS –las aerolíneas de Escandinavia- con hélices-, está observando sorprendida por la ventanilla los manglares: ¡árboles despuntan por dentro del mar!
-¡Qué maravilla!...
Mombasa, Dar es-Salaam, aterrizaje ruidoso.
-Welcome to British Africa!
Largo el camino para la casa en el jeep anticuado que va gimiendo por las sendas pedregosas. Nubes de polvo rojizo. En el horizonte, detrás de las acacias[1] africanas -altas y delgadas-, podadas por las jirafas para pastar, el cielo gotea plomo.
-“Vendrá la masika[2]; de nuevo nos inundaremos”, gruñe tío Dionisio hijoputeando (-“!Hakuna matiti!”) en kiswahili -la lengua internacional del África oriental, con los elementos bantú y árabes.
La casona, ahí, en un lugar entre el lago Tanganyika y el Kilimanjaro –el monte sacro del dios N’gai-, semejante a aquel que tenía Karen Blixen -la protagonista danesa de la película “Out of Africa”. Markela, como una niña, pide el permiso a su tío para correr por entre los tulipanes multicolores de la plantación. Se recuesta en los prados con avidez y llena sus brazos con flores.
-“Es que el clima aquí es muy parecido al de Holanda”, explica el tío.
Al fondo, la plantación de sizal[3] de la familia Malamatina. En el salón mayor, el cuero tendido de un leopardo, sirve como alfombra sobre el piso oscuro y brillante de ébano valioso. Dientes afilados en la boca abierta y mirada vidriosa. Lo mató –dicen- el tío Dionisio, a fuerza de sus propias manos. ¡Qué hombre tan fuerte! Claro, para poder sobrevivir en África... Markela se aterriza a un mundo cruel. Un mundo que destruye la naturaleza por capricho de un cazador intolerante. Su cara se está nublando. Como la masika tropical. Desde la cocina se escucha la voz estridente y asustada de Fatuma Shirazi –la cocinera gorda de la isla Funzi del océano Índico-, con sus vestidos multicolores y los pañuelos sofisticados en la cabeza, -las telas kanga y kitenge-, en cuyas orillas está escrito: “Baada ya dhiki faraja: después de las siniestralidades, nos está esperando la felicidad”. Las hormigas siafu han cubierto la cuna del pequeño Dennis. Por poco se lo devoran al bebé. Más allá, en la esquina, debajo del baobab, –el árbol sagrado-, Adjabu –el sirviente- echa una siesta eterna, picado por la mosca tse-tse. Era un mozo fuerte y altísimo; un verdadero guerreo de los Samburu –la tribu maasai de Kenia del Norte: musculoso y adornado con un montón de talismanes y collares hechos de minúsculas cuentas de vidrio azul, rojo, amarillo y verde. Lo tenían a su servicio desde que era niño. Además, dicen las malas lenguas de las vinas, que Adjabu era el fruto de un amor pasajero entre el tío Dionisio y una lavandera africana… Y ahora, ese cuerpo orgulloso se está deshaciendo por el hambre.
Días después, dando una vuelta por la sabana; en una Harley Davidson. Adelante, Kostas, el hermano, y atrás Markela. ¡Chiflados, los dos!... Una leona salvaje les está atacando.
-“¡No, por favor! ¡No dispares! Tiene cría...”, chilla Markela llorando por lástima y a la vez por miedo. Con un disparo al aire, la leona se esconde en la vasta lejanía del Serengeti.
Atrás, ahora, en la casa de los tulipanes. Ramazani, el sirviente musulmán –un bisnieto lejano de los árabes del reino omaní de Kilwa, en el Sur de Kenia-, nacido entre las mezquitas pétreas y grisáceas que hoy se encuentran enterradas bajo los árboles altos de Gedi, ya ha lavado su bata blanca, y ahora, en esta misma tina metálica –sucia y llena de agujeros- pone a calentar su comida: salchichas que acaba de venderle Thódoros –el otro hermano y sobrino de la familia. Le ha convencido de que son preparadas de carne de res.
