2. Tactos
Tierra asoleada que surge del mar. Que sigue la severa ley de la alteración incesante de Heráclito[1]. Todo fluye. Tierra ondulada; dulce el clima del olivo. Las adversidades en el mar y las contrariedades en la tierra, la lucha contra la sed y el combate con los vientos han dotado a su gente con perseverancia y obstinación. Con resolución y resistencia. Con terquedad. Buenos para la guerra, mejores para la guerra civil... Una patria asoleada que se come a sus hijos. Los absorbe en su oscurantismo. Es tanto el peso de su antigua civilización que, después de su fecha de vencimiento, se ha convertido en gravitación que no deja nada escapar de su agujero negro. La partición de su litoral, la fragmentación de sus islas han hecho de su ser humano un patriotero; un patriotero tan falso que menosprecia a sus hermanos de las patrias sin salvación. Es la versión platónica[2] del amor a la patria. Ante su pobreza -su compañera perenne- el ser griego opondrá su insistencia, su mente inventiva, su moderación innata, su astucia comercial y marítima. Las olas lo llevaron hacia la búsqueda de lo nuevo. Esteticismo y vigor, sabiduría y exquisitez son sus principios. Sus “arjé” filosóficas. Un alma individualista con valor... arqueológico. Su lengua no tiene hermanas. Su escritura, prestada de los fenicios[3]. La reducción de la Helenidad tras la imposición de los nacionalismos –diría O. Elytis[4], el literario Nobel griego- nos ha privado de la manera que contemplábamos las cosas con una mente abierta y con la fuerza y la validez de la que disponía nuestra lengua en una vasta extensión del mundo civilizado. Antes de las dos guerras mundiales, los ciudadanos de este país minúsculo podían moverse sin la necesidad de un pasaporte lingüístico, en un área que comprendía extensas regiones de Italia y Austria, todo Egipto, Bulgaria del Sur, Rumania, la Rusia caucásica y, claro, Constantinopla y la tierra firme de Turquía, desde el mar Egeo, hasta los alrededores de Kürdistan.
Universo cultural, cuyos magos han identificado sus civilizaciones con la religión (mal entendida, diría Rulfo[5]), convirtiendo así la cultura en un asunto de los curas incultos, quienes llevaron al pueblo por caminos ásperos; a quienes se les metió excomulgar a Kazantzakis[6]. Y nos han convencido de que en nuestras venas corre la helenidad (¿qué porcentaje habrá en un pueblo de apenas diez millones que ha pasado veinte siglos por la espada y el fuego de persas, romanos, turcos venecianos y alemanes?), la ortodoxia (¿qué tiene que ver con la helenidad?) y la democracia (¿cómo se distingue entre tanto desprecio de los derechos de los demás en la vida cotidiana?). Han sido ésos los tres principios nacionales. Sólo que los nacionalistas (léase fascistas) cambiaron en 1967 una tercera parte de esa Trinidad –la última- y la denominaron “familia”. Las consecuencias las seguiremos pagando en el caso de seguir existiendo en el futuro.
Al frente, por el otro lado del mar que surge la tierra, del mar Egeo, la otra tierra. La perdida. La despreciada y a la vez amada. La resentida por su decadencia otomana[7]; la pobre (en eso somos hermanos –sólo que nosotros somos menos pobres; tenemos nuestra Αntigüedad clásica...) La tierra de la melancolía. De las ruinas. La asimilada por griegos y turcos. Como niños después de una pelea. El vecino introvertido y nacionalista que se contorsiona para aliviarse del islam y se estremece para liberarse de los golpes de estado militares que ignoran el aspecto cosmopolita y multicultural que podría tener su país. Un país que derrumba sus “yalı” –sus casas nobles- para olvidar su pasado; pero que no ve que en su lugar no se construye nada importante. No combinan la frugalidad oriental con la movilidad del occidente. Son desconfiados de lo “occidental”. Recelosos. Tercos y arduos. Insistentes y pacientes. Se dice que el turco caza liebre con su carreta de bueyes. Son crueles. Brutales. Y a la vez respetan a la autoridad estatal. Y esa disciplina puede llevar a sus soberanos hacia la arbitrariedad, convirtiendo al ciudadano en vasallo. Los turcos cobran su fuerza de su orgullo. Es ese mismo orgullo que les lleva por caminos de arrogancia. Pero ya no es tiempo para nostalgia ingenua y jactancia agresiva. Ni para celos o rencores. Las civilizaciones caídas en coma no tienen posibilidades de revivir. El sentimiento colectivo de su gente, una mezcla de futilidad, indiferencia y afección, es más fuerte que el poder de las autoridades estatales que mantienen al pueblo inculto, diría uno de sus hijos más ilustres: Orhan Pamuk[8]. Los turcos creen (a veces con razón) que los europeos los desprecian, pero lo que les pasa es que ellos mismos se menosprecian al compararse con el mundo exterior. Y emigran a Alemania, para después regresar a Turquía y “liberar” a su gente de la miseria.
Mar salvaje...
“Recoged el agua maldita un día de tempestad. Poco antes de desatarse la tormenta, colocad unas calderas fuera de vuestro hogar. Cuando acabe el temporal, colad el agua. Así ésta cargará electricidad; llevará energía negativa; todo el odio de Dios...”, leemos en un pergamino chamuscado de las tatarabuelas orientales.
Mar bravo...
Pasemos de nuevo al frente. Por el otro lado del Egeo. El griego. Cerca está. Todavía hay muchas voces que protestan en contra de la -caída de Constantinopla[9] en manos de “los mongoles”. La misma situación por la otra orilla: manos levantadas amenazan por la disipación de Estambul por manos de los “infieles”. Lo que significa para los griegos la destrucción del Asia Menor[10], es para los turcos su regreso dinámico al escenario internacional. La opinión que hoy en día tienen los turcos sobre los griegos está limitada en una élite educada, pero minúscula. Por el contrario, la opinión que los griegos tienen acerca de los turcos está muy ampliamente esparcida por el pueblo.
Pero, por encima del tumulto revolotea el canto rembético –un cante jondo, diríamos- de los barrios populares de Estambul –la bizantina y la otomana- y de Salónica –la griega y la eslava-, de Esmirna, la turca, y de Syros[11], la helénica. Un canto de las penas; de la cárcel y del amor. Y entre los mares, estelas de destierro: la pobreza, los campamentos de refugiados y el desempleo. Los caminos musicales pasan por dos siglos y dos guerras mundiales y se amasan con los movimientos izquierdistas. Lloran por la injusticia social y la desdicha. Expulsiones por aquí, persecuciones por allá, violencia, prostitución y drogas: el hachís humea por entre las burbujas del narguile y las cantantes-putas ofrecen sus caricias maternales a sus amantes de una noche. Las tabernas, con sus bombillas multicolores colgando en fila, auténticas casas de sufrimiento, dirían los portugueses. Ambiente de bigotes y rembético; que viajarían dos veces con los pobres desgraciados a los Estados Unidos de América, como productos culturales, rechazados por los mojigatos mimados de los centros urbanos. Desplazados, a lavar platos en Chicago, hasta llegar a ser magnates de la economía mundial. Y de noche, tocando sus violines y sus “santur”[12], sus liras y sus laúdes, sus “bağlamás”[13] y sus “buzukis” greco-turcos. Eso significa “magas”: una síntesis de elementos psicológicos y de comportamientos sociales entre dos mundos. El oriental y el occidental. Un modus vivendi, una mentalidad cultural –mejor dicho: una necesidad biológica. Como el amor; como el sexo. “Magas”, pues, es el amante de la musa asiática que se embriaga en su orgullo helénico. Es el que canta con su alma rembética:
“No tengo casa adonde demorar, / siquiera cama ya para dormir. / No tengo calle, ni barrio pa´ caminar / un mayo primaveral. / Mentiras fatales me dijiste / dándome leche a mamar, / pero ahora que las serpientes se despertaron, / tú llevas tus antiguas alhajas / y nunca sollozas, Madre Grecia, / vendiendo a tus hijos a la esclavitud. / Y cuando yo con mi suerte estaba hablando, / tú, vestida con tus viejos lujos, / al bazar me llevaste, / gitana, mona, Grecia, madre de la pena. / Y ahora que el fuego se alza de nuevo, / tú contemplas tus antiguas bellezas. / Y en las rondas del mundo, mi madre, Grecia, / siempre pregonas la misma mentira. / No tengo Santo para venerar, / ni vela en el cielo vacío. / No tengo Sol ni luz de estrellas / para cantar un mayo primaveral.”
