3. Albahaca
La casa de la abuela. Tanto tiempo sin verla. A la abuela. Aquí, a la izquierda, donde ahora pasa la calle peatonal cubierta de baldosas color ladrillo, había -hace años ya- (y por un sin fin de años) una bajada de tierra rojiza y piedras. Montones de años y piedras. Desde los albores del Mundo. De nuestro microcosmos ateniense. Unas piedras de tamaño mediano (si es admisible que haya tamaños o tallas para las piedras), pero que en aquellos años de infancia, de nuestra infancia, nos parecían enormes, monstruosas. Al nivel de la tierra, la ventana. Cerrada. Celeste. Sobre la cal de la pared. Isleña. Una ventana traída de Ténedos. La isla del Asia Menor. Un celeste desvanecido. Desconchado. Como la isla. Las piedras de la bajada se convierten en nudos en la garganta. Recuerdos de un sabor indefinido, que al darse uno cuenta de que ya no son materiales, su sabor se define como acerbo. Con Jorge, el primo mayor, muchachitos de ocho años, corríamos por la bajada y saltábamos casa adentro, por la ventana terrestre. Un brinco sobre el baúl de madera, un paso volador por encima de la alfombra delgada color marrón –“kilim” la llamaba la abuela en turco-, una gira alrededor de la mesa cuadrada con el mantel de barbas color vino tinto, una carrera por el pasillo, frente al sofá de estilo vienés (hecho en Estambul de 1843, cuando nació la tatarabuela y se había concedido la primera Constitución del rey Otto de Baviera[1] al pueblo griego, de madera negra, pulida, casi brillante y motivos helicoides –“finos, delicados”, decía la abuela), y volando por la cocina con la nevera -que funcionaba con bloques de hielo que cada mañana compraba la abuela al helero que la despertaba pregonando su mercancía- salíamos disparados al jardín, persiguiendo a Litsa y a Debbie, las primas, las “vacas locas”, para asustarlas con algún insecto que teníamos aleteando en nuestras manos. Pero ellas siempre lograban escapar, como gallinas difíciles de apañar. Entonces, desistíamos de nuestro juego virtual de cazadores y nos empeñábamos en escavar un hueco, –“un pozo”, decíamos, en la tierra, “tan profundo” (según nuestra imaginación), que “ya casi íbamos a ver al diablo”. Llenábamos nuestro pozo con el barro que “cocinábamos” con el agua de la manguera de regar las flores, y lo tapábamos con hojas y ramitas para que supuestamente no se viera. Enseguida llamábamos a las primas que nos estaban espiando desde la terraza del primer piso, para arrastrarlas y echarlas al hueco telúrico. Pero ellas, mayorcitas ya y más inteligentes (un hecho que nosotros no distinguíamos o no queríamos admitir), se metían en la casa, y se ponían a ver fotos de Aliki Vuyuklaki –la diva indudable y rubia de los años ´70 y de la ingenuidad impuesta por el dictador Papadópulos[2]- amparadas bajo las faldas de su madre. Entonces, salía de la cocina la abuela. Déspina es su nombre. “Doncella” significa en español. Ella ya no existe, pero existe su aura (su “aigre” diríamos en las provincias de América Latina). Y ese aire basta para justificar el tiempo presente del verbo ser. Salía, pues, y admiraba “vuestro chocolate” en el pozo. Y nosotros, jadeantes por la risa:
-No es chocolate. ¡Mierda es!
Y ella, con un movimiento pretencioso, como una pirueta de Maya Plisetskaya[3] en el Lago de los Cisnes, sacaba de la chancleta su pie izquierdo, emborujado en su media negra, alta y gruesa, y metía con delicadez la puntilla de su dedo gordo en el barro, como probando el chocolate-mierda. Y nosotros, patas arriba, muertos por las carcajadas.