-“Pero, si él sabe que los musulmanes no comen la carne de cerdo. ¿Por qué no respeta la cultura local? Nosotros, los griegos, ¿por qué nos enfadamos cuando los extranjeros no respetan nuestra civilización helénica? ¿Por qué no le permiten que lave su ropa junto a la nuestra? Y, ¿por qué él no come lo que comemos nosotros, allí en el salón mayor? Si él trabaja con nosotros…”, pregunta Markela, la inocente de Atenas hospitalario. (¿Cómo iba a saber que la Grecia actual enfrentaría la gangrena del racismo que no deja florecer los híbridos –esas hermosísimas flores del encuentro de los pueblos y de sus culturas?)
-Él no trabaja CON nosotros, sino PARA nosotros. ¡Pon atención! Ésa es la diferencia. De todas maneras, era equivocada tu decisión de venir aquí. África no es para ti. Tú no eres bastante dura; A pesar de que eres una marimacha... Aquí tenemos un dicho: “A tu negro si lo lavas, tus jabones gastarás”; es decir: “esto no cambiará ni cuando la rana eche pelos”.
Varios meses más tarde: una excursión al pueblo Ndarakwai de los maasai. Los indígenas, orejones con agujeros y una cobija a cuadros rojos, que usan como vestido. Una reminiscencia de la colonia británica. Una adarga negra y roja está recostada en la pared hecha de boñiga de buey, al lado de la puerta de madera de la choza. La tía Lucía, -conocida bruja de la comunidad griega de Tanzania, por los brebajes que preparaba con la ayuda de los chamanes negros (a quienes, decía, que no quería verlos ni en pintura), explica que la negra que vive en esta choza, seguramente tiene adentro a su amante y disfrutan juntos su amor sobre la hamaca... Y él, ha dejado su adarga y su lanza, como un aviso para el esposo legal. Así, en el caso de que él vuelva más temprano, no se sentirá engañado; no se enfadará.
-“Y, ¿si el amante no deja su adarga a la puerta?”, pregunta Markela excitada a la tía bruja.
-Εh, entonces, el esposo, con la ayuda de todos los miembros de la tribu, cortará los órganos genitales del amante, y le obligará a nadar en el río de los caimanes para buscarlos.
Antiguas historias africanas, cuyas raíces se pierden en la prehistoria de los hombres primordiales Orrorin tugenensis, desde hace seis millones de años.
De noche, en el cine en blanco y negro, con Tarzán –que hablaba en inglés-, todos de pie, saludan silenciosamente a la reina Isabela II de Gran Bretaña, quien aparece en la pantalla de tela antes de cada película para recibir su mención honorífica –aunque de manera imaginativa-, mientras que los hindúes que viven aquí, sentados en la tierra pisada del cine, están comiendo con las manos su arroz basmati aromático con curry, y eructan. (¿No fue por aquí cerca, en África del Sur, donde había ido Mahatma Gandhi –el líder hindú- durante sus primeros pasos hacia la liberación de la India de los ingleses? Desde entonces es que existe también en Mombasa ese templo zainista, todo blanco.)
Unos años después, Ramazani se subirá a una de las palmas de la hacienda vecina para cortar un coco y saciar su hambre. Markela –la astuta-, excitada por la apariencia del negro con sus... ricas atracciones, está observando que debajo de su bata blanca y larga, no lleva ropa interior... Su alegría vino a interrumpir, a cortar para siempre, el viejo Mister Thorp, el dueño británico de la hacienda vecina, un viejo de cara enrojecida y mirada vidriosa. Hace algún tiempo, Markela le había dicho en una recepción formal de sombreros con velo:
-“Señor, yo hago un esfuerzo para aprender el kiswahili, el idioma de los africanos.”
Y él le había escupido un frío y seco:
-“Never!, ¡Nunca!”
Y ahora, él está aquí, apuntando con su rifle a Ramazani, encaramado sobre la palma. Con un disparo estridente, -como aquel “Never!, ¡Nunca!”, tira al suelo al sirviente africano sangriento. Tan sólo por que el pobre trató de engañar su hambre con los frutos de su propia patria.
-¡Ya! ¡Esto es el colmo! ¡Rápido al avión y atrás pa´ Grecia! !No aguanto más aquí!”, chilló Markela y tiró a la cara de su tío el dinero semanal que le daba para que ella se lo mandara a los otros hambrientos; a aquéllos de la Grecia de la post-guerra.
