IV. Mar Negro
(Capítulo no terminado)
En otra latitud del mismo microcosmos histórico, en el Mar Negro, y aproximadamente en las mismas fechas de 1882, Kali y su esposo Pilos, están caminando por entre el bosque denso y oscuro del monte Cáucaso, entre Europa y Asia. A la desembocadura del cañón pétreo y salvaje, empieza a distinguirse el Mar Negro. Çiruksü se llama ese lugar y está cerca de la ciudad de Batumi[1]. Su nombre suena turco; una pesadilla para los habitantes greco hablantes que venían de Trebizonde, la ciudad principal de Pontos[2]. Un sueño negro que muy pronto se diluirá, al saber que los escasos habitantes de la región se llaman Atzaralı, y no son turcos, sino georgianos de Gruznia[3] que se han convertido en el islam. Y el lugar tiene nombre turco, por que ahí viven también algunos azeríes[4] que han adoptado la lengua del conquistador. Pero esa región, ahora pertenece al zar Nicolás de Rusia[5], y por eso es que Kali y Pilos se van ahí; para buscar un futuro mejor. Las autoridades rusas han demostrado mucho interés en conceder a Kali y Pilos y a los demás refugiados griegos tierras y otras facilidades para su instalación en la región del Cáucaso. Dicen las malas lenguas que los habitantes griegos de Pontos, es decir del Mar Negro, son estúpidos; pero se dice también que el que tiene lengua de víbora se la muerde y muere envenenado...
Los pontios, pues, (llamémoslos así, empleando su propio idioma), son los descendientes de los argonautas de Jasón, quienes en tiempos remotos y perdidos en las tinieblas de la antigüedad protohistórica viajaron desde Iolkós de Grecia hasta las extremidades del Mar Negro –que también se llama “mar acogedor” para amansar de ese modo mágico sus olas homicidas-, procurando el vellocino de oro del carnero que había salvado de un sacrificio humano a Frixo y a su hermana Hele, llevándolos a su espalda y volando por encima del mar hasta Cólquide, la ciudad mítica que coincide con la actual Batumi. Aquel sacrificio fue presagiado por la adivina Pitia en Delfos, a la cual había pagado Inó, la madrastra mala de los dos jóvenes, para quitárselos de encima y aprovechar del trono de su esposo Atamante. Pero, el espíritu de Néfele, la madre muerta de los dos hermanos y ex-reina, previno el presagio funesto, explicando a su ex-esposo que no fueron sus hijos quienes habían quemado la cosecha anual del reino, sino la misma Inó, su segunda esposa y reina. Sin embargo, el filtro maternal no pudo salvar a su querida hija, Hele, la cual se cayó del lomo del carnero y se ahogó en el estrecho que desde entonces se llama Helesponto. Es ese mismo estrecho que hoy en día se llama Dardaneles en griego y Çanakkale en turco. El vellocino quedó en manos del rey local Eítis –que era venerado por los indígenas como hijo del Sol- y a él fueron a enfrentar los argonautas, que son los tatarabuelos de los actuales griegos del Mar Negro.
Por el otro lado de la línea recta que une el imperio otomano y Grecia, en Salónica –Selânik se llamaba en turco la antigua capital de Alejandro el Magno-, dos milenios y medio más tarde, el pequeño turco Mustafa, el huérfano del aduanero Ali Rıza –el albanés-, tiene que abandonar la escuela, para escapar con su madre, Zübeyde Hanım, y sus dos hermanas; la guerra entre los dos países eternamente enemigos cobra muchas vidas.
-¿Acaso te volveré a ver, mi tierra querida?
En su exilio tendrá que trabajar como espantapájaros, echando a los cuervos de las parcelas sembradas de trigo. Ahí construirá una choza de madera, donde pasará muchas horas de soledad, pensando en las pérdidas de su vida: padre, hermano, casa, escuela y patria… La misma historia en dos idiomas: griego al principio y turco después. Esa choza sustituiría, por lo menos, su casa. Una noche, cuando Morfeo[6] se lo había llevado en sus brazos, Mustafa soñó con su hermanito menor, que estaba enterrado allá, en Salónica:
“Una estela pétrea, coronada por un rígido turbante gris, esculpido en la piedra, marca la tumba islámica y minimal del pequeño Ahmet. Sobre la estela, bellas letras arabescas rezan por él:
b-ismi-l’lāhi r-raḥmāni r-raḥīm - En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso.