Y de noche. Con una flor de madreselva[4] en la boca, chupando la magia del polen de la noche mediterránea y primaveral. Más allá, una tina plástica y azul, llena de agua y flores flotantes, esperando que la luz de la luna la convierta en perfume refrescante para niños, dice la abuela. Y la noche sigue diseminando sus aromas: albóndigas de carne de cerdo picada y pan seco con cebolla, ajo, albahaca, hierbabuena, hojas de geranio rosa, eneldo e hinojo, fritas en aceite de oliva. Y hedores. Del pozo negro que está detrás de la tapia. Y del tío Nicolás que está fumando sus cigarros hediondos en el enorme cenicero de hojalata, e insultando a los niños-burros que corren endiablados. En el jardín de la madreselva, la mesa ya está puesta. Larga y revestida del mantel blanco y tejido a mano (como un tesoro de Venecia) –por las manos de la bisabuela Venetía- y bordado a mano –por las manos de la abuela Déspina- con una D caligráfica de hilo dorado. La botella transparente de retsina MALAMATINA–vino blanco que desde 1936 (un año de mal agüero, tanto para Grecia, como también para España), produce nuestra familia- llama la atención de las mariposas nocturnas con su brillo amarillento y prestado del bombillo y del vino.
-¡Salud, mis hijitos, y que otro mal no nos encuentre!
Ya no hay canciones. El dolor del alma atormenta los labios disfrazado en deseos. Dolor de fuego y muerte. De pérdidas. De tierras y personas. De tesoros. Materiales y sentimentales. Del Asia Menor incendiada y de la Grecia desdeñosa. Del Egipto perseguido y de la Rusia sublevada. Del Uzbekistán exiliado y de la Macedonia reivindicada. “Que la tiran los perros”, decimos en griego. De Tanzania. Tropical y ajena. Del Mar Negro y del Egeo. Viajes forzosos. Inevitables. Prescritos. Por el kısmet[5] musulmán. La suerte cristiana. Que han dado a luz las culturas parciales que encajan nuestra civilización helénica. Andanzas eternas por la vida que dejan sus mensajes a las próximas generaciones.
Invierno. Olor a petróleo de la estufa. Tres gotas de mantequilla flotan en la copa de té de salvia y nosotros las pescamos con las galletas. Olor a naftalina de las cobijas de lana que pica. Con motivos geométricos y multicolores. Una mirada fugaz a la fotografía en sepia, enmarcada en la pared. Sabemos qué es. La abuela nos lo ha explicado: es el campanario de Ténedos, nuestra isla que nunca veremos, porque ya no existe más.
-Abuela, ¡ábrenos tu baúl! ¡Mira! ¡La lámpara de cristal que te alumbraba tus noches escolares, cuando todavía no había electricidad! ¡Enciéndela y apaga la luz! Abuela, ¿qué tienes guardado en esta bolsita de tela?
Las sombras de la lámpara de óleo en las paredes de ocre le recuerdan el humo de Esmirna, aquel miércoles 31 de agosto del año funesto: 1922.
-Madre, ¡Esmirna está en llamas! ¡Los turcos vienen con espadas en las manos! [...] -Es una piedra, pidellam[6], -mis hijitos-, una piedrecita de mi playa y un poco de tierra de mi isla, Ténedos, que ya no puede ser vuestra. Me la llevé cuando salimos corriendo, corridos de allá...
Sus ojos celestes, isleños, se abren grandes y brillantes. Se quita las gafas y con su pañuelo de tela blanca con una tira negra alrededor –insignia de luto- se seca una lágrima fugaz. Como su vida.
-¡Ya! Hora de dormir. ¡Rápido a sus camas! “!Tsimudiá! –¡Ni chistar!”
Letargo.
