Άρθρο του Ηλία Ταμπουράκη στο έντυπο της Λατινοαμερικανικής κοινότητας
Sol Latino, 2003
Sol Latino, 2003
Puertos culturales
Los últimos descubrimientos científicos tienden a verificar que la vida primordial provino del mar. Por el otro lado, la tecnología contemporánea llega a la conclusión que el mar es la clave para el futuro de la tierra. Sobre todo, la historia de la humanidad está indiscutiblemente ligada con la historia de los puertos: iberos, griegos, fenicios, romanos y otros pueblos ilustres, y religiones foráneas como el islam o el catolicismo, pero también ciencias tales como la astronomía marítima, transformaron el medio ambiente -comenzando, en nuestro caso, por la península ibérica- y crearon puertos comerciales y a la vez culturales. El ser humano pasó de este modo del mito a la realidad -que la mayoría de las veces es dura- y dio a la luz híbridos exóticos de gentes recién conocidas en tierras americanas, donde la naturaleza se encuentra fuera del alcance de la mano humana: guerreros marinos de las vertientes oceánicas, navegadores lacustres, y pescadores fluviales, pero también trotamundos y comerciantes de éticas occidentales, todos aquellos, taínos, aymaraes, kayapó, latinos y sajones, dejaron sus huellas en los puertos iberoamericanos…
El término "puerto", (del latín "portus"), se podría aplicar -en el sentido amplio de la palabra- no solamente a "lugares naturales o construidos en las costas o en las orillas de los ríos para realizar la carga y desgarga de mercancías y pasajeros", como se refiere en la mayoría de los diccionarios, sino también podría designar el punto de entrada de arquetipos culturales en regiones deshabitadas, durante el período arqueolítico, como ocurrió con los antecesores asiáticos de los actuales amerindios, quienes hace más de 50.000 años se atrevieron a cruzar el estrecho ártico de Bering entre Siberia y Alaska, o bien, como aprobó el arqueólogo noruego Thor Heyerdahl, recorrieron en balsas el océano Pacífico, para llegar a las costas sudamericanas.
Las disertaciones geográficas no se encuentran fuera de la filosofía, dijo Estrabón, el geógrafo griego del 1er s. d.C., el cual nos ha legado la historia de puertos en la península ibérica: "Tartessos es una ilustre ciudad de Iberia, que recibe su nombre del río Betis, llamado antes también Tartessos. Este río procede de la región céltica, y arrastra en su corriente, además de plata y estaño, oro y cobre en mayor abundancia. Los habitantes de Tartessos poseían anales escritos y poemas y leyes en forma métrica, en seis mil versos, y estuvieron en íntimas relaciones comerciales con los griegos", cuyos puertos en la península ibérica mantienen hasta hoy en día sus antiguos nombres helénicos, como: Ampurias o Empúries en catalán (Εμπορείον) y Lisboa (Ολυσιπών), la capital de Portugal, el doble puerto marítimo y fluvial del Tago, que lleva el nombre del descubridor de mundos milenario, que no es otro que Ulises, o según otra teoría, es su denominacón una reminiscencia de las palabras fenicias: "alis ubbo", o sea "ensenada amena".
Los fenicios, pueblo antiguo del mediterráneo oriental, fundó puertos sumamente importantes para el desenvolvimiento histórico, como fue Cartago (la de Túnez), que dio raíces a Cartago Nova (Cartagena de España), la cual ha sido la metrópolis colonizadora de Cartagena de Indias, el puerto de Colombia que lleva en sus venas acuáticas la fragancia intercultural de los mulatos, mezclada con los bienes contemporáneos, como el petróleo y el café.
Cuatro siglos antes del acontecimiento hisórico que dio razón de conmemorar el Día de la Raza, un tal Thorfinn Karlsefni, vikingo del siglo XI d.C., se asentó en América con 60 hombres y 5 mujeres de Noruega. La localización de las tierras exploradas, que recibieron los nombres de Hellulandia (tierra de rocas), Marklandia (tierra de bosques) y Vinlandia (tierra de viñas), ha sido muy discutida, aunque la mayor parte de los investigadores sitúan Vinlandia, el país más meridional, bien en Terranova, bien en la bahía de Chesapeake, entre Boston y Nueva York. Fue ese también, uno de los puertos "escondidos", donde la civilización dejó un brillo imperceptible.