Sin embargo, existe también el “tzaba-magas”, la persona-baratija, el perro que ladra y no muerde, que promete y no cumple, que no progresa. Es el protagonista de hoy día, que sentado en una cafetería cursi tomando su café “frappé”[14], fanfarronea sus hazañas del pasado y sus planes (-¡Hazme Primer Ministro y solucionaré el asunto de los pensionistas!) para un futuro mejor que nunca llegará... El nuevo rico, el nuevo griego con dos coches (que no tiene donde aparcarlos), con dos teléfonos móviles (que los usa para rebuznar o chillar –según su sexo, masculino o femenino- sus compras inútiles), con sus dos televisores (para ver fútbol, tertulias políticas y chismes) y el bitacorero con su internet (donde navega por las geolocalizaciones buscando a sus Evas a desnudo). Es el chulo-playa –que dirían los españoles- y es el “nuevo-educado”, el estudiante universitario que no conoce a El Greco[15], y es el funcionario público, el enemigo del ciudadano, que pasa fumando y contestando irónicamente. Coeficiente de inteligencia: bajo cero... Y ahora hay otras voces que gritan:
-¡Salvad a Grecia de los griegos!
Pero, en Turquía se dice: “El que dice la verdad, es expulsado de nueve pueblos”…
[1] Heráclito de Éfeso (540-480 a.C.): Filósofo griego del Asia Menor (jónico), que consideraba el fuego como el principio de los seres, y enseñó que la realidad está en un flujo continuo, debido a la lucha incesante entre los elementos contrarios: juventud / vejez, vida / muerte.
[2] Platón (427-347 a.C.): Filósofo ateniense clásico; discípulo de Sócrates. El amor platónico es casto, puro; no es carnal. Su obra más importante: Politeia – República.
[3] Fenicios: Antiguo pueblo semítico, el cual desde el III milenio a.C., habita las costas mediterráneas de Siria y Palestina.
[4] Elytis, Odiseas Alepudelis (Grecia, 1911-1996): Nobel de literatura 1979. Su obra más importante: Axion estí – Dignum est (1959).
[5] Rulfo, Juan (México, 1918-1986): Literario mexicano. Su obra más importante: Pedro Páramo (1953-’54).
[6] Kazantzakis, Nikos (Grecia, 1883 - Alemania, 1957): Escritor y filósofo griego de Creta. Su obra más importante: Cristo de nuevo crucificado (1948).
[7] Imperio Otomano (de los turcos) [1299-1923]
[8] Pamuk, Orhan (Estambul, 1952): Nobel de Literatura en 2006. Obra importante: Kar – Nieve (2005)
[9] Constantinopla o Estambul: La capital del Imperio Romano de Oriente o Bizancio (324-1453 d.C.)
[10] La Península de la actual Turquía, cuna de la civilización jónica de los griegos clásicos. El topónimo aparece también sin artículo definido.
[11] Isla griega en el mar Egeo, capital del archipiélago de las Cícladas, conocida por su cultura musical del rembético.
[12] Instrumento musical de cuerdas, de origen oriental, que se toca con dos palillos que terminan en punta de algodón.
[13] Instrumento musical de cuerdas, de origen oriental. Es como un buzuki pequeño.
[14] En Grecia, se acostumbra a tomar un tipo de café frío y batido, con espuma. Se sirve con pajilla y con o sin azúcar o/y leche. Es el símbolo de la vagancia.
[15] Doménikos Theotokópoulos, (Candía-Creta, Grecia, 1541 – Toledo, España 1614), conocido como El Greco («el griego»), fue un pintor del final del Renacimiento que desarrolló un estilo muy personal en sus obras de madurez.
Sigue el 3. capítulo: Albahaca
Universo cultural, cuyos magos han identificado sus civilizaciones con la religión (mal entendida, diría Rulfo[5]), convirtiendo así la cultura en un asunto de los curas incultos, quienes llevaron al pueblo por caminos ásperos; a quienes se les metió excomulgar a Kazantzakis[6]. Y nos han convencido de que en nuestras venas corre la helenidad (¿qué porcentaje habrá en un pueblo de apenas diez millones que ha pasado veinte siglos por la espada y el fuego de persas, romanos, turcos venecianos y alemanes?), la ortodoxia (¿qué tiene que ver con la helenidad?) y la democracia (¿cómo se distingue entre tanto desprecio de los derechos de los demás en la vida cotidiana?). Han sido ésos los tres principios nacionales. Sólo que los nacionalistas (léase fascistas) cambiaron en 1967 una tercera parte de esa Trinidad –la última- y la denominaron “familia”. Las consecuencias las seguiremos pagando en el caso de seguir existiendo en el futuro.
Al frente, por el otro lado del mar que surge la tierra, del mar Egeo, la otra tierra. La perdida. La despreciada y a la vez amada. La resentida por su decadencia otomana[7]; la pobre (en eso somos hermanos –sólo que nosotros somos menos pobres; tenemos nuestra Αntigüedad clásica...) La tierra de la melancolía. De las ruinas. La asimilada por griegos y turcos. Como niños después de una pelea. El vecino introvertido y nacionalista que se contorsiona para aliviarse del islam y se estremece para liberarse de los golpes de estado militares que ignoran el aspecto cosmopolita y multicultural que podría tener su país. Un país que derrumba sus “yalı” –sus casas nobles- para olvidar su pasado; pero que no ve que en su lugar no se construye nada importante. No combinan la frugalidad oriental con la movilidad del occidente. Son desconfiados de lo “occidental”. Recelosos. Tercos y arduos. Insistentes y pacientes. Se dice que el turco caza liebre con su carreta de bueyes. Son crueles. Brutales. Y a la vez respetan a la autoridad estatal. Y esa disciplina puede llevar a sus soberanos hacia la arbitrariedad, convirtiendo al ciudadano en vasallo. Los turcos cobran su fuerza de su orgullo. Es ese mismo orgullo que les lleva por caminos de arrogancia. Pero ya no es tiempo para nostalgia ingenua y jactancia agresiva. Ni para celos o rencores. Las civilizaciones caídas en coma no tienen posibilidades de revivir. El sentimiento colectivo de su gente, una mezcla de futilidad, indiferencia y afección, es más fuerte que el poder de las autoridades estatales que mantienen al pueblo inculto, diría uno de sus hijos más ilustres: Orhan Pamuk[8]. Los turcos creen (a veces con razón) que los europeos los desprecian, pero lo que les pasa es que ellos mismos se menosprecian al compararse con el mundo exterior. Y emigran a Alemania, para después regresar a Turquía y “liberar” a su gente de la miseria.
Mar salvaje...
“Recoged el agua maldita un día de tempestad. Poco antes de desatarse la tormenta, colocad unas calderas fuera de vuestro hogar. Cuando acabe el temporal, colad el agua. Así ésta cargará electricidad; llevará energía negativa; todo el odio de Dios...”, leemos en un pergamino chamuscado de las tatarabuelas orientales.
Mar bravo...
Pasemos de nuevo al frente. Por el otro lado del Egeo. El griego. Cerca está. Todavía hay muchas voces que protestan en contra de la -caída de Constantinopla[9] en manos de “los mongoles”. La misma situación por la otra orilla: manos levantadas amenazan por la disipación de Estambul por manos de los “infieles”. Lo que significa para los griegos la destrucción del Asia Menor[10], es para los turcos su regreso dinámico al escenario internacional. La opinión que hoy en día tienen los turcos sobre los griegos está limitada en una élite educada, pero minúscula. Por el contrario, la opinión que los griegos tienen acerca de los turcos está muy ampliamente esparcida por el pueblo.
Pero, por encima del tumulto revolotea el canto rembético –un cante jondo, diríamos- de los barrios populares de Estambul –la bizantina y la otomana- y de Salónica –la griega y la eslava-, de Esmirna, la turca, y de Syros[11], la helénica. Un canto de las penas; de la cárcel y del amor. Y entre los mares, estelas de destierro: la pobreza, los campamentos de refugiados y el desempleo. Los caminos musicales pasan por dos siglos y dos guerras mundiales y se amasan con los movimientos izquierdistas. Lloran por la injusticia social y la desdicha. Expulsiones por aquí, persecuciones por allá, violencia, prostitución y drogas: el hachís humea por entre las burbujas del narguile y las cantantes-putas ofrecen sus caricias maternales a sus amantes de una noche. Las tabernas, con sus bombillas multicolores colgando en fila, auténticas casas de sufrimiento, dirían los portugueses. Ambiente de bigotes y rembético; que viajarían dos veces con los pobres desgraciados a los Estados Unidos de América, como productos culturales, rechazados por los mojigatos mimados de los centros urbanos. Desplazados, a lavar platos en Chicago, hasta llegar a ser magnates de la economía mundial. Y de noche, tocando sus violines y sus “santur”[12], sus liras y sus laúdes, sus “bağlamás”[13] y sus “buzukis” greco-turcos. Eso significa “magas”: una síntesis de elementos psicológicos y de comportamientos sociales entre dos mundos. El oriental y el occidental. Un modus vivendi, una mentalidad cultural –mejor dicho: una necesidad biológica. Como el amor; como el sexo. “Magas”, pues, es el amante de la musa asiática que se embriaga en su orgullo helénico. Es el que canta con su alma rembética:
“No tengo casa adonde demorar, / siquiera cama ya para dormir. / No tengo calle, ni barrio pa´ caminar / un mayo primaveral. / Mentiras fatales me dijiste / dándome leche a mamar, / pero ahora que las serpientes se despertaron, / tú llevas tus antiguas alhajas / y nunca sollozas, Madre Grecia, / vendiendo a tus hijos a la esclavitud. / Y cuando yo con mi suerte estaba hablando, / tú, vestida con tus viejos lujos, / al bazar me llevaste, / gitana, mona, Grecia, madre de la pena. / Y ahora que el fuego se alza de nuevo, / tú contemplas tus antiguas bellezas. / Y en las rondas del mundo, mi madre, Grecia, / siempre pregonas la misma mentira. / No tengo Santo para venerar, / ni vela en el cielo vacío. / No tengo Sol ni luz de estrellas / para cantar un mayo primaveral.”