Dentro del sueño vivo, los ojos se abren. La abuela Déspina tira por entre los pliegues de su camisón de dormir rosado la cadena de oro del reloj antiguo del abuelo muerto. Con un movimiento automático abre su tapa forjada en bronce con la letra M caligráfica: MALAMATINAS. La carátula de porcelana blanca con las cifras latinas refleja sus ojos. Mira la hora: siglo XI en punto: Asia central. Altai. Estepa verde-morada, ocre y ondulada. Las yurtas[7] blancas y redondas -las casas de los nómadas- parecen ovejas de los pastores ak-koyunlu. La tribu de los turcomanos oğuz toma el poder del Irán islámico de los abasidas[8] y establecen contactos con el imperio bizantino. Los azulejos se encuentran con los arcos de dovelas[9]. Siglo XI y 54 minutos: el cisma eclesiástico enajena el imperio de Constantinopla del mundo occidental. Los candelabros se apagan. Siglo XIII y 4 minutos: los turcos seljucos, aprovechando el derrumbamiento de Bizancio tras la IV Cruzada, se establecen entre los pináculos rocosos y monásticos de Capadocia[10]. Los ataques de los mongoles promoverán a los turcos osmanlíes[11]. Siglo XIV en punto: el imperio bizantino ha abandonado ya sus esfuerzos para reconquistar sus territorios del Asia Menor...
La abuela está inquieta:
-La madre del Sultán turco Murad-i Rabi II[12] es una princesa bizantina, griega... y la esposa del Sultán Orhan es la hija del Déspota bizantino Katakuzinós VI... Él, para poder enfrentar a los serbios de Dusán, ofrece a los osmanlíes el litoral europeo de los Dardaneles.
En su sueño agitado, la abuela Déspina no puede quitar la mirada de su reloj –reliquia de su amor: siglo XV y 53 minutos:
-Constantinopla cae en manos turcas... La nación de los griegos se convierte en “raiyeh” –el rebaño del conquistador nómada…
Pero no se islamiza. El Corán tolera el Cristianismo. (Griego o andalusí.) Sólo pagan el “haraç” –el impuesto capital. El Sol bizantino ya anocheció y la Media Luna musulmana ha subido al confín etéreo.
Siglo XIX y 21 minutos: Grecia se subleva. Seis minutos más tarde, el bajá[13] turco İbrahim intentará mandar a los sublevados como esclavos a África. Cuatro minutos más temprano, un inglés, llamado Canning[14], molesto por el impedimento del comercio británico en el mar Egeo, causado por las guerrillas greco turcas, había reconocido los derechos de la Revolución Griega. Metternich[15] está furioso. Los rusos ortodoxos prometen ayudar y los griegos juegan a la ruleta rusa. El imperio otomano, el multiétnico y multiconfesional, se está derrumbando. No por el heroísmo de algunos, sino por el hambre y la opresión de la multitud. De griegos y turcos. De albaneses y serbios. Siglo XIX y 31 minutos: el conde Capodistria[16] es asesinado por los griegos, porque era bastante honrado y quiso organizar el nuevo país multiétnico según los modelos europeos. Pues, era italiano y ya ha comenzado la Era de la hematología nacionalista... (¿Acaso no pasó lo mismo en la América Latina de aquel período?) Siglo XIX y 33 minutos: un jovencito rubio, hijo de un rey desempleado viene de Alemania. Otto de Baviera concederá la primera Constitución al pueblo griego.
La luna menguante le inculca a la abuela Déspina susceptibilidades y sentimientos envenenados. La hace percibir los acontecimientos en un profundo letargo:
-“Luna vieja, el mal que te han echado, ¡llévalo al monte!”
La hora es: siglo XX y quince, aproximadamente. Arden las guerras balcánicas entre Turquía, Grecia, Serbia y Bulgaria, mientras que un poco más temprano, en 1913, por el otro lado del Mediterráneo, En España, Unamuno escribe “el sentimiento trágico de la vida”.
Letargo, de nuevo; los ojos anochecen, pero las manecillas del reloj de la abuela Déspina siguen contando los siglos y los minutos... Para siempre. Ha traído el aroma del Oriente en su cuarto.
Buenas noches abuela. Todavía duermo con sus historias, aunque ya tengo cuarenta y cinco años de edad…
[1] Oto I de Baviera (1815-1867): Primer rey de los griegos.
[2] Papadópulos, Yeoryios (1919-1999): Militar y líder del golpe de estado del 21/4/1967-1974; Primer Ministro, Virrey y Presidente de Grecia hasta el año 1974.
[3] Plisetskaya, Maya (1925- ): Bailarina clásica de la ex Unión Soviética, que se ha naturalizado en España.