Un milenio y medio después de las primeras operaciones portuarias ibéricas y greco-fenicias, el Almirante don Cristóbal Colón, escribiría en su diario de a bordo: "Partimos viernes 3 días de agosto de 1492 años, de la barra de Saltés (Puerto de Palos-Cádiz), a las ocho horas." … "El jueves, 11 de octubre, puesto que el Almirante, a las diez de la noche, estando en el castillo de popa, vio lumbre y tuvo por cierto estar junto a la tierra, a una isleta de los Lucayos, que se llamaba en lengua de los Indios Guanahani…" Era aquel uno de los momentos de tristalegría que causa cada descubrimiento.
El desarrollo de los puertos fue impetuoso, especialmente en la vertiente atlántica del continente americano. En noviembre de 1519, el capitán Pánfilo de Narváez y el sacerdote Bartolomé de las Casas descubrieron un puerto en una bahía minúscula, protegida de los huracanes por una serie de colinas, que se abría repentinamente al mar caribe. El Templete, una miniatura del Partenón ateniense, conmemora la fundación quinientista de la ciudad-puerto de San Cristóbal de la Habana -la Puerta del Nuevo Mundo- que mantiene hasta hoy las reminiscencias de su antigua fortificación: El Moro, La Punta y El Castillo de la Real Fuerza, que es el más antiguo de las Américas. Clavado en la entrada del puerto (como el faro de San Juan de Puerto Rico y el de Arica en Chile), el faro de El Moro facilita hoy en día la navegación tabacalera y azucarera cubana, que florece desde 1630, cuando se construían ahí las naves más imponentes de la corona española. Las influencias arabescas se distinguen todavía en la decoración geométrica de la "concha mágica del Caribe", que lleva todavía el nombre de su último cacique taíno: Habaguanex.
Fue La Habana uno de los puntos de partida de los conquistadores para "El Dorado", la tierra de riquezas prometidas, que en ese caso era México. En 1519, Hernán Cortés salió de Cuba para llegar después de Yucatán a Tabasco, donde los mayas le obsequiaron con 20 doncellas, una de las cuales era La Malinche, su futura amante. Ella le ayudó para desenvolverse en la región de los indígenas totonacos, y le dio un hijo, pero él la regaló a uno de sus soldados. Esa historia sigue obsesionando el puerto de la Villa Rica de la Vera Cruz, que antes era temido por su laguna poco profunda y por las epidemias de malaria y fiebre amarilla. Actualmente, constituye el punto vital de conexión de México con el resto del mundo.
Capitanes, curas, gobernantes, mercaderes, o piratas, todos han forjado su existencia radiante o nefasta en el litoral americano, sea en puertos internacionales, sea en pequeños muelles, como es Lívingston, en la bahía de Amatique, en la costa guatemalteca del golfo de Honduras (Atlántico), donde el río Dulce desemboca las aguas del lago Izabal. En ese minúsculo puerto de arquitectura colonial con elementos populares británicos, sobreviven los garinagu, o garífuna, bisnietos de amores entre los filibusteros latinos o sajones, que tenían por ahí su castillo de San Felipe de Lara, construído en 1652, y las indígenas mayas, o las esclavas africanas.
Cálculos equivocados, como en el caso de Río de Janeiro, donde el portugués Gonçalo Coelho pensó en 1502 que la múltiple bahía de Guanabara era un río, o anhelos de riquezas y admiraciones de los juegos de la naturaleza, han sido razones de fundación de puertos que hoy manejan el comercio mundial. "Monte vi eu!", exclamó un marinero gallego, cuando -después de una larga temporada de circumnavegar las llanuras uruguayas- divisó una colina, en cuyas faldas decidió crear el puerto de Montevideo, uno de los pocos buenos del cono sur. La lana merina es el producto que ha sustentado el mercado portuario en esa latitud.