Ese mismo: “¡Ya! ¡Esto es el colmo!”, dijeron también en aquella época los dinámicos kikuyu –los kenianos que se sublevaron bajo el liderazgo de Jomo Kenyatta[4], y la gente de Tanzania con su propio líder, Julio Nyerere[5]. Esos dos comenzaron los movimientos libertadores y fundaron sus partidos políticos. A pesar de que en África predomina el “pole-pole”, y todo se desarrolla lentamente, los dos líderes obtuvieron inmediatamente una base popular de apoyo, echaron a los colonos y ganaron las primeras elecciones libres. Tan grande era el deseo del pueblo africano para la libertad, que entre 1952 y ´56, les llevo hacia la rebelión sangrienta de los mau mau, teniendo a Kenyatta como líder. Esa revolución fue suprimida por los colonos británicos y Kenyatta fue a la cárcel. Pero, eso era el comienzo de una evolución.
Hoy en día, en los albores del siglo XXI, que Kenia albergó el escándalo del caso de Öcalan[6], que Zanzíbar ha abolido el oficio del sultán y se ha unido con Tanzania, que Ruanda se ha bañado en su propia sangre por los Hutu –a quienes apoya la Iglesia Católica de los blancos-, que Uganda ya ha conocido el horroroso poder del dictador Idi Amin Dada –una herencia más que han dejado los colonos-, ahora que todo África vive entre el miedo, el dolor, la muerte y la locura de la pérdida de su identidad cultural, pero también en los “lodges” con sus románticos toldos mosquiteros y en los photo-safaris de los turistas ricos, con los leones simba, los leopardos chui, los rinocerontes blancos kifaru, los hipopótamos kiboko, las ligeras antílopes de Thompson, los babuinos y los marabúes, los cocodrilos, las avestruces y las zebras, y canta:
“Nakupenda wewe / Te quiero”,
en los bares nocturnos de Kilindi, el hijo de esa Markela, ya cuarentón, recuerdo las historias que me contaba mi madre para comer, cuando yo era niño. Ahora, viajo por el África de mis recuerdos infantiles, observo los “gnu” que emigran forjando con sus pezuñas su senda anual en la tierra seca, me casé con Maricela –la que lleva el nombre de mi madre- (otra historia tropical, esa, la de Costa Rica), y crezco a mi hija, Danai Eréndira, con la esperanza (quizás falsa) de vivir en un mundo donde habrá espacio para muchos mundos, y en una patria universal, la cual prácticamente será la Tierra entera. Ahí, donde toda la gente, hombres y mujeres, serán iguales entre si, a pesar de sus diferencias.
En la Gran Sabana de Masai Mara, bajo el vasto cielo, cambio una llanta rota de su jeep 4X4, mientras que mi chofer de la tribu de los gikuyu, está observando con sus binoculares el horizonte abierto con las suaves colinas onduladas, por si acaso aparece aquella leona que había atacado a Markela... Aprendo a tocar música con la “gayamba” de una mujer “giriama” en la playa de Watamu y a bailar con “Jino la pembe” –la canción matrimonial que simboliza la unión de la pareja mediante los colmillos de elefante. Voy a nadar en “No-name island” –la isla sin nombre que aparece y desvanece satisfaciendo las ganas de la marea; y cuando veo en una calle de Nairobi a los niños descalzos de pelo rizado y denso, y con moscas en la boca y por las orillas de los ojos, peleando entre sí con puñales por un sólo dólar, (desgraciadamente, ahí ha llevado la explotación colonial al ser humano actual), no sé cómo reaccionar: ¿regalar a esa gente lo que llevo en mis bolsillos, o acaso les haré así un daño mayor? ¿Qué les pueden hacer unos míseros dólares de un pobre turista, cuando un continente entero se priva de todo bien básico? Más allá, tomo unas cervezas con mis nuevos amigos de Bombolulu –la región marginal con el Centro de Apoyo a los Inválidos-, ahí, al lado del hotel “Furahaleo-Felicidad”, hecho de adobe y techo de paja, para los pobres que vienen de los pueblos; voy errando por el Castillo do Bom Jesús de los portugueses y de sus esclavos encadenados del siglo XVI, en Mombassa, y saco fotografías de las nubes de flamingos rosados en el lago de Nakuru. Me encuentro con los corredores de la tribu Kalenjin y con los chamanes Mganga, los El-molo, que duermen con una minúscula e incomodísima almohada de madera, y con los Mijikenda, los Akamba, con las extrañas colmenas –hechas de troncos cavados-, los Luo, con la bellísima arquitectura de sus chozas, los músicos Kikuyu y Pokot y con la gente de la tribu que vive cerca de la frontera con Etiopia, -allá, por el lago de Turkana- y les saludo en su lengua:
-“Mata nabo, mata nawi, mata luli, mata ngiriu, mata yu? Yang’a Turkana!”