[4] Flor pequeña y blanca, parecida al jazmín, de un perfume muy intenso, pero fino, y de un sabor dulce, debido a su polen. Se usa como cerca para los jardines.
[5] En turco: destino prescrito.
[6] Pidellam’: Palabra cariñosa en el dialecto eólico (griego) de las islas del mar Egeo oriental.
[7] Tienda de campaña hecha de piel de camello, utilizada por los árabes en el desierto y por los nómadas en las estepas de Asia Central.
[8] También se conoce como “Califato de Bagdad”.
[9] En la arquitectura, es un elemento que conforma un arco y que puede ser de materiales como ladrillo o piedra.
[10] Región desértica en Anatolia (Turquía central), con formaciones rocosas y monasterios bizantinos escavados en ellas.
[11] Turcos otomanos.
[12] Sultán Murad-i Rabi II (1612-1640): Emperador otomano, conocido por sus sentimientos brutales.
[13] En el imperio otomano, antiguamente, el que obtenía algún mando superior, como el del mar, o de alguna provincia en calidad de virrey o gobernador. (RAE)
[14] Canning, George (1770-1827): Primer Ministro de Gran Bretaña, que apoyó la Revolución griega de 1821 en contra de la Sublime Puerta de los turcos.
[15] Metternich, Klemens Wenzel, von (1773-1859): Canciller del Imperio Austrohúngaro, que apoyaba el absolutismo.
[16] Capo d´ Istria, Ioannis (Grecia, 1776-1831): Ministro de Relaciones exteriores de Rusia y Primer gobernador de Grecia. Quiso aplicar el sistema político de Suíza, pero fue asesinado por... su honradez!
Sigue el 4. capítulo: Y el cuento comienza... Final de la Belle Époque. I. Estambul
-No es chocolate. ¡Mierda es!
Y ella, con un movimiento pretencioso, como una pirueta de Maya Plisetskaya[3] en el Lago de los Cisnes, sacaba de la chancleta su pie izquierdo, emborujado en su media negra, alta y gruesa, y metía con delicadez la puntilla de su dedo gordo en el barro, como probando el chocolate-mierda. Y nosotros, patas arriba, muertos por las carcajadas.
Y de noche. Con una flor de madreselva[4] en la boca, chupando la magia del polen de la noche mediterránea y primaveral. Más allá, una tina plástica y azul, llena de agua y flores flotantes, esperando que la luz de la luna la convierta en perfume refrescante para niños, dice la abuela. Y la noche sigue diseminando sus aromas: albóndigas de carne de cerdo picada y pan seco con cebolla, ajo, albahaca, hierbabuena, hojas de geranio rosa, eneldo e hinojo, fritas en aceite de oliva. Y hedores. Del pozo negro que está detrás de la tapia. Y del tío Nicolás que está fumando sus cigarros hediondos en el enorme cenicero de hojalata, e insultando a los niños-burros que corren endiablados. En el jardín de la madreselva, la mesa ya está puesta. Larga y revestida del mantel blanco y tejido a mano (como un tesoro de Venecia) –por las manos de la bisabuela Venetía- y bordado a mano –por las manos de la abuela Déspina- con una D caligráfica de hilo dorado. La botella transparente de retsina MALAMATINA–vino blanco que desde 1936 (un año de mal agüero, tanto para Grecia, como también para España), produce nuestra familia- llama la atención de las mariposas nocturnas con su brillo amarillento y prestado del bombillo y del vino.
-¡Salud, mis hijitos, y que otro mal no nos encuentre!
Ya no hay canciones. El dolor del alma atormenta los labios disfrazado en deseos. Dolor de fuego y muerte. De pérdidas. De tierras y personas. De tesoros. Materiales y sentimentales. Del Asia Menor incendiada y de la Grecia desdeñosa. Del Egipto perseguido y de la Rusia sublevada. Del Uzbekistán exiliado y de la Macedonia reivindicada. “Que la tiran los perros”, decimos en griego. De Tanzania. Tropical y ajena. Del Mar Negro y del Egeo. Viajes forzosos. Inevitables. Prescritos. Por el kısmet[5] musulmán. La suerte cristiana. Que han dado a luz las culturas parciales que encajan nuestra civilización helénica. Andanzas eternas por la vida que dejan sus mensajes a las próximas generaciones.
Invierno. Olor a petróleo de la estufa. Tres gotas de mantequilla flotan en la copa de té de salvia y nosotros las pescamos con las galletas. Olor a naftalina de las cobijas de lana que pica. Con motivos geométricos y multicolores. Una mirada fugaz a la fotografía en sepia, enmarcada en la pared. Sabemos qué es. La abuela nos lo ha explicado: es el campanario de Ténedos, nuestra isla que nunca veremos, porque ya no existe más.
-Abuela, ¡ábrenos tu baúl! ¡Mira! ¡La lámpara de cristal que te alumbraba tus noches escolares, cuando todavía no había electricidad! ¡Enciéndela y apaga la luz! Abuela, ¿qué tienes guardado en esta bolsita de tela?
Las sombras de la lámpara de óleo en las paredes de ocre le recuerdan el humo de Esmirna, aquel miércoles 31 de agosto del año funesto: 1922.
-Madre, ¡Esmirna está en llamas! ¡Los turcos vienen con espadas en las manos! [...] -Es una piedra, pidellam[6], -mis hijitos-, una piedrecita de mi playa y un poco de tierra de mi isla, Ténedos, que ya no puede ser vuestra. Me la llevé cuando salimos corriendo, corridos de allá...
Sus ojos celestes, isleños, se abren grandes y brillantes. Se quita las gafas y con su pañuelo de tela blanca con una tira negra alrededor –insignia de luto- se seca una lágrima fugaz. Como su vida.
-¡Ya! Hora de dormir. ¡Rápido a sus camas! “!Tsimudiá! –¡Ni chistar!”
Letargo.
Dentro del sueño vivo, los ojos se abren. La abuela Déspina tira por entre los pliegues de su camisón de dormir rosado la cadena de oro del reloj antiguo del abuelo muerto. Con un movimiento automático abre su tapa forjada en bronce con la letra M caligráfica: MALAMATINAS. La carátula de porcelana blanca con las cifras latinas refleja sus ojos. Mira la hora: siglo XI en punto: Asia central. Altai. Estepa verde-morada, ocre y ondulada. Las yurtas[7] blancas y redondas -las casas de los nómadas- parecen ovejas de los pastores ak-koyunlu. La tribu de los turcomanos oğuz toma el poder del Irán islámico de los abasidas[8] y establecen contactos con el imperio bizantino. Los azulejos se encuentran con los arcos de dovelas[9]. Siglo XI y 54 minutos: el cisma eclesiástico enajena el imperio de Constantinopla del mundo occidental. Los candelabros se apagan. Siglo XIII y 4 minutos: los turcos seljucos, aprovechando el derrumbamiento de Bizancio tras la IV Cruzada, se establecen entre los pináculos rocosos y monásticos de Capadocia[10]. Los ataques de los mongoles promoverán a los turcos osmanlíes[11]. Siglo XIV en punto: el imperio bizantino ha abandonado ya sus esfuerzos para reconquistar sus territorios del Asia Menor...
La abuela está inquieta:
-La madre del Sultán turco Murad-i Rabi II[12] es una princesa bizantina, griega... y la esposa del Sultán Orhan es la hija del Déspota bizantino Katakuzinós VI... Él, para poder enfrentar a los serbios de Dusán, ofrece a los osmanlíes el litoral europeo de los Dardaneles.
En su sueño agitado, la abuela Déspina no puede quitar la mirada de su reloj –reliquia de su amor: siglo XV y 53 minutos:
-Constantinopla cae en manos turcas... La nación de los griegos se convierte en “raiyeh” –el rebaño del conquistador nómada…
Pero no se islamiza. El Corán tolera el Cristianismo. (Griego o andalusí.) Sólo pagan el “haraç” –el impuesto capital. El Sol bizantino ya anocheció y la Media Luna musulmana ha subido al confín etéreo.
Siglo XIX y 21 minutos: Grecia se subleva. Seis minutos más tarde, el bajá[13] turco İbrahim intentará mandar a los sublevados como esclavos a África. Cuatro minutos más temprano, un inglés, llamado Canning[14], molesto por el impedimento del comercio británico en el mar Egeo, causado por las guerrillas greco turcas, había reconocido los derechos de la Revolución Griega. Metternich[15] está furioso. Los rusos ortodoxos prometen ayudar y los griegos juegan a la ruleta rusa. El imperio otomano, el multiétnico y multiconfesional, se está derrumbando. No por el heroísmo de algunos, sino por el hambre y la opresión de la multitud. De griegos y turcos. De albaneses y serbios. Siglo XIX y 31 minutos: el conde Capodistria[16] es asesinado por los griegos, porque era bastante honrado y quiso organizar el nuevo país multiétnico según los modelos europeos. Pues, era italiano y ya ha comenzado la Era de la hematología nacionalista... (¿Acaso no pasó lo mismo en la América Latina de aquel período?) Siglo XIX y 33 minutos: un jovencito rubio, hijo de un rey desempleado viene de Alemania. Otto de Baviera concederá la primera Constitución al pueblo griego.
La luna menguante le inculca a la abuela Déspina susceptibilidades y sentimientos envenenados. La hace percibir los acontecimientos en un profundo letargo:
-“Luna vieja, el mal que te han echado, ¡llévalo al monte!”
La hora es: siglo XX y quince, aproximadamente. Arden las guerras balcánicas entre Turquía, Grecia, Serbia y Bulgaria, mientras que un poco más temprano, en 1913, por el otro lado del Mediterráneo, En España, Unamuno escribe “el sentimiento trágico de la vida”.
Letargo, de nuevo; los ojos anochecen, pero las manecillas del reloj de la abuela Déspina siguen contando los siglos y los minutos... Para siempre. Ha traído el aroma del Oriente en su cuarto.
Buenas noches abuela. Todavía duermo con sus historias, aunque ya tengo cuarenta y cinco años de edad…
[1] Oto I de Baviera (1815-1867): Primer rey de los griegos.
[2] Papadópulos, Yeoryios (1919-1999): Militar y líder del golpe de estado del 21/4/1967-1974; Primer Ministro, Virrey y Presidente de Grecia hasta el año 1974.
[3] Plisetskaya, Maya (1925- ): Bailarina clásica de la ex Unión Soviética, que se ha naturalizado en España.
[4] Flor pequeña y blanca, parecida al jazmín, de un perfume muy intenso, pero fino, y de un sabor dulce, debido a su polen. Se usa como cerca para los jardines.
[5] En turco: destino prescrito.
[6] Pidellam’: Palabra cariñosa en el dialecto eólico (griego) de las islas del mar Egeo oriental.
[7] Tienda de campaña hecha de piel de camello, utilizada por los árabes en el desierto y por los nómadas en las estepas de Asia Central.
[8] También se conoce como “Califato de Bagdad”.
[9] En la arquitectura, es un elemento que conforma un arco y que puede ser de materiales como ladrillo o piedra.
[10] Región desértica en Anatolia (Turquía central), con formaciones rocosas y monasterios bizantinos escavados en ellas.
[11] Turcos otomanos.
[12] Sultán Murad-i Rabi II (1612-1640): Emperador otomano, conocido por sus sentimientos brutales.
[13] En el imperio otomano, antiguamente, el que obtenía algún mando superior, como el del mar, o de alguna provincia en calidad de virrey o gobernador. (RAE)
[14] Canning, George (1770-1827): Primer Ministro de Gran Bretaña, que apoyó la Revolución griega de 1821 en contra de la Sublime Puerta de los turcos.
[15] Metternich, Klemens Wenzel, von (1773-1859): Canciller del Imperio Austrohúngaro, que apoyaba el absolutismo.
[16] Capo d´ Istria, Ioannis (Grecia, 1776-1831): Ministro de Relaciones exteriores de Rusia y Primer gobernador de Grecia. Quiso aplicar el sistema político de Suíza, pero fue asesinado por... su honradez!
Sigue el 4. capítulo: Y el cuento comienza... Final de la Belle Époque. I. Estambul