Al fondo, la hierba, un matiz galvanizado y el mar, nocturno de iolita[7]. De repente, olas se yerguen blancas e iluminan el cielo en la noche muda; excavan la tumba y esparcen piedras y huesos. Coyotes llevan en sus hocicos carnes moradas con pus. Del niño muerto…”
Mustafa se despierta sudado. Va corriendo a su casa. Pavor y agonía. Por el cadáver fraternal y por la furia de Mama Zübeyde. Ella, extraordinariamente tranquila, le anuncia que se va a casar de nuevo, y él cierra su vida infantil de un portazo y se va a estudiar en la Academia Militar.
En la somnolencia de la malaria, una sombra le roba el reloj de oro –reliquia de su padre fallecido. El dolor se convierte en odio.
En Damasco, de la Siria ocupada, pierde la vista de un ojo. Bella mirada de turquesa turca, penetrante pero muerta… No volverá a ver su querida Selânik… Siente que la lujuria del Oriente no le cura la herida que le dejó el rechazo de su madre. La coincidencia del tiempo y del espacio está equivocada. Se siente como un león enjaulado. En Estambul, los que apoyan al Sultán moribundo llevan el país hacia un destino devastador de la ocupación alemana. Intrigas al estilo bizantino rondan el Palacio de Dolmabahçe.
Breve visita médica en Karlsbad, la ciudad-torta de Chequia, con los edificios guarnecidos con chantillí[8] de encajes férreos y de madera; en el baile de la embajada, su futura esposa le dirá:
-Es prácticamente imposible que este estilo de vida europea sea adoptado en Turquía
y él, golpeando su mano en la mesa, piensa:
-¡Odio el “yavaş- yavaş-”, esa lentitud oriental!
-“La revolución”, le contesta, “no necesita mucho tiempo, sino una fuerte decisión.”
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Mar negro. En Çankaya –la residencia presidencial que Mustafa Kemal acaba de invadir-, le confía a su mejor amigo, Ali, que no puede dormir sin luz…
-Búscame una solución.
Ali entra al cuarto llevándole una lámpara de gas, y Mustafa despertará de madrugada con escalofríos de intoxicación por los humos.
Ya no hay tiempo para muchas curaciones. Los bolcheviques le han mandado quinientos kilos de oro en tres baúles, con el mensaje de que: “¡el comunismo y el islam se vengarán por la opresión!”
Temprano por aquella mañana primaveral del año 1919, va ecuestre al encuentro de un cojo, que le abriría el camino de Pontos, rumbo al Asia Menor.
-Topal Osman efendi, estoy aquí en misión oficial del Sultán Abdül Hamid, para proteger a los griegos y a los armenios de los ataques que cierta persona azota en contra de ellos.
Gazi Mustafa Kemal –El Bello, El Perfecto-, conocía profundamente la mentalidad de su gente: los turcos son reservados; no hablan de manera directa. Además, aprovechan de las circunstancias, y él era uno de ellos. Topal Osmán –El Cojo- sabía muy bien qué le estaba diciendo su compatriota… Varias veces, las palabras tienen un significado doble, como la “protección”...
-Eres bastante experimentado. Te dejo la responsabilidad que aclares la situación de los “gyavur” -los infieles. Yo estaré continuamente en contacto contigo. No debiste abandonar la Municipalidad, ni alejarte de la región cuando la policía del Sultán empezó a perseguirte. No lo niego que las Çetes –los grupos paramilitares de matones- hacen buen trabajo, pero, ¿puedes volver a ocupar ese oficio?
-¡Claro que sí, respetuoso Paşa! Eso es facilísimo para mí. Lo haré casi jugando… Y, además, contando con su valioso apoyo…
-Entonces, Osman, ya que la población turca te apoya, no te retrases más. En vez de vivir tú perseguido, y tus soldados como ladrones en las montañas, mejor que se larguen ahí los griegos. ¡Organízate y mátalos por lo mínimo!
-No te preocupes, Gazi efendim. Yo les daré tal incienso, que se sofocarán como las avispas en las cavernas…
Después del final de esa guerra, Ali, el mejor amigo de Mustafa Kemal, le dirigió una crítica muy fuerte. Entonces, Topal Osman asesinó a Ali. No se sabe si lo hizo por amor a Kemal, o por órdenes pagadas. Pero, como dice un proverbio griego: “Dios ama al ladrón, pero también ama a su víctima”, inmediatamente las tropas de Kemal atacaron la casa de Topal Osman. Entonces, él, apenas se dio cuenta de la trampa, escapó e invadió la casa presidencial, quebrando y quemando todo lo que se encontraba adentro. El acuerdo entre los dos hombres fue abolido…
Kali y su esposo Pilos, siguiendo el ejemplo de los demás refugiados griegos, no prefirieron quedarse en la cuenca fértil del río, no por ser estúpidos, sino para evitar la malaria que azotaba a la población local. Se subieron, pues, a los acantilados, donde aúllan las bestias, y ahí se convirtieron en los mejores albañiles de mampostería. Desde lo alto, miraban el monasterio quemado y desdentado de la Virgen María, empinado en la roca, como nido de águila, y la región verde clara con los lagos negros y las mezquitas plateadas, y con su lira musical cantaban llorando por el genocidio de trescientos mil griegos, descendientes de Frixo y Hele:
“Tsámbaşin se quemó / y sólo quedaron las paredes / yar, yar, amán / lloran las aves de Dios / y lloran los ojos de los pozos / jóvenes y viejos, pobres y ricos / lloran también los árboles y lloran los lagos negros…”
Fue tan famosa la capacidad de Pilos para la mampostería, que más tarde las autoridades le pidieron su ayuda para la construcción del ferrocarril transiberiano –que después llevaría a sus bisnietos al exilio de Uzbekistán...
[1] Capital de Georgia.
[2] Pontos es el otro nombre del Mar Negro, entre Turquía, Rusia y los países del Cáucaso. Su denominación proviene del griego antiguo: “Mar Euxino”, que significa: “Mar Acogedor”; se trata, pues, de un eufemismo, para propiciar al espíritu agitado de las olas.
[3] Región de la ex República Soviética, conocida también como Georgia.
[4] Azerí: El pueblo turcófono y musulmán de Azerbaiyán.
[5] Zar Nicolás II Romanov, (1894-1917): El último emperador de Rusia.
[6] En la mitología griega, es el dios del sueño y de los sueños.
[7] Piedra semipreciosa de color azul-cobalto.
[8] Nata de leche batida con azúcar.
Esta publicación es parcial y se irá completando paulatinamente. Sigue el capítulo 11. El regalo del Nilo
Los pontios, pues, (llamémoslos así, empleando su propio idioma), son los descendientes de los argonautas de Jasón, quienes en tiempos remotos y perdidos en las tinieblas de la antigüedad protohistórica viajaron desde Iolkós de Grecia hasta las extremidades del Mar Negro –que también se llama “mar acogedor” para amansar de ese modo mágico sus olas homicidas-, procurando el vellocino de oro del carnero que había salvado de un sacrificio humano a Frixo y a su hermana Hele, llevándolos a su espalda y volando por encima del mar hasta Cólquide, la ciudad mítica que coincide con la actual Batumi. Aquel sacrificio fue presagiado por la adivina Pitia en Delfos, a la cual había pagado Inó, la madrastra mala de los dos jóvenes, para quitárselos de encima y aprovechar del trono de su esposo Atamante. Pero, el espíritu de Néfele, la madre muerta de los dos hermanos y ex-reina, previno el presagio funesto, explicando a su ex-esposo que no fueron sus hijos quienes habían quemado la cosecha anual del reino, sino la misma Inó, su segunda esposa y reina. Sin embargo, el filtro maternal no pudo salvar a su querida hija, Hele, la cual se cayó del lomo del carnero y se ahogó en el estrecho que desde entonces se llama Helesponto. Es ese mismo estrecho que hoy en día se llama Dardaneles en griego y Çanakkale en turco. El vellocino quedó en manos del rey local Eítis –que era venerado por los indígenas como hijo del Sol- y a él fueron a enfrentar los argonautas, que son los tatarabuelos de los actuales griegos del Mar Negro.
Por el otro lado de la línea recta que une el imperio otomano y Grecia, en Salónica –Selânik se llamaba en turco la antigua capital de Alejandro el Magno-, dos milenios y medio más tarde, el pequeño turco Mustafa, el huérfano del aduanero Ali Rıza –el albanés-, tiene que abandonar la escuela, para escapar con su madre, Zübeyde Hanım, y sus dos hermanas; la guerra entre los dos países eternamente enemigos cobra muchas vidas.
-¿Acaso te volveré a ver, mi tierra querida?
En su exilio tendrá que trabajar como espantapájaros, echando a los cuervos de las parcelas sembradas de trigo. Ahí construirá una choza de madera, donde pasará muchas horas de soledad, pensando en las pérdidas de su vida: padre, hermano, casa, escuela y patria… La misma historia en dos idiomas: griego al principio y turco después. Esa choza sustituiría, por lo menos, su casa. Una noche, cuando Morfeo[6] se lo había llevado en sus brazos, Mustafa soñó con su hermanito menor, que estaba enterrado allá, en Salónica:
“Una estela pétrea, coronada por un rígido turbante gris, esculpido en la piedra, marca la tumba islámica y minimal del pequeño Ahmet. Sobre la estela, bellas letras arabescas rezan por él:
b-ismi-l’lāhi r-raḥmāni r-raḥīm - En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso.
Al fondo, la hierba, un matiz galvanizado y el mar, nocturno de iolita[7]. De repente, olas se yerguen blancas e iluminan el cielo en la noche muda; excavan la tumba y esparcen piedras y huesos. Coyotes llevan en sus hocicos carnes moradas con pus. Del niño muerto…”
Mustafa se despierta sudado. Va corriendo a su casa. Pavor y agonía. Por el cadáver fraternal y por la furia de Mama Zübeyde. Ella, extraordinariamente tranquila, le anuncia que se va a casar de nuevo, y él cierra su vida infantil de un portazo y se va a estudiar en la Academia Militar.
En la somnolencia de la malaria, una sombra le roba el reloj de oro –reliquia de su padre fallecido. El dolor se convierte en odio.
En Damasco, de la Siria ocupada, pierde la vista de un ojo. Bella mirada de turquesa turca, penetrante pero muerta… No volverá a ver su querida Selânik… Siente que la lujuria del Oriente no le cura la herida que le dejó el rechazo de su madre. La coincidencia del tiempo y del espacio está equivocada. Se siente como un león enjaulado. En Estambul, los que apoyan al Sultán moribundo llevan el país hacia un destino devastador de la ocupación alemana. Intrigas al estilo bizantino rondan el Palacio de Dolmabahçe.
Breve visita médica en Karlsbad, la ciudad-torta de Chequia, con los edificios guarnecidos con chantillí[8] de encajes férreos y de madera; en el baile de la embajada, su futura esposa le dirá:
-Es prácticamente imposible que este estilo de vida europea sea adoptado en Turquía
y él, golpeando su mano en la mesa, piensa:
-¡Odio el “yavaş- yavaş-”, esa lentitud oriental!
-“La revolución”, le contesta, “no necesita mucho tiempo, sino una fuerte decisión.”
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Mar negro. En Çankaya –la residencia presidencial que Mustafa Kemal acaba de invadir-, le confía a su mejor amigo, Ali, que no puede dormir sin luz…
-Búscame una solución.
Ali entra al cuarto llevándole una lámpara de gas, y Mustafa despertará de madrugada con escalofríos de intoxicación por los humos.
Ya no hay tiempo para muchas curaciones. Los bolcheviques le han mandado quinientos kilos de oro en tres baúles, con el mensaje de que: “¡el comunismo y el islam se vengarán por la opresión!”
Temprano por aquella mañana primaveral del año 1919, va ecuestre al encuentro de un cojo, que le abriría el camino de Pontos, rumbo al Asia Menor.
-Topal Osman efendi, estoy aquí en misión oficial del Sultán Abdül Hamid, para proteger a los griegos y a los armenios de los ataques que cierta persona azota en contra de ellos.
Gazi Mustafa Kemal –El Bello, El Perfecto-, conocía profundamente la mentalidad de su gente: los turcos son reservados; no hablan de manera directa. Además, aprovechan de las circunstancias, y él era uno de ellos. Topal Osmán –El Cojo- sabía muy bien qué le estaba diciendo su compatriota… Varias veces, las palabras tienen un significado doble, como la “protección”...
-Eres bastante experimentado. Te dejo la responsabilidad que aclares la situación de los “gyavur” -los infieles. Yo estaré continuamente en contacto contigo. No debiste abandonar la Municipalidad, ni alejarte de la región cuando la policía del Sultán empezó a perseguirte. No lo niego que las Çetes –los grupos paramilitares de matones- hacen buen trabajo, pero, ¿puedes volver a ocupar ese oficio?
-¡Claro que sí, respetuoso Paşa! Eso es facilísimo para mí. Lo haré casi jugando… Y, además, contando con su valioso apoyo…
-Entonces, Osman, ya que la población turca te apoya, no te retrases más. En vez de vivir tú perseguido, y tus soldados como ladrones en las montañas, mejor que se larguen ahí los griegos. ¡Organízate y mátalos por lo mínimo!
-No te preocupes, Gazi efendim. Yo les daré tal incienso, que se sofocarán como las avispas en las cavernas…
Después del final de esa guerra, Ali, el mejor amigo de Mustafa Kemal, le dirigió una crítica muy fuerte. Entonces, Topal Osman asesinó a Ali. No se sabe si lo hizo por amor a Kemal, o por órdenes pagadas. Pero, como dice un proverbio griego: “Dios ama al ladrón, pero también ama a su víctima”, inmediatamente las tropas de Kemal atacaron la casa de Topal Osman. Entonces, él, apenas se dio cuenta de la trampa, escapó e invadió la casa presidencial, quebrando y quemando todo lo que se encontraba adentro. El acuerdo entre los dos hombres fue abolido…
Kali y su esposo Pilos, siguiendo el ejemplo de los demás refugiados griegos, no prefirieron quedarse en la cuenca fértil del río, no por ser estúpidos, sino para evitar la malaria que azotaba a la población local. Se subieron, pues, a los acantilados, donde aúllan las bestias, y ahí se convirtieron en los mejores albañiles de mampostería. Desde lo alto, miraban el monasterio quemado y desdentado de la Virgen María, empinado en la roca, como nido de águila, y la región verde clara con los lagos negros y las mezquitas plateadas, y con su lira musical cantaban llorando por el genocidio de trescientos mil griegos, descendientes de Frixo y Hele:
“Tsámbaşin se quemó / y sólo quedaron las paredes / yar, yar, amán / lloran las aves de Dios / y lloran los ojos de los pozos / jóvenes y viejos, pobres y ricos / lloran también los árboles y lloran los lagos negros…”
Fue tan famosa la capacidad de Pilos para la mampostería, que más tarde las autoridades le pidieron su ayuda para la construcción del ferrocarril transiberiano –que después llevaría a sus bisnietos al exilio de Uzbekistán...
[1] Capital de Georgia.
[2] Pontos es el otro nombre del Mar Negro, entre Turquía, Rusia y los países del Cáucaso. Su denominación proviene del griego antiguo: “Mar Euxino”, que significa: “Mar Acogedor”; se trata, pues, de un eufemismo, para propiciar al espíritu agitado de las olas.
[3] Región de la ex República Soviética, conocida también como Georgia.
[4] Azerí: El pueblo turcófono y musulmán de Azerbaiyán.
[5] Zar Nicolás II Romanov, (1894-1917): El último emperador de Rusia.
[6] En la mitología griega, es el dios del sueño y de los sueños.
[7] Piedra semipreciosa de color azul-cobalto.
[8] Nata de leche batida con azúcar.
Esta publicación es parcial y se irá completando paulatinamente. Sigue el capítulo 11. El regalo del Nilo