Los antiguos descubridores y conquistadores se transformaron posteriormente en emigrantes y refugiados económicos y políticos: Por la otra orilla del supuesto Río de la Plata, ahí, en la desembocadura del Paraná y del Paraguay, se instalaron a finales del siglo 19 y principios del 20, un montón de italianos, perseguidos por los siniestros de Europa, buscando allí una vida mejor. El futuro les sonrió, y dejando las hojalatas multicolores de sus barcos en las paredes de sus primeras casas humildes en el barrio de La Boca, desarrollaron la región en uno de los puertos más frecuentados de Sudamérica. A pesar del admirable lucro que acumularon por las empresas marítimas, los porteños siguen llevando en su alma la Virgen siciliana de "Buonaira", su lenguaje italianizante y, sobre todo, la melodía de la soledad y de la pasión, que guía los pasos del tango.
Parecidas eran las circumstancias al norte del continente: San Francisco, o "Frisco" según los gringos, era, desde el siglo antepasado, el puerto de los contrastes, que -visto desde sus altísimos rascacielos- justifica la calificación de estar entre el mar y el cielo. Es esta ciudad, una exposición de etnias y productos. Pero es, sobre todo, la Puerta de Asia, puesto que desde 1870, el "huracán amarillo" está por poblar casi la totalidad de su vasta extensión. Es también puerto de griegos, que buscan ahí -como todos- un futuro mejor. Pero es un puerto hispano por excelencia, tanto por su nombre, como también por su estatua de Don Quijote, Sancho Panza y Miguel de Cervantes, y claro, por la comunidad de chicanos y otros latinos que viven ahí.
Por el mismo litoral pacífico, pero mucho más al sur, en Valparaíso de Chile, los colonos ingleses han dejado sus típicas costumbres: a las 17:00 hrs., se toma "las onces", que es té con emparedado. ¡Qué contradicción!, ¿verdad? Es éste el puerto que dio al mundo occidental conocer la calidad del vino chileno. Hablando por una vez más sobre el cono sur del continente americano, sería un verdadero descuido no referirnos a Ushuaia, el pequeño puerto de la Tierra del Fuego, el acceso humano más austral en el planeta. Aquel refugio de las tormentas, se ha desarrollado de estación primitiva de balleneros y de prisión colonial para anarquistas rusos, en un moderno centro ecoturístico, como lo son, además, los puertos de las Antillas menores en el Mar Caribe.
"Puerto" significa también "depresión, garganta o boquete que da paso entre montañas", y por eso se encuentran en las regiones más montañosas de América latina topónimos con dicho lema.
La navegación es, sin embargo, privilegio no sólo de los países costeros, sino también de asentamientos lacustres. Con razón, pues, mantiene Bolivia su propia marina de guerra.
El ejemplo más brillante de puerto en laguna, es el de Maracaibo. Américo Vespucci se formó la imaginación que las viviendas indígenas eran parecidas a las casdas nobles de su Venecia, y por eso dio el nombre de Venezuela a todo este país. Los marabinos, o maracuchos, o maracaiberos, se dedican a la exportación petrolera y de cacao, por medio de ese centro marítimo.
Manaus, el corazón del sistema fluvial amazónico, en la pura convergencia de Río Negro y Solimões, es hoy el puerto paradisíaco del mercado libre de impuestos sudamericano, y lleva justamente el nomnbre de "El Dorado del caucho."
La cúpula multicolor de su teatro neoclásico de decoración "art nouveau", es el mejor ejemplo de la arquitectura tropical.
El Canal de Panamá es indudablemente la vía acuática más significante del planeta. Es una maravilla de la ingeniería que une el puerto caribeño de Balboa, cerca de la ciudad del Panamá, con el puerto pacífico de Colón, que los separa una extensión montañosa de 80 km. En 1992, 12.600 naves transoceánicas pasaron por ahí. Los barcos internacionales se construyen según las dimensiones de ese canal, cuyas reclusas miden 305 metros de largo, y 33,5 metros de ancho. El canal dispone de tres grupos de reclusas dobles: Miraflores y Pedro Miguel en la parte del Océano Pacífico, y Gatún en la parte del Atlántico. Los barcos cruzan el lago artificial más grande del mundo, llamado también Gatún, y La Culebra, un istmo de 14 km. Los fretes pagados por las empresas marítimas constituyen la mayor fuente de ingresos para Panamá.
Finalizando esta breve referencia a los puertos comerciales y culturales del continente americano, no dejaríamos aparte Limón de Costa Rica, uno de los puertos más amplios de centroamérica, ya que a un km de sus instalaciones se encuentra La Uvita, o Kiribrí la isla que visitó Cristóbal Colón en su quinto y último -pero a la vez primer viaje- a la tierra firme.
El término "puerto", (del latín "portus"), se podría aplicar -en el sentido amplio de la palabra- no solamente a "lugares naturales o construidos en las costas o en las orillas de los ríos para realizar la carga y desgarga de mercancías y pasajeros", como se refiere en la mayoría de los diccionarios, sino también podría designar el punto de entrada de arquetipos culturales en regiones deshabitadas, durante el período arqueolítico, como ocurrió con los antecesores asiáticos de los actuales amerindios, quienes hace más de 50.000 años se atrevieron a cruzar el estrecho ártico de Bering entre Siberia y Alaska, o bien, como aprobó el arqueólogo noruego Thor Heyerdahl, recorrieron en balsas el océano Pacífico, para llegar a las costas sudamericanas.
Las disertaciones geográficas no se encuentran fuera de la filosofía, dijo Estrabón, el geógrafo griego del 1er s. d.C., el cual nos ha legado la historia de puertos en la península ibérica: "Tartessos es una ilustre ciudad de Iberia, que recibe su nombre del río Betis, llamado antes también Tartessos. Este río procede de la región céltica, y arrastra en su corriente, además de plata y estaño, oro y cobre en mayor abundancia. Los habitantes de Tartessos poseían anales escritos y poemas y leyes en forma métrica, en seis mil versos, y estuvieron en íntimas relaciones comerciales con los griegos", cuyos puertos en la península ibérica mantienen hasta hoy en día sus antiguos nombres helénicos, como: Ampurias o Empúries en catalán (Εμπορείον) y Lisboa (Ολυσιπών), la capital de Portugal, el doble puerto marítimo y fluvial del Tago, que lleva el nombre del descubridor de mundos milenario, que no es otro que Ulises, o según otra teoría, es su denominacón una reminiscencia de las palabras fenicias: "alis ubbo", o sea "ensenada amena".
Los fenicios, pueblo antiguo del mediterráneo oriental, fundó puertos sumamente importantes para el desenvolvimiento histórico, como fue Cartago (la de Túnez), que dio raíces a Cartago Nova (Cartagena de España), la cual ha sido la metrópolis colonizadora de Cartagena de Indias, el puerto de Colombia que lleva en sus venas acuáticas la fragancia intercultural de los mulatos, mezclada con los bienes contemporáneos, como el petróleo y el café.
Cuatro siglos antes del acontecimiento hisórico que dio razón de conmemorar el Día de la Raza, un tal Thorfinn Karlsefni, vikingo del siglo XI d.C., se asentó en América con 60 hombres y 5 mujeres de Noruega. La localización de las tierras exploradas, que recibieron los nombres de Hellulandia (tierra de rocas), Marklandia (tierra de bosques) y Vinlandia (tierra de viñas), ha sido muy discutida, aunque la mayor parte de los investigadores sitúan Vinlandia, el país más meridional, bien en Terranova, bien en la bahía de Chesapeake, entre Boston y Nueva York. Fue ese también, uno de los puertos "escondidos", donde la civilización dejó un brillo imperceptible.
Un milenio y medio después de las primeras operaciones portuarias ibéricas y greco-fenicias, el Almirante don Cristóbal Colón, escribiría en su diario de a bordo: "Partimos viernes 3 días de agosto de 1492 años, de la barra de Saltés (Puerto de Palos-Cádiz), a las ocho horas." … "El jueves, 11 de octubre, puesto que el Almirante, a las diez de la noche, estando en el castillo de popa, vio lumbre y tuvo por cierto estar junto a la tierra, a una isleta de los Lucayos, que se llamaba en lengua de los Indios Guanahani…" Era aquel uno de los momentos de tristalegría que causa cada descubrimiento.
El desarrollo de los puertos fue impetuoso, especialmente en la vertiente atlántica del continente americano. En noviembre de 1519, el capitán Pánfilo de Narváez y el sacerdote Bartolomé de las Casas descubrieron un puerto en una bahía minúscula, protegida de los huracanes por una serie de colinas, que se abría repentinamente al mar caribe. El Templete, una miniatura del Partenón ateniense, conmemora la fundación quinientista de la ciudad-puerto de San Cristóbal de la Habana -la Puerta del Nuevo Mundo- que mantiene hasta hoy las reminiscencias de su antigua fortificación: El Moro, La Punta y El Castillo de la Real Fuerza, que es el más antiguo de las Américas. Clavado en la entrada del puerto (como el faro de San Juan de Puerto Rico y el de Arica en Chile), el faro de El Moro facilita hoy en día la navegación tabacalera y azucarera cubana, que florece desde 1630, cuando se construían ahí las naves más imponentes de la corona española. Las influencias arabescas se distinguen todavía en la decoración geométrica de la "concha mágica del Caribe", que lleva todavía el nombre de su último cacique taíno: Habaguanex.
Fue La Habana uno de los puntos de partida de los conquistadores para "El Dorado", la tierra de riquezas prometidas, que en ese caso era México. En 1519, Hernán Cortés salió de Cuba para llegar después de Yucatán a Tabasco, donde los mayas le obsequiaron con 20 doncellas, una de las cuales era La Malinche, su futura amante. Ella le ayudó para desenvolverse en la región de los indígenas totonacos, y le dio un hijo, pero él la regaló a uno de sus soldados. Esa historia sigue obsesionando el puerto de la Villa Rica de la Vera Cruz, que antes era temido por su laguna poco profunda y por las epidemias de malaria y fiebre amarilla. Actualmente, constituye el punto vital de conexión de México con el resto del mundo.
Capitanes, curas, gobernantes, mercaderes, o piratas, todos han forjado su existencia radiante o nefasta en el litoral americano, sea en puertos internacionales, sea en pequeños muelles, como es Lívingston, en la bahía de Amatique, en la costa guatemalteca del golfo de Honduras (Atlántico), donde el río Dulce desemboca las aguas del lago Izabal. En ese minúsculo puerto de arquitectura colonial con elementos populares británicos, sobreviven los garinagu, o garífuna, bisnietos de amores entre los filibusteros latinos o sajones, que tenían por ahí su castillo de San Felipe de Lara, construído en 1652, y las indígenas mayas, o las esclavas africanas.
Cálculos equivocados, como en el caso de Río de Janeiro, donde el portugués Gonçalo Coelho pensó en 1502 que la múltiple bahía de Guanabara era un río, o anhelos de riquezas y admiraciones de los juegos de la naturaleza, han sido razones de fundación de puertos que hoy manejan el comercio mundial. "Monte vi eu!", exclamó un marinero gallego, cuando -después de una larga temporada de circumnavegar las llanuras uruguayas- divisó una colina, en cuyas faldas decidió crear el puerto de Montevideo, uno de los pocos buenos del cono sur. La lana merina es el producto que ha sustentado el mercado portuario en esa latitud.
Los antiguos descubridores y conquistadores se transformaron posteriormente en emigrantes y refugiados económicos y políticos: Por la otra orilla del supuesto Río de la Plata, ahí, en la desembocadura del Paraná y del Paraguay, se instalaron a finales del siglo 19 y principios del 20, un montón de italianos, perseguidos por los siniestros de Europa, buscando allí una vida mejor. El futuro les sonrió, y dejando las hojalatas multicolores de sus barcos en las paredes de sus primeras casas humildes en el barrio de La Boca, desarrollaron la región en uno de los puertos más frecuentados de Sudamérica. A pesar del admirable lucro que acumularon por las empresas marítimas, los porteños siguen llevando en su alma la Virgen siciliana de "Buonaira", su lenguaje italianizante y, sobre todo, la melodía de la soledad y de la pasión, que guía los pasos del tango.
Parecidas eran las circumstancias al norte del continente: San Francisco, o "Frisco" según los gringos, era, desde el siglo antepasado, el puerto de los contrastes, que -visto desde sus altísimos rascacielos- justifica la calificación de estar entre el mar y el cielo. Es esta ciudad, una exposición de etnias y productos. Pero es, sobre todo, la Puerta de Asia, puesto que desde 1870, el "huracán amarillo" está por poblar casi la totalidad de su vasta extensión. Es también puerto de griegos, que buscan ahí -como todos- un futuro mejor. Pero es un puerto hispano por excelencia, tanto por su nombre, como también por su estatua de Don Quijote, Sancho Panza y Miguel de Cervantes, y claro, por la comunidad de chicanos y otros latinos que viven ahí.
Por el mismo litoral pacífico, pero mucho más al sur, en Valparaíso de Chile, los colonos ingleses han dejado sus típicas costumbres: a las 17:00 hrs., se toma "las onces", que es té con emparedado. ¡Qué contradicción!, ¿verdad? Es éste el puerto que dio al mundo occidental conocer la calidad del vino chileno. Hablando por una vez más sobre el cono sur del continente americano, sería un verdadero descuido no referirnos a Ushuaia, el pequeño puerto de la Tierra del Fuego, el acceso humano más austral en el planeta. Aquel refugio de las tormentas, se ha desarrollado de estación primitiva de balleneros y de prisión colonial para anarquistas rusos, en un moderno centro ecoturístico, como lo son, además, los puertos de las Antillas menores en el Mar Caribe.
"Puerto" significa también "depresión, garganta o boquete que da paso entre montañas", y por eso se encuentran en las regiones más montañosas de América latina topónimos con dicho lema.
La navegación es, sin embargo, privilegio no sólo de los países costeros, sino también de asentamientos lacustres. Con razón, pues, mantiene Bolivia su propia marina de guerra.
El ejemplo más brillante de puerto en laguna, es el de Maracaibo. Américo Vespucci se formó la imaginación que las viviendas indígenas eran parecidas a las casdas nobles de su Venecia, y por eso dio el nombre de Venezuela a todo este país. Los marabinos, o maracuchos, o maracaiberos, se dedican a la exportación petrolera y de cacao, por medio de ese centro marítimo.
Manaus, el corazón del sistema fluvial amazónico, en la pura convergencia de Río Negro y Solimões, es hoy el puerto paradisíaco del mercado libre de impuestos sudamericano, y lleva justamente el nomnbre de "El Dorado del caucho."
La cúpula multicolor de su teatro neoclásico de decoración "art nouveau", es el mejor ejemplo de la arquitectura tropical.
El Canal de Panamá es indudablemente la vía acuática más significante del planeta. Es una maravilla de la ingeniería que une el puerto caribeño de Balboa, cerca de la ciudad del Panamá, con el puerto pacífico de Colón, que los separa una extensión montañosa de 80 km. En 1992, 12.600 naves transoceánicas pasaron por ahí. Los barcos internacionales se construyen según las dimensiones de ese canal, cuyas reclusas miden 305 metros de largo, y 33,5 metros de ancho. El canal dispone de tres grupos de reclusas dobles: Miraflores y Pedro Miguel en la parte del Océano Pacífico, y Gatún en la parte del Atlántico. Los barcos cruzan el lago artificial más grande del mundo, llamado también Gatún, y La Culebra, un istmo de 14 km. Los fretes pagados por las empresas marítimas constituyen la mayor fuente de ingresos para Panamá.
Finalizando esta breve referencia a los puertos comerciales y culturales del continente americano, no dejaríamos aparte Limón de Costa Rica, uno de los puertos más amplios de centroamérica, ya que a un km de sus instalaciones se encuentra La Uvita, o Kiribrí la isla que visitó Cristóbal Colón en su quinto y último -pero a la vez primer viaje- a la tierra firme.