III. La cara turca de... Turquía
Existe un género musical -un aire, dicen algunos- que en turco se llama uşşak. Esa tonada de liras y de voces solloza por los infortunios del amor y de la vida, empezando por un saludo de la cantante con su yaşmak –el pañuelo que le deja sólo los ojos descubiertos- a los músicos que tocan los instrumentos de cuerda:
“¡Hola, Lambros, con tu lira, hola, chico!” y repitiendo cada cuando un gimoteo largo: ¡Amán! / Mi suerte me ha condenado, / (volviendo a lloriquear: ¡ay, amáaaan!) / me ha condenado / a vivir torturado. / (suspirando de nuevo: ¡amán, amáaan!) / (y revolviendo palabras en griego y turco: ¡ay, mi Rosita, me vas a matar, seni seviyorum! - ¡te quiero tanto!), / y reitera el verso: a vivir torturado / (jugando con las variaciones de su quejido: ¡aaamán, ammmán, amáaaan, amánnn! / y sigue: nunca me engañaron / mis labios / (de nuevo un quejido: ¡amánnnn!, sonoro como el doblar de una campana)...
Y existe también un lugar en Asia Menor, que se llama Uşak, y exhala esa atmósfera de dolor -de saudade dirían los portugueses con sus fados[1]... En las duras pero dulces épocas del imperio otomano, era un dolor del amor, pero hoy en día es una morriña[2] de aquel ambiente ya fallecido; de aquel sentimiento revuelto de amor y odio; amor erótico entre griegos y turcas; un fulgor ya apagado. Y odio nacionalista entre turcos y griegos. Una brisa ya amainada. La ciudad actual es una villa provincial, común y corriente, llena de edificios grises de cemento, con tejas (¡una versión más del kitsch!). Es también de lamentar la pérdida del color cultural.
Pues, en Uşak –en la cara turca del Asia Menor- y de los tiempos dulces, Eván, una “señorita” de... treinta y nueve años (¡!), de religión cristiana ortodoxa (“Anunciación” significa su nombre) y de lengua turca –un híbrido de esa mezcla cultural- y de belleza e inteligencia dudosas, ha dedicado su vida a dos cosas: a rechazar a cualquier pretendiente mandado por las casamenteras de Anadolu[3], y a tener miedo de todo y de todos...
-¡Amán! Éste no me gusta. Es muy moreno... ¡Ay! A ése no lo quiero; me parece extraño... Alá, alá! - ¡Dios mío! Aquél es mísero...
Pero la miseria que Eván ve no se proyecta en la retina de sus ojos, sino está en la materia gris de su cerebro...
-¡Aaamán, qué miedo del calor veraniego! Uno suda y después muere... ¡Ammmán, qué terror el del frío invernal! Uno queda muerto en las calles... ¡Amáaan, qué pavor de comer pescado con huevo! Se te llena la cara de espinillas negras, rojas y blancas con pus... ¡Amánnn, qué horror de bañarme! El próximo día salgo al patio y cojo una buena pulmonía...
Su casa, es la cárcel y su autoexilio. No tiene baño, ni cocina. Duerme con su madre en la misma cama hedionda, al lado de una estufa, para calentarse y para cocinar. Y su padre, en un camastro, metido por ahí, en un rincón... Alrededor, alfombras orientales y gatos: sobre la cama: Sheherazade -la gata blanca, peluda, sorda y presumida de Áncara, (es la reina de esa casa-cárcel), sobre la única silla coja: Ayşe –la gatita mísera, sarnosa, que la habían encontrado por las calles, coja también –como su silla-, ciega, de cola cortada, sin oreja... Frente a la puerta: la negrita, debajo de la ventana: la grisita, frente a la estufa: la manchita con sus niños –que el próximo día Eván los va a ahogar en una tina metálica con un poco de agua-, y sobre la alfombra antigua: Ferhad[4], el gato-varón y amante de ese harén de felinos.
-“Si le dicen a una mujer que en el cielo hay bodas, ella buscaría una escalera para llegar allá”; su madre está acongojada: “¡Alá, Alá!, ¿quién se hará cargo de ella? ¿Quién la mantendrá?”, susurra a sí misma.
-Amán, mamá; ¡Déjame tranquila! Si no me gusta nadie…
-“El camello no se da cuenta de su propia joroba”, repone ella y va llamando a sus gatos tocando con un tenedor un plato lleno de sancocho. “De noche vendrá la casamentera. Dice que conoce a un joven muy bueno y adinerado; viene –dice- de América…”
De noche, las cucharitas hacen que las copas de té campaniformes toquen su propia “sinfonía de la menta”. Detrás de las ventanas internas de enrejado, Eván y su madre están vineando la reunión. La casamentera, muerde la esquina de su pañuelo para mantener su cara cubierta. Al frente, el padre de Eván, posado en cuclillas con su ancho pantalón a rayas. A su lado, el novio. Un típico “magas” urbano que tuerce con arrogancia el anzuelo de su bigote. Zapatos punteados de charol, sombrero de estilo panameño, pantalón estrecho, negro, con rayas blancas, amarrado con una ancha faja de tela roja. Por su hombro derecho cuelga su saco. Por eso es que entró cojeando. Es la manera varonil pero popular de la ciudad. Con su mano izquierda está jugando su komboloi –un cordón, sarta de cuentas de ámbar, color vino blanco.