Te agradezco, Markela, aunque ya no estás en esta vida, por que me has crecido con tus historias africanas y me has dado una mentalidad abierta a los colores, los sonidos, los esquemas y las fragancias del mundo entero...
Quizás el próximo año vayamos en familia a Lamu –la ciudad coralina- al norte de Kenia, que se ha registrado en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. ¡Qué personas tan sonrientes, esos kenianos! El pueblo más sonriente que jamás he visto en los setenta países que he visitado.
Twende!-¡Vamos!
[1] Árboles típicos de la sabana oriental de África.
[2] En la lengua suajili: lluvia torrencial, aguacero.
[3] Sizal: planta cactoide que produce cabuya para la fabricación de mecates.
[4] Kenyatta, Jomo (1892 - 1978): político africano, el primer Primer Ministro y Presidente de Kenia tras la independencia. Está considerado el padre fundador de la nación keniana.
[5] Nyerere, Julius Kambarage (Tanzania, 1922 - Londres, 1999): políticotanzano, presidente de la Tanganica independiente, y después de la federación de Tanzania.
[6] Öcalan, Abdullah: el líder del PKK –el movimiento libertador izquierdista de los kurdos de Turquía, condenado en Turquía a cadena perpetua por cargos de "terrorismo" y "separatismo armado", fue traicionado en Kenia. En ese escándalo estaba involucrado un espía del servicio de información secreta de Grecia.
Sigue el capítulo 14. Colorín, colorado este cuento se ha acabado... en los trópicos. Maracuyá, la fruta de la pasión.
Markela, la marimacha de veinte años, -la hija de Déspina- está sentada en el barreal de la acera, leyendo una carta manuscrita que acaba de recibir su familia de parte de la Cruz Roja: ¡tío Dionisio se ha encontrado! Vive en África e invita a sus sobrinos para que hagan allí una vida mejor. Mejor para ellos –que son blancos-, pero para los africanos... ¿quién les pregunta a ellos?
Markela, (montada por primera vez en avión –un modelo de SAS –las aerolíneas de Escandinavia- con hélices-, está observando sorprendida por la ventanilla los manglares: ¡árboles despuntan por dentro del mar!
-¡Qué maravilla!...
Mombasa, Dar es-Salaam, aterrizaje ruidoso.
-Welcome to British Africa!
Largo el camino para la casa en el jeep anticuado que va gimiendo por las sendas pedregosas. Nubes de polvo rojizo. En el horizonte, detrás de las acacias[1] africanas -altas y delgadas-, podadas por las jirafas para pastar, el cielo gotea plomo.
-“Vendrá la masika[2]; de nuevo nos inundaremos”, gruñe tío Dionisio hijoputeando (-“!Hakuna matiti!”) en kiswahili -la lengua internacional del África oriental, con los elementos bantú y árabes.
La casona, ahí, en un lugar entre el lago Tanganyika y el Kilimanjaro –el monte sacro del dios N’gai-, semejante a aquel que tenía Karen Blixen -la protagonista danesa de la película “Out of Africa”. Markela, como una niña, pide el permiso a su tío para correr por entre los tulipanes multicolores de la plantación. Se recuesta en los prados con avidez y llena sus brazos con flores.
-“Es que el clima aquí es muy parecido al de Holanda”, explica el tío.
Al fondo, la plantación de sizal[3] de la familia Malamatina. En el salón mayor, el cuero tendido de un leopardo, sirve como alfombra sobre el piso oscuro y brillante de ébano valioso. Dientes afilados en la boca abierta y mirada vidriosa. Lo mató –dicen- el tío Dionisio, a fuerza de sus propias manos. ¡Qué hombre tan fuerte! Claro, para poder sobrevivir en África... Markela se aterriza a un mundo cruel. Un mundo que destruye la naturaleza por capricho de un cazador intolerante. Su cara se está nublando. Como la masika tropical. Desde la cocina se escucha la voz estridente y asustada de Fatuma Shirazi –la cocinera gorda de la isla Funzi del océano Índico-, con sus vestidos multicolores y los pañuelos sofisticados en la cabeza, -las telas kanga y kitenge-, en cuyas orillas está escrito: “Baada ya dhiki faraja: después de las siniestralidades, nos está esperando la felicidad”. Las hormigas siafu han cubierto la cuna del pequeño Dennis. Por poco se lo devoran al bebé. Más allá, en la esquina, debajo del baobab, –el árbol sagrado-, Adjabu –el sirviente- echa una siesta eterna, picado por la mosca tse-tse. Era un mozo fuerte y altísimo; un verdadero guerreo de los Samburu –la tribu maasai de Kenia del Norte: musculoso y adornado con un montón de talismanes y collares hechos de minúsculas cuentas de vidrio azul, rojo, amarillo y verde. Lo tenían a su servicio desde que era niño. Además, dicen las malas lenguas de las vinas, que Adjabu era el fruto de un amor pasajero entre el tío Dionisio y una lavandera africana… Y ahora, ese cuerpo orgulloso se está deshaciendo por el hambre.
Días después, dando una vuelta por la sabana; en una Harley Davidson. Adelante, Kostas, el hermano, y atrás Markela. ¡Chiflados, los dos!... Una leona salvaje les está atacando.
-“¡No, por favor! ¡No dispares! Tiene cría...”, chilla Markela llorando por lástima y a la vez por miedo. Con un disparo al aire, la leona se esconde en la vasta lejanía del Serengeti.
Atrás, ahora, en la casa de los tulipanes. Ramazani, el sirviente musulmán –un bisnieto lejano de los árabes del reino omaní de Kilwa, en el Sur de Kenia-, nacido entre las mezquitas pétreas y grisáceas que hoy se encuentran enterradas bajo los árboles altos de Gedi, ya ha lavado su bata blanca, y ahora, en esta misma tina metálica –sucia y llena de agujeros- pone a calentar su comida: salchichas que acaba de venderle Thódoros –el otro hermano y sobrino de la familia. Le ha convencido de que son preparadas de carne de res.
-“Pero, si él sabe que los musulmanes no comen la carne de cerdo. ¿Por qué no respeta la cultura local? Nosotros, los griegos, ¿por qué nos enfadamos cuando los extranjeros no respetan nuestra civilización helénica? ¿Por qué no le permiten que lave su ropa junto a la nuestra? Y, ¿por qué él no come lo que comemos nosotros, allí en el salón mayor? Si él trabaja con nosotros…”, pregunta Markela, la inocente de Atenas hospitalario. (¿Cómo iba a saber que la Grecia actual enfrentaría la gangrena del racismo que no deja florecer los híbridos –esas hermosísimas flores del encuentro de los pueblos y de sus culturas?)
-Él no trabaja CON nosotros, sino PARA nosotros. ¡Pon atención! Ésa es la diferencia. De todas maneras, era equivocada tu decisión de venir aquí. África no es para ti. Tú no eres bastante dura; A pesar de que eres una marimacha... Aquí tenemos un dicho: “A tu negro si lo lavas, tus jabones gastarás”; es decir: “esto no cambiará ni cuando la rana eche pelos”.
Varios meses más tarde: una excursión al pueblo Ndarakwai de los maasai. Los indígenas, orejones con agujeros y una cobija a cuadros rojos, que usan como vestido. Una reminiscencia de la colonia británica. Una adarga negra y roja está recostada en la pared hecha de boñiga de buey, al lado de la puerta de madera de la choza. La tía Lucía, -conocida bruja de la comunidad griega de Tanzania, por los brebajes que preparaba con la ayuda de los chamanes negros (a quienes, decía, que no quería verlos ni en pintura), explica que la negra que vive en esta choza, seguramente tiene adentro a su amante y disfrutan juntos su amor sobre la hamaca... Y él, ha dejado su adarga y su lanza, como un aviso para el esposo legal. Así, en el caso de que él vuelva más temprano, no se sentirá engañado; no se enfadará.
-“Y, ¿si el amante no deja su adarga a la puerta?”, pregunta Markela excitada a la tía bruja.
-Εh, entonces, el esposo, con la ayuda de todos los miembros de la tribu, cortará los órganos genitales del amante, y le obligará a nadar en el río de los caimanes para buscarlos.
Antiguas historias africanas, cuyas raíces se pierden en la prehistoria de los hombres primordiales Orrorin tugenensis, desde hace seis millones de años.
De noche, en el cine en blanco y negro, con Tarzán –que hablaba en inglés-, todos de pie, saludan silenciosamente a la reina Isabela II de Gran Bretaña, quien aparece en la pantalla de tela antes de cada película para recibir su mención honorífica –aunque de manera imaginativa-, mientras que los hindúes que viven aquí, sentados en la tierra pisada del cine, están comiendo con las manos su arroz basmati aromático con curry, y eructan. (¿No fue por aquí cerca, en África del Sur, donde había ido Mahatma Gandhi –el líder hindú- durante sus primeros pasos hacia la liberación de la India de los ingleses? Desde entonces es que existe también en Mombasa ese templo zainista, todo blanco.)
Unos años después, Ramazani se subirá a una de las palmas de la hacienda vecina para cortar un coco y saciar su hambre. Markela –la astuta-, excitada por la apariencia del negro con sus... ricas atracciones, está observando que debajo de su bata blanca y larga, no lleva ropa interior... Su alegría vino a interrumpir, a cortar para siempre, el viejo Mister Thorp, el dueño británico de la hacienda vecina, un viejo de cara enrojecida y mirada vidriosa. Hace algún tiempo, Markela le había dicho en una recepción formal de sombreros con velo:
-“Señor, yo hago un esfuerzo para aprender el kiswahili, el idioma de los africanos.”
Y él le había escupido un frío y seco:
-“Never!, ¡Nunca!”
Y ahora, él está aquí, apuntando con su rifle a Ramazani, encaramado sobre la palma. Con un disparo estridente, -como aquel “Never!, ¡Nunca!”, tira al suelo al sirviente africano sangriento. Tan sólo por que el pobre trató de engañar su hambre con los frutos de su propia patria.
-¡Ya! ¡Esto es el colmo! ¡Rápido al avión y atrás pa´ Grecia! !No aguanto más aquí!”, chilló Markela y tiró a la cara de su tío el dinero semanal que le daba para que ella se lo mandara a los otros hambrientos; a aquéllos de la Grecia de la post-guerra.
Ese mismo: “¡Ya! ¡Esto es el colmo!”, dijeron también en aquella época los dinámicos kikuyu –los kenianos que se sublevaron bajo el liderazgo de Jomo Kenyatta[4], y la gente de Tanzania con su propio líder, Julio Nyerere[5]. Esos dos comenzaron los movimientos libertadores y fundaron sus partidos políticos. A pesar de que en África predomina el “pole-pole”, y todo se desarrolla lentamente, los dos líderes obtuvieron inmediatamente una base popular de apoyo, echaron a los colonos y ganaron las primeras elecciones libres. Tan grande era el deseo del pueblo africano para la libertad, que entre 1952 y ´56, les llevo hacia la rebelión sangrienta de los mau mau, teniendo a Kenyatta como líder. Esa revolución fue suprimida por los colonos británicos y Kenyatta fue a la cárcel. Pero, eso era el comienzo de una evolución.
Hoy en día, en los albores del siglo XXI, que Kenia albergó el escándalo del caso de Öcalan[6], que Zanzíbar ha abolido el oficio del sultán y se ha unido con Tanzania, que Ruanda se ha bañado en su propia sangre por los Hutu –a quienes apoya la Iglesia Católica de los blancos-, que Uganda ya ha conocido el horroroso poder del dictador Idi Amin Dada –una herencia más que han dejado los colonos-, ahora que todo África vive entre el miedo, el dolor, la muerte y la locura de la pérdida de su identidad cultural, pero también en los “lodges” con sus románticos toldos mosquiteros y en los photo-safaris de los turistas ricos, con los leones simba, los leopardos chui, los rinocerontes blancos kifaru, los hipopótamos kiboko, las ligeras antílopes de Thompson, los babuinos y los marabúes, los cocodrilos, las avestruces y las zebras, y canta:
“Nakupenda wewe / Te quiero”,
en los bares nocturnos de Kilindi, el hijo de esa Markela, ya cuarentón, recuerdo las historias que me contaba mi madre para comer, cuando yo era niño. Ahora, viajo por el África de mis recuerdos infantiles, observo los “gnu” que emigran forjando con sus pezuñas su senda anual en la tierra seca, me casé con Maricela –la que lleva el nombre de mi madre- (otra historia tropical, esa, la de Costa Rica), y crezco a mi hija, Danai Eréndira, con la esperanza (quizás falsa) de vivir en un mundo donde habrá espacio para muchos mundos, y en una patria universal, la cual prácticamente será la Tierra entera. Ahí, donde toda la gente, hombres y mujeres, serán iguales entre si, a pesar de sus diferencias.
En la Gran Sabana de Masai Mara, bajo el vasto cielo, cambio una llanta rota de su jeep 4X4, mientras que mi chofer de la tribu de los gikuyu, está observando con sus binoculares el horizonte abierto con las suaves colinas onduladas, por si acaso aparece aquella leona que había atacado a Markela... Aprendo a tocar música con la “gayamba” de una mujer “giriama” en la playa de Watamu y a bailar con “Jino la pembe” –la canción matrimonial que simboliza la unión de la pareja mediante los colmillos de elefante. Voy a nadar en “No-name island” –la isla sin nombre que aparece y desvanece satisfaciendo las ganas de la marea; y cuando veo en una calle de Nairobi a los niños descalzos de pelo rizado y denso, y con moscas en la boca y por las orillas de los ojos, peleando entre sí con puñales por un sólo dólar, (desgraciadamente, ahí ha llevado la explotación colonial al ser humano actual), no sé cómo reaccionar: ¿regalar a esa gente lo que llevo en mis bolsillos, o acaso les haré así un daño mayor? ¿Qué les pueden hacer unos míseros dólares de un pobre turista, cuando un continente entero se priva de todo bien básico? Más allá, tomo unas cervezas con mis nuevos amigos de Bombolulu –la región marginal con el Centro de Apoyo a los Inválidos-, ahí, al lado del hotel “Furahaleo-Felicidad”, hecho de adobe y techo de paja, para los pobres que vienen de los pueblos; voy errando por el Castillo do Bom Jesús de los portugueses y de sus esclavos encadenados del siglo XVI, en Mombassa, y saco fotografías de las nubes de flamingos rosados en el lago de Nakuru. Me encuentro con los corredores de la tribu Kalenjin y con los chamanes Mganga, los El-molo, que duermen con una minúscula e incomodísima almohada de madera, y con los Mijikenda, los Akamba, con las extrañas colmenas –hechas de troncos cavados-, los Luo, con la bellísima arquitectura de sus chozas, los músicos Kikuyu y Pokot y con la gente de la tribu que vive cerca de la frontera con Etiopia, -allá, por el lago de Turkana- y les saludo en su lengua:
-“Mata nabo, mata nawi, mata luli, mata ngiriu, mata yu? Yang’a Turkana!”
Te agradezco, Markela, aunque ya no estás en esta vida, por que me has crecido con tus historias africanas y me has dado una mentalidad abierta a los colores, los sonidos, los esquemas y las fragancias del mundo entero...
Quizás el próximo año vayamos en familia a Lamu –la ciudad coralina- al norte de Kenia, que se ha registrado en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. ¡Qué personas tan sonrientes, esos kenianos! El pueblo más sonriente que jamás he visto en los setenta países que he visitado.
Twende!-¡Vamos!
[1] Árboles típicos de la sabana oriental de África.
[2] En la lengua suajili: lluvia torrencial, aguacero.
[3] Sizal: planta cactoide que produce cabuya para la fabricación de mecates.
[4] Kenyatta, Jomo (1892 - 1978): político africano, el primer Primer Ministro y Presidente de Kenia tras la independencia. Está considerado el padre fundador de la nación keniana.
[5] Nyerere, Julius Kambarage (Tanzania, 1922 - Londres, 1999): políticotanzano, presidente de la Tanganica independiente, y después de la federación de Tanzania.
[6] Öcalan, Abdullah: el líder del PKK –el movimiento libertador izquierdista de los kurdos de Turquía, condenado en Turquía a cadena perpetua por cargos de "terrorismo" y "separatismo armado", fue traicionado en Kenia. En ese escándalo estaba involucrado un espía del servicio de información secreta de Grecia.
Sigue el capítulo 14. Colorín, colorado este cuento se ha acabado... en los trópicos. Maracuyá, la fruta de la pasión.