Sin embargo, existe también el “tzaba-magas”, la persona-baratija, el perro que ladra y no muerde, que promete y no cumple, que no progresa. Es el protagonista de hoy día, que sentado en una cafetería cursi tomando su café “frappé”[14], fanfarronea sus hazañas del pasado y sus planes (-¡Hazme Primer Ministro y solucionaré el asunto de los pensionistas!) para un futuro mejor que nunca llegará... El nuevo rico, el nuevo griego con dos coches (que no tiene donde aparcarlos), con dos teléfonos móviles (que los usa para rebuznar o chillar –según su sexo, masculino o femenino- sus compras inútiles), con sus dos televisores (para ver fútbol, tertulias políticas y chismes) y el bitacorero con su internet (donde navega por las geolocalizaciones buscando a sus Evas a desnudo). Es el chulo-playa –que dirían los españoles- y es el “nuevo-educado”, el estudiante universitario que no conoce a El Greco[15], y es el funcionario público, el enemigo del ciudadano, que pasa fumando y contestando irónicamente. Coeficiente de inteligencia: bajo cero... Y ahora hay otras voces que gritan:
-¡Salvad a Grecia de los griegos!
Pero, en Turquía se dice: “El que dice la verdad, es expulsado de nueve pueblos”…
[1] Heráclito de Éfeso (540-480 a.C.): Filósofo griego del Asia Menor (jónico), que consideraba el fuego como el principio de los seres, y enseñó que la realidad está en un flujo continuo, debido a la lucha incesante entre los elementos contrarios: juventud / vejez, vida / muerte.
[2] Platón (427-347 a.C.): Filósofo ateniense clásico; discípulo de Sócrates. El amor platónico es casto, puro; no es carnal. Su obra más importante: Politeia – República.
[3] Fenicios: Antiguo pueblo semítico, el cual desde el III milenio a.C., habita las costas mediterráneas de Siria y Palestina.
[4] Elytis, Odiseas Alepudelis (Grecia, 1911-1996): Nobel de literatura 1979. Su obra más importante: Axion estí – Dignum est (1959).
[5] Rulfo, Juan (México, 1918-1986): Literario mexicano. Su obra más importante: Pedro Páramo (1953-’54).
[6] Kazantzakis, Nikos (Grecia, 1883 - Alemania, 1957): Escritor y filósofo griego de Creta. Su obra más importante: Cristo de nuevo crucificado (1948).
[7] Imperio Otomano (de los turcos) [1299-1923]
[8] Pamuk, Orhan (Estambul, 1952): Nobel de Literatura en 2006. Obra importante: Kar – Nieve (2005)
[9] Constantinopla o Estambul: La capital del Imperio Romano de Oriente o Bizancio (324-1453 d.C.)
[10] La Península de la actual Turquía, cuna de la civilización jónica de los griegos clásicos. El topónimo aparece también sin artículo definido.
[11] Isla griega en el mar Egeo, capital del archipiélago de las Cícladas, conocida por su cultura musical del rembético.
[12] Instrumento musical de cuerdas, de origen oriental, que se toca con dos palillos que terminan en punta de algodón.
[13] Instrumento musical de cuerdas, de origen oriental. Es como un buzuki pequeño.
[14] En Grecia, se acostumbra a tomar un tipo de café frío y batido, con espuma. Se sirve con pajilla y con o sin azúcar o/y leche. Es el símbolo de la vagancia.
[15] Doménikos Theotokópoulos, (Candía-Creta, Grecia, 1541 – Toledo, España 1614), conocido como El Greco («el griego»), fue un pintor del final del Renacimiento que desarrolló un estilo muy personal en sus obras de madurez.
Sigue el 3. capítulo: Albahaca