Una atmósfera de silencio incómodo domina la sala. Gül Bahar, la casamentera –la Rosa Perfumada- toma tímidamente la palabra:
-İskender[5] efendim, éste es Yovan Çavuş[6], el mejor pretendiente para su hija, Eván. Es hombre de mundo: anduvo por las Américas, y antes vivía en Esmirna, la joya del Asia Menor. Eván vivirá en el Paraíso con él. Tiene liras de oro amontonadas y canta de maravilla...
Y dirigiéndose al novio:
-Yovan efendim, con Eván hanım[7], usted quedará muy contento. Es mujer hogareña y muy trabajadora. La mejor hilandera de alfombras de Anadolu y de todo el Oriente; como su madre. Aquí vienen los adinerados desde Irán -¡imagínese!- para arreglar sus alfombras de seda antiguas.
En este momento, Katife –la Flor de Terciopelo- entra en la sala, seguida por su hija, Eván, quien lleva una bandeja de plata con café turco y aromatizado con cardamomo[8], espeso y en una taza pequeña de porcelana fina, y lokum –el dulce hecho a base de almidón, azúcar y pistacho, aromatizado con agua de rosas y espolvoreado con azúcar. Eván es bien fea. (Después, estando sola, volcará la taza de su pretendiente y leerá el futuro de ese matrimonio en la bozorola.)
La mirada de Yovan Çavuş se atrae por la bella alfombra colgada en la pared. Una verdadera miniatura iraní, tejida en millones de nudos de seda: colinas de líneas suaves, como curvas de un cuerpo femenino. El verde pastel penetra en el morado claro. En el cielo dorado, laberintos de nubes arremolinan sus espirales celestes, azules y blancos. Abajo, a la izquierda, rocas coralinas; carmesí y ocre, celeste y marrón. Los árboles, como llamas altas y delgadas, una controversia de color verde oscuro. Entre la tierra y el cielo, dos alas alargadas, rosadas y celestes, verdes y moradas, vibran entre árboles y nubes. Pico, cresta y mirada de bermejo salvaje. Potros árabes con talismanes mágicos, y sobre ellos, turbantes con plumas altas de pavo real, rubíes, esmeraldas y diamantes sobre telas damasquinadas. Gestos heróicos; rostros nobles; mirada de Mongolia. Al fondo, venados para la caza regia, aun en libertad. Arriba, a la derecha, enmarcadas por el borde, letras arabescas, de la antigua caligrafía nasta’liq; versos mágicos del Shahnamé –el libro de los reyes iraníes, que hace mil años había escrito el poeta persa Ferdowsí.
Yovan, al ver este paisaje oriental en la superficie de la alfombra, recuerda a su ex esposa y su alma se llena de sentimientos confundidos: nostalgia y odio, libido y resignación.
Hace tiempos ya, él vivía feliz con Dünya Güzelı –la Bella del Mundo-, la mujer con quien soñaba cada hombre en el Oriente: ojos de almendra con miel, cutis bañada en leche con perfumes y las caderas: suspiros de azúcar. Y sus dedos; esos dedos de azucena, que tocaban con una pluma de pavo real el laud…
“Reposa mi hijo en el sofá / y yo aquí te doy / todo el azúcar de Estambul / y el arroz de Egipto… / Duérmete, hijo del Sultán, nieto del rey, ponte / en mis brazos tu amor, /tu testa en mis senos…”
Pero cuando Yovan reposaba en los brazos de su odalisca, el pensamiento de Güzelı viajaba por los laberintos de la mente femenina… Y cuando él iba de día a trabajar y de noche a tomar con sus amigos y a cantar sus melodías de rembético, ella se perdía en las callejuelas laberínticas de Esmirna. La verdad es que esa mujer no era para él; Dünya Güzelı merecía una vida lujosa. Se marchitaba sobreviviendo con el puñito de monedas de cobre que le traía Yovan Çavuş cada semana de su chinamo, donde vendía bizcochos con ajonjolí. Y –para decir la verdad, él tampoco era uno de los mejores hombres de esa ciudad cosmopolita. De ese mísero puño de moneditas, gastaba por lo menos la mitad en las tabernas, pagando por los platos rotos que dejaba después de cada baile, y por las sillas y mesas rotas que tiraba cada vez que se metía en una pelea. Ella, viendo la miseria de su hogar, y escuchando las maravillas de Esmirna –ese pequeño París del Asia Menor-, deseaba comprar los vestidos de seda y las joyas de oro que cada trimestre publicaban los periódicos en dibujos de color (una tecnología pionera de la prensa de aquella época remota). Quería tener de esas pomadas y cremas de cara que se ponían las doñas ricas. Pero, ella, lo único que se limitaba a hacer era acudir a las brujas, las famosas brujas de Esmirna, para que le dieran sus hierbas de belleza, de amor y de dinero. Corría noche y día a sus casas oscuras, repletas de cabezas de animales disecadas, bolas de cristal e incienso, candelas, barajas y botellitas llenas de filtros mágicos, y ellas le echaban las cartas tarot y le recomendaban:
“La magia que te diré, nunca la hagas con una gallina viva, por que toda la energía negativa se volverá en contra de ti… En una bandeja pondrás la foto del hombre que deseas, y unos pelos de él. Rezarás al espíritu de Lilith, pronunciando las siguientes palabras: ¡eres tú, que estás aquí, ahora; eres tú, que te toco con mi mano; eres tú que obedeces a mi voluntad! Con tus uñas, romperás la pechuga de la gallina, y arrancarás con fuerza su corazón. Apretarás el corazón de la gallina muerta en tu palma, pensarás intensamente en el hombre que deseas, y sentirás el pulso de su corazón en el de la gallina. Colocarás el corazón sobre la foto –preferiblemente sobre el pecho de tu persona bien querida-, y guardarás esa bandeja en un lugar secreto. Por tres días rezarás a Lilith, y perforarás el corazón de la gallina con tres espinas blancas. En fin, verás que el corazón de la gallina no se podrirá y que el corazón del hombre que tú amas será tuyo para siempre…”
Dünya Güzelı utilizaba su inteligencia y su belleza para salir de la miseria: en sus vaivenes por Esmirna, se había enamorado de Nureddin Paşa[9], un militar turco de mucho poder, económico y político. Pero su amor era platónico, unilateral; él no se daba cuenta. Ella miraba sus fotos en los periódicos, lo espiaba en las calles, cuando él pasaba a inspeccionar las guardias de sus soldados, le admiraba la barba –por la cual él era famoso por todo Asia Menor-, pero Nureddin no podía saberlo. Cuando Güzelı salía de casa (día o noche), Yovan estaba despreocupado, pensando que ella iba solamente a sus brujas –las cochinadas, como las llamaba él. No se le ocurría ni la mínima idea de dónde más podría ir su mujer. Más bien, él quedaba alegre, por que así podía hacer sus cosas…
Aquella noche, Yovan Çavuş, en lugar de ir a las tabernas a quebrar platos bailando y sillas peleando, se iría con sus amiguillos, Agah –el Siempre Informado-, Battal –el Tosco-, Azmi –el Decidido- y Fakir –el Pobre-, a vender “cosas” con su chinamo, por si ganaran algún cinquillo más…
-¡Como que “cinquillo”, maje! Esta chamba tiene mucha plata. ¡Créeme! Y después, les tengo una sorpresa para todos…
-¿Sorpresa? ¿Qué será?
-Deja de eso, ahora. Por el momento, lo importante es entender todos muy bien el plan: De noche, iremos a Jiótika, la región de las mujeres del placer… Tú, Yovan, llevarás tu chinamo cargado por encima de bizcochos con ajonjolí. Lo de siempre. La gente te conoce aquí. Todos compran a ti. Nadie sospechará. En la gavetita de abajo, ahí donde guardas el azúcar y la sal, yo te daré a esconder la hierba. Es de la mejor calidad que jamás he tenido. Esta vez tengo hachís de Kürdistan y heroína de las amapolas de Irán, que traía un barco; lo detuvieron en el puerto y yo lo asalté con unos mozos maleteros del muelle. Dicen que dos turcos traicionaron al capitán. Tú, Azmi, irás por los prostíbulos de alrededor, a buscar clientes. Esos turcos ricos e importantes siempre andan por ahí fumando… Ustedes, Fakir y Battal, irán a cuidar por las esquinas de la calle, por si acaso acerca algún policía. Y yo, me quedaré contigo, Yovan, para vender juntos. Tú venderás, y yo recogeré la plata. Cuentas claras. La repartición será entre los cinco.[10]
Cuando los últimos centelleos del crepúsculo se apagaron en las aguas del mar Egeo oriental, el chinamo, con su lucecita azuleada y amarillenta de acetileno, va subiendo y bajando por las callejuelas de la Esmirna de los cuentos. Pasa por kapalı çarşi –el mercado cubierto con decenas de cúpulas llenas de estrellitas, sus centenas de pasillos y miles de negocios, grandes y pequeños-, gira por el bezesten –las joyerías que reflejan la luz de la luna sobre sus turquesas-, se mete por los estrechos del bazaar de frutas de muchos colores y olores; Yovan lo empuja sudando frente al hamam –el baño de vapor- y se detiene inconscientemente ante el fino alminar de la mezquita –la torre del templo musulmán cubierta de sofisticados azulejos. Sigue por la región de los europeos, con sus mansiones de estilo francés, inglés e italiano, y entra en el barrio de los vidrios: jarras de cristal transparente, velas de iglesias de vidrio azul, lámparas traslúcidas y copas de pie alto para champán, hechas de murano –el cristal soplado de la isla de Venecia; materiales nobles para manjares regios. El chinamo de Yovan Çavuş da la vuelta del Quai –el paseo marítimo de Esmirna, ahí donde se hace el “bazaar de novias”-; ésta es la “hebilla de esmeraldas en la túnica jónica” que dice la canción. Sube al barrio de los armenios y baja por la región de las Rosas –la que antes se llamaba: “Las Boñigas”¨. Encuentra la Catedral y los hospitales de Holanda y Austria, para llegar finalmente al área de los griegos. Un ambiente de fineza, cultura y riqueza. Pero, más allá, al fondo oscuro de los callejones sin salida, se encuentra Jiótica –el barrio de las casas del amor… Unas son pobres, pero salen de un ensueño arabesco: son jaimas - tiendas de campaña árabes- con velas y alfombras; otras, son unos verdaderos serrallos: casas nobles, de arquitectura francesa clásica y portones esculpidos y pesados. Un farol rojo indica su función y las hace distinguir de las otras casas, las nobles originales. Olores y hedores de tabaco, perfume y sudor forman la neblina de este barrio. Música tristalegre a lo lejos.
-“Aquí estamos bien, frente al serrallo de Büyük Hanım –la Gran Dama” ordena Agah, y todos obedecen. “Ésa es la mejor casa de mujeres de todo el Oriente. Aquí vienen los más adinerados; tendremos buena suerte aquí. Fakir, ve ahí por la esquina, donde está el poste del farol rojo, y tú, Battal, ve a vigilar por las jaimas, ahí al frente. ¡Cuidado, no se les vaya a escapar algún policía sospechoso…” dijo el Siempre Informado, pero una duda le carcomía como gusano sus entrañas. “Azmi, tú que hablas mucho y convences a la gente, entra en el serrallo y trata de atraer a los clientes. Diles que tenemos hierba esfahaní[11], de Irán. ¡In şa Alá - si Dios quiere, esta noche ganaremos una fortuna!”
A veces, los nombres y los presentimientos nos dicen la verdad. Pues el nombre de Battal significa: “El Tosco, el cretino”. No había pasado ni un minuto, cuando ese Battal empezó a silbar de una manera frenética. Yovan y Agah se asustaron tanto, que por su nerviosidad volcaron el chinamo. Las lajas de la calle se espolvorearon de ajonjolí. Fue tanto el ruido, que Büyük Hanım –la dueña del prostíbulo- salió a ver qué pasó. Cuando las cosas se calmaron, y los cinco amigos volvieron a sus puestos, Agah preguntó a Battal cuántos policías había visto y dónde estaban en ese momento. Él, con su expresión de ignorante y su lenguaje de bobo, le tartamudeó que “ha-ha-había silba-ba-ba-do s-s-s-ólo pa’ ver sssi po-po-po-día o n-n-n-o…”
Las horas pasaban y los clientes aparecían uno por uno, desde la casa del amor, como gatos asustados. Los de mejor posición social mandaban a sus sirvientes, que los acompañaban hasta en los burdeles…
Agah sentía su bolsillo lleno de monedas pesadas, pero no podía contarlas en medio de la calle. De repente, unos chillidos se escucharon desde la esquina. Eran de Battal, que lo estaban deteniendo dos policías. Fakir y Azmi habían desaparecido, dejando a los dos vendedores de hierba y ajonjolí completamente solos. Tras una breve escapada entre las esquinas oscuras de las callejuelas pecadoras, Aga encontró a Yovan.
-¡Déjalos a ellos! Olvídate de que los volverás a ver. Pasarán el resto de su vida en la chirola, hasta que los degollen por delitos de otros, o por falta de plata para mantenerlos. Mientras tanto, ellos buscarán alguna lata vieja de comida, para fabricar su propio bağlama y tocar la música rembética… ¡Vamos, amigo! ¡Vámonos de aquí! Deja tu chinamo chocho, ya no lo necesitas. En mi bolsillo tengo bastantes liras de oro, y te daré la sorpresa que te prometí…”
Agah empuja la puerta férrea del serrallo imponente, y Yovan queda pasmado de tanto lujo: paredes con arabescos dorados, sofás bermejos y aterciopelados, arcos de mármol blanco, vestidos de seda rosada, cuadros de pintura europea y un gramófono de embudo dorado, alfombras iraníes y lámparas de cristal de Bohemia por encima de dobles escaleras que abren sus brazos a las liras de oro de la nobleza internacional de Esmirna: militares turcos y comerciantes judíos acariciando a jovencitos vestidos de tul, artistas italianos y franceses dibujando a las danzantes orientales que hacen vibrar infinitas monedas de oro cosidas en sus vestidos, y diplomáticos ingleses y alemanes probando con elegancia fingida el narguile, la pipa de agua con el hachís que les habían vendido hace poco Agah y Yovan, y griegos, hijos de la alta sociedad, que iban a conocer por primera vez lo que es el amor…
Agah se recuesta en uno de los sofás y con un gesto de califa anima a Yovan a acostarse también. Al frente está sentado Nureddin Paşa, pero ninguna mujer está a su lado. Seguramente está esperando a alguna muy especial. Dos jovencitas ingrávidas y gentiles, como las huríes[12] del Jardín de Edén mahometano, les entregan con solemnidad un narguile doble de burbujas, humeante, pero Agah las rechaza con un movimiento agresivo de su palma. Büyük Hanım acerca preocupada, pero estricta y con una mirada de lascivia marchita, le cierra el ojo en señal de varias preguntas: “¿quiénes son ustedes?, ¿tienen dinero?, ¿desean hachís?, ¿no les gustan mis mujeres?, ¿acaso desean jovencitos?...”
-“Quiero la mejor de tus mujeres. La más joven; la más bella. La que nos hará viajar por el jardín de las delicias. Dinero tenemos de sobra” le interrumpe él haciendo con su puño sonar las liras de oro en su bolsillo.
Con un gesto abrupto de la Gran Dama, paran las danzarinas orientales su meneo sexual y un silencio profundo sobrecoge la sala; todos alzan su mirada y esperan sin respiración. Las luces eléctricas (gran lujo de la época) se apagan y algunas velas amanecen en su lugar. Por entre las pesadas cortinas de terciopelo color de berenjena con los arabescos de oro entretejidos, aparece entre el humo del narguile y las llamas de las velas una tenue curva de cuerpo femenino. Entre el velo azul oscuro, se distinguen dos ojos almendrados, y brillantes, como la miel. La palma, recargada de anillos y cadenas de oro, revolotea como ala de paloma blanca. La mujer-amor se dirige como hipnotizada hacia Nureddin, pero con otro gesto abrupto de Büyük Hanım, ella queda inmóvil al ver a los dos nuevos clientes.
-“Esta noche, la mayor oferta no ha sido de parte de Nureddin efendi, sino de nuestros nuevos invitados: ¡Agah Bey y Yovan Çavuş!”
La presentación teatral de la Gran Dama se interrumpe por el ruido sordo del desmayo de la mujer con el velo azul.
Meses después de su separación de Dünya Güzelı, Yovan Çavuş se encontraría en un barco, rumbo a América. Así somos los griegos. Parece que siempre buscamos nuevas patrias. Por su espalda cuelga un bulto de tela con sus pertenencias paupérrimas: su pequeño bağlama para tocar su música rembética, un tomate, un trozo de pan de maíz, una cebolla, algunas olivas verdes y negras, y el último bizcocho de ajonjolí que se le ha quedado de su chinamo. Ropa para cambiar no tiene… El viaje a EE.UU –la tierra prometida- era bastante costoso, y el agente le pidió que vendiera alguna parcela, pero él no tenía. Le dio algunas liras de oro que se le habían quedado de aquella noche funesta. En el muelle, ambiente de fiesta; para los demás. No para Yovan. Un buque enorme, de la MARÍTIMA AUSTRO-AMERICANA, blanco y azul, con altas chimeneas que ennegrecían las nubes de algodón, y decorado con banderitas, y al frente, centenas de gente saludando con pañuelos blancos y sombreros de paja toquilla[13], mientras que la banda municipal con sus instrumentos de cobre amenizaba la saudade[14].
Pero el martirio comenzaría una vez llegado a la cabina de abajo, la más oscura, la más sucia, la de los emigrantes. Caras de hambre, miedo, ignorancia, esperanza (y desesperanza) están abarrotadas entre el cielo y el mar. Hedores de vómito, cuerpos sucios y orines hacían la atmósfera irrespirable. Camas de tamaño ataúd, una sobre la otra. Pero no para todos. Los menos fuertes dormirán en el piso. Por la ventanilla quebrada, las olas del Mediterráneo, y días después del Atlántico, eran su único medio de higiene. Pero, de noche, esas mismas olas se convertían en quimeras que les ahogaban en sus sueños. Cada mañana, salían a la cubierta inferior, con tablas de madera podrida para suelo, y se echaban tarros de agua congelada y salada para bañarse –sin jabón- y para lavar sus únicos harapos. Y de mediodía, les tiraban en unas bandejas herrumbradas pescado que olía a podrido y unas papas hervidas en agua del mar, negras y verdosas. Una noche, varias personas sintieron que el barco iba hacia atrás y medio volcado. Un miedo silencioso calmó cada reacción. Miedo, no tanto por hundirse (esa sería una solución para su vida desdichada), sino por regresar a su tierra pobre. Después de varias horas, la tripulación arregló la avería y las estelas del mar enseñaban de nuevo el horizonte americano.
Dieciocho días duró este viaje, y fueron más que suficientes para cambiar el carácter de Yovan Çavuş. Estaba decidido a llevar otro estilo de vida: se buscaría un trabajo honrado, reuniría cierto dinero y regresaría al Asia Menor –pero nunca a Esmirna-, para casarse de nuevo y esta vez con una buena mujer.
-“Buena, no bonita”, se dice a sí mismo, y piensa con melancolía a dos personas queridas que ha dejado atrás. “¿Cómo estarán solitos, quién sabe?...”
En la oscuridad tantea para buscar su bağlama y con lágrimas en los ojos canta:
“¡Maldito el que puso / escándalos entre nosotros! / Y no nos deja pasar la vida como antes… / ¿No eras tú, que me jurabas / que sin tenerme morirás? / Y ahora diciendo vas que no me reconoces… / Pena tengo y dolor, / ya no me queda nada; / de tanto amor ya moriré / de pena en el alma…”
No llora. Los hombres no lloran…
El último día, cuando ya había aparecido por la ventanilla redonda la mano alzada de la estatura de la Libertad neoyorquina, unos marineros vinieron para desinfectar la cabina-tugurio, y pusieron en fila a los emigrantes desesperados para que un doctor los examinara. Susurros de pavor llenaron el aire; miedo de que les encontraran tracoma[15] y les devolvieran a sus países. Desde la cubierta del barco se distinguía la desembocadura del río Hudson, pero Yovan no tenía ni idea de geografía y de palabras inglesas. Era completamente iletrado. Analfabeta. Como los toreros españoles. En aquellas épocas decían que las letras te quitaban la hombría… Más allá que las docas de Manhattan, por entre los Narrows, en Cliffton de State Island, estaba la Estación de Cuarentena. Ahí los bajaron. A los demás pasajeros, los ricos, los esperaban los maleteros en el muelle de Nueva York. Pero los emigrantes no tenían nada para cargar.
En Ellis Island –la isla de las ansias y las esperanzas-, entre los pasillos ruidosos de la Cuarentena, se escogían los hombres más fuertes que irían a trabajar en las minas y en la construcción de ferrocarriles. Los demás, zarparían de esa isla de culminación de los deseos y de anulación de los sueños, para vender baratijas por las calles. (Yovan era experimentado en eso.) Los niños, entre ocho y doce años, irían a embetunar los zapatos de los peatones. Y de noche, grupos de cinco, de diez, de quince hombres y niños, dormirían en las casas decrépitas de los suburbios pobres, entre piojos y ratones.
Más tarde, en 1929, después del incendio de Esmirna y la destrucción del Asia Menor por los turcos (y por los planes equivocados de Venizelos, el Presidente griego), cuando el crack en la Bolsa de Valores estadounidense haría que los inversores se agolparan en Wall Street hasta informarse del devastador desplome de las cotizaciones, y se tirasen por los rascacielos para suicidar, un americano llamado Joe -el fundador de la dinastía Kennedy-, conversaría con su limpiabotas acerca de la compra-venta de acciones…
-Morning, bootblack boy!
-Oh, good morning, mister Kennedy!
-What´s up with the Stock Exchange? Have you heard anything interesting in the streets? - ¿Qué pasa con esa Bolsa de Valores? ¿Has escuchado algo interesante por aquí, en las calles?
-Yes, Sir! – ¡Claro que sí, señor! Pues, yo le aconsejaría que se comprara acciones del ferrocarril y de las empresas petroleras; estos son los papeles fuertes hoy en día.
-¿Tú crees? Ayer, en el Consejo de la Reserva Federal se habló de una profunda crisis bursátil que muy pronto va a estallar.
- Even so, aun así, Joe, trust me, confía en mí, oil will always be powerful, ¡el petróleo será siempre una potencia! I wish I had even ten bucks - ¡ojalá tuviera aunque fuera diez dólares! Ahí los invertiría…
-“O.K., Pat! Let´s do it! – ¡Bueno, pues, hagámoslo así!”, le contestó Joe Kenedy y se fue dejando que se cayera de su bolsillo un billete de cien dólares.[16]
No se sabe qué se hizo Pat, el pequeño limpiabotas del magnate americano. Cuando Kennedy llegó a su casa, le comentó a su esposa que una Bolsa de Valores, en la que cualquiera podía invertir y un limpiabotas predecir, no era un mercado fiable para la familia de los Kennedy. Joe abanonó Wall Street y no padeció las consecuencias del Jueves negro, aquel veinticuatro de octubre, que desataría la gran depresión mundial hasta los años treinta. En Alemania, la desaparición de la financiación exterior, y las dificultades económicas, propiciarían la aparición del social-nacionalismo y la subida al poder de Adolf Hitler. La Gran Depresión produce el desastre en la economía iberoamericana: se multiplican los regímenes fascistas. Y en España, Ortega y Gasset escribe “La rebelión de las masas”.
Bueno, pues, Yovan Çavuş regresó al Asia Menor tras haber lavado montones de platos en los restaurantes americanos, y con su pequeña fortuna se casó con la solterona Eván. El día que la casamentera lo llevó al compromiso, él reveló un secreto que le torturaba desde que se había ido en aquel barco maldito para EE.UU.: con Dünya Güzelı, su ex esposa, tenía un hijo, Dimitrós y una hija, Yıldız –la Estrella-, de cinco años él y de tres ella. Eván los aceptó a los dos y los creció como si fueran sus hijos, hasta que nuevas persecuciones los dejaran de nuevo esparcidos por el mundo, que por una vez más se partiría sus entrañas…
[1] Género musical portugués, que expresa la tristalegría de la nostalgia por la tierra y su gente y del amor no correspondido.
[2] Palabra del gallego, el idioma de Galicia, en el N.O. de España. Significa nostalgia.
[3] En turco: Anatolia, la región central de Turquía.
[4] Ferhad (pronúnciase: “Ferjád”. Este nombre proviene de un mito oriental, llamado: “Ferhad y Sirín”. Se trata de una leyenda amorosa iraní de la Edad Media, según la cual, Ferhad perforó una montaña entera tan sólo a fuerza de sus propias manos, con tal de encontrar a su bien amada Sirín. Dicho cuento ha sido presentado en escena teatral por el poeta turco Nâzım Hikmet (Salónica, 1902 – Moscú, 1963). La cultura turca ha recibido fuertes influencias de la civilización iraní.
[5] El nombre griego Alejandro (Aléxandros = el que aleja al enemigo, venciéndolo en la batalla), ha pasado en las lenguas arabescas como İskender; (Iskenderiya = Alejandría, la ciudad noble de Egipto.) La palabra efendim significa “amo y señor”.
[6] En turco se pronuncia como: Yován Chaús.
[7] Señorita, doncella.
[8] Se llama cardamomo a tres géneros de hierbas perennes de la familia de las Zingiberaceae, y de la que sólo se utilizan sus semillas. Esta planta fue utilizada por primera vez hacia el año 700 en la India meridional. Se importó a Europa hacia el 1200. Es oriunda de las selvas tropicales de la India meridional, Sri Lanka, Malasia y Sumatra, y en la actualidad se cultiva también en Nepal, Tailandia y América Central, siendo Guatemala el mayor productor mundial.
[9]'Sakallı Nurettin Paşa (Turquía, 1873-1932), el militar turco que llevó a cabo el incendio de Esmirna y la destrucción del Asia Menor, en 1922.
[10] Esta historia se desarrolla a partir de los versos de una canción rembética.
[11] Esfahán o Ispahán es una ciudad grande, histórica y bella de Irán.
[12] Bellas mujeres creadas por Alá, el dios de los musulmanes, especialmente para el Paraíso islámico, que nunca nadie antes ha visto.
[13] Paja ecuatoriana para la fabricación de los renombrados sombreros panameños.
[14] Nostalgia.
[15] Inflamación contagiosa de los ojos, causada por la bacteriaChlamydia trachomatis. Es la causa principal de ceguera infecciosa mundial. []
[16] Esta historia –ligeramente modificada- aparece en la bibliografía como anécdota de veracidad dudosa. Sin embargo, revela un aspecto de lo que se llama el “sueño americano”.
Sigue el 7. capítulo: IV. Mar Negro, que aquí no aparece terminado.
“¡Hola, Lambros, con tu lira, hola, chico!” y repitiendo cada cuando un gimoteo largo: ¡Amán! / Mi suerte me ha condenado, / (volviendo a lloriquear: ¡ay, amáaaan!) / me ha condenado / a vivir torturado. / (suspirando de nuevo: ¡amán, amáaan!) / (y revolviendo palabras en griego y turco: ¡ay, mi Rosita, me vas a matar, seni seviyorum! - ¡te quiero tanto!), / y reitera el verso: a vivir torturado / (jugando con las variaciones de su quejido: ¡aaamán, ammmán, amáaaan, amánnn! / y sigue: nunca me engañaron / mis labios / (de nuevo un quejido: ¡amánnnn!, sonoro como el doblar de una campana)...
Y existe también un lugar en Asia Menor, que se llama Uşak, y exhala esa atmósfera de dolor -de saudade dirían los portugueses con sus fados[1]... En las duras pero dulces épocas del imperio otomano, era un dolor del amor, pero hoy en día es una morriña[2] de aquel ambiente ya fallecido; de aquel sentimiento revuelto de amor y odio; amor erótico entre griegos y turcas; un fulgor ya apagado. Y odio nacionalista entre turcos y griegos. Una brisa ya amainada. La ciudad actual es una villa provincial, común y corriente, llena de edificios grises de cemento, con tejas (¡una versión más del kitsch!). Es también de lamentar la pérdida del color cultural.
Pues, en Uşak –en la cara turca del Asia Menor- y de los tiempos dulces, Eván, una “señorita” de... treinta y nueve años (¡!), de religión cristiana ortodoxa (“Anunciación” significa su nombre) y de lengua turca –un híbrido de esa mezcla cultural- y de belleza e inteligencia dudosas, ha dedicado su vida a dos cosas: a rechazar a cualquier pretendiente mandado por las casamenteras de Anadolu[3], y a tener miedo de todo y de todos...
-¡Amán! Éste no me gusta. Es muy moreno... ¡Ay! A ése no lo quiero; me parece extraño... Alá, alá! - ¡Dios mío! Aquél es mísero...
Pero la miseria que Eván ve no se proyecta en la retina de sus ojos, sino está en la materia gris de su cerebro...
-¡Aaamán, qué miedo del calor veraniego! Uno suda y después muere... ¡Ammmán, qué terror el del frío invernal! Uno queda muerto en las calles... ¡Amáaan, qué pavor de comer pescado con huevo! Se te llena la cara de espinillas negras, rojas y blancas con pus... ¡Amánnn, qué horror de bañarme! El próximo día salgo al patio y cojo una buena pulmonía...
Su casa, es la cárcel y su autoexilio. No tiene baño, ni cocina. Duerme con su madre en la misma cama hedionda, al lado de una estufa, para calentarse y para cocinar. Y su padre, en un camastro, metido por ahí, en un rincón... Alrededor, alfombras orientales y gatos: sobre la cama: Sheherazade -la gata blanca, peluda, sorda y presumida de Áncara, (es la reina de esa casa-cárcel), sobre la única silla coja: Ayşe –la gatita mísera, sarnosa, que la habían encontrado por las calles, coja también –como su silla-, ciega, de cola cortada, sin oreja... Frente a la puerta: la negrita, debajo de la ventana: la grisita, frente a la estufa: la manchita con sus niños –que el próximo día Eván los va a ahogar en una tina metálica con un poco de agua-, y sobre la alfombra antigua: Ferhad[4], el gato-varón y amante de ese harén de felinos.
-“Si le dicen a una mujer que en el cielo hay bodas, ella buscaría una escalera para llegar allá”; su madre está acongojada: “¡Alá, Alá!, ¿quién se hará cargo de ella? ¿Quién la mantendrá?”, susurra a sí misma.
-Amán, mamá; ¡Déjame tranquila! Si no me gusta nadie…
-“El camello no se da cuenta de su propia joroba”, repone ella y va llamando a sus gatos tocando con un tenedor un plato lleno de sancocho. “De noche vendrá la casamentera. Dice que conoce a un joven muy bueno y adinerado; viene –dice- de América…”
De noche, las cucharitas hacen que las copas de té campaniformes toquen su propia “sinfonía de la menta”. Detrás de las ventanas internas de enrejado, Eván y su madre están vineando la reunión. La casamentera, muerde la esquina de su pañuelo para mantener su cara cubierta. Al frente, el padre de Eván, posado en cuclillas con su ancho pantalón a rayas. A su lado, el novio. Un típico “magas” urbano que tuerce con arrogancia el anzuelo de su bigote. Zapatos punteados de charol, sombrero de estilo panameño, pantalón estrecho, negro, con rayas blancas, amarrado con una ancha faja de tela roja. Por su hombro derecho cuelga su saco. Por eso es que entró cojeando. Es la manera varonil pero popular de la ciudad. Con su mano izquierda está jugando su komboloi –un cordón, sarta de cuentas de ámbar, color vino blanco.
Una atmósfera de silencio incómodo domina la sala. Gül Bahar, la casamentera –la Rosa Perfumada- toma tímidamente la palabra:
-İskender[5] efendim, éste es Yovan Çavuş[6], el mejor pretendiente para su hija, Eván. Es hombre de mundo: anduvo por las Américas, y antes vivía en Esmirna, la joya del Asia Menor. Eván vivirá en el Paraíso con él. Tiene liras de oro amontonadas y canta de maravilla...
Y dirigiéndose al novio:
-Yovan efendim, con Eván hanım[7], usted quedará muy contento. Es mujer hogareña y muy trabajadora. La mejor hilandera de alfombras de Anadolu y de todo el Oriente; como su madre. Aquí vienen los adinerados desde Irán -¡imagínese!- para arreglar sus alfombras de seda antiguas.
En este momento, Katife –la Flor de Terciopelo- entra en la sala, seguida por su hija, Eván, quien lleva una bandeja de plata con café turco y aromatizado con cardamomo[8], espeso y en una taza pequeña de porcelana fina, y lokum –el dulce hecho a base de almidón, azúcar y pistacho, aromatizado con agua de rosas y espolvoreado con azúcar. Eván es bien fea. (Después, estando sola, volcará la taza de su pretendiente y leerá el futuro de ese matrimonio en la bozorola.)
La mirada de Yovan Çavuş se atrae por la bella alfombra colgada en la pared. Una verdadera miniatura iraní, tejida en millones de nudos de seda: colinas de líneas suaves, como curvas de un cuerpo femenino. El verde pastel penetra en el morado claro. En el cielo dorado, laberintos de nubes arremolinan sus espirales celestes, azules y blancos. Abajo, a la izquierda, rocas coralinas; carmesí y ocre, celeste y marrón. Los árboles, como llamas altas y delgadas, una controversia de color verde oscuro. Entre la tierra y el cielo, dos alas alargadas, rosadas y celestes, verdes y moradas, vibran entre árboles y nubes. Pico, cresta y mirada de bermejo salvaje. Potros árabes con talismanes mágicos, y sobre ellos, turbantes con plumas altas de pavo real, rubíes, esmeraldas y diamantes sobre telas damasquinadas. Gestos heróicos; rostros nobles; mirada de Mongolia. Al fondo, venados para la caza regia, aun en libertad. Arriba, a la derecha, enmarcadas por el borde, letras arabescas, de la antigua caligrafía nasta’liq; versos mágicos del Shahnamé –el libro de los reyes iraníes, que hace mil años había escrito el poeta persa Ferdowsí.
Yovan, al ver este paisaje oriental en la superficie de la alfombra, recuerda a su ex esposa y su alma se llena de sentimientos confundidos: nostalgia y odio, libido y resignación.
Hace tiempos ya, él vivía feliz con Dünya Güzelı –la Bella del Mundo-, la mujer con quien soñaba cada hombre en el Oriente: ojos de almendra con miel, cutis bañada en leche con perfumes y las caderas: suspiros de azúcar. Y sus dedos; esos dedos de azucena, que tocaban con una pluma de pavo real el laud…
“Reposa mi hijo en el sofá / y yo aquí te doy / todo el azúcar de Estambul / y el arroz de Egipto… / Duérmete, hijo del Sultán, nieto del rey, ponte / en mis brazos tu amor, /tu testa en mis senos…”
Pero cuando Yovan reposaba en los brazos de su odalisca, el pensamiento de Güzelı viajaba por los laberintos de la mente femenina… Y cuando él iba de día a trabajar y de noche a tomar con sus amigos y a cantar sus melodías de rembético, ella se perdía en las callejuelas laberínticas de Esmirna. La verdad es que esa mujer no era para él; Dünya Güzelı merecía una vida lujosa. Se marchitaba sobreviviendo con el puñito de monedas de cobre que le traía Yovan Çavuş cada semana de su chinamo, donde vendía bizcochos con ajonjolí. Y –para decir la verdad, él tampoco era uno de los mejores hombres de esa ciudad cosmopolita. De ese mísero puño de moneditas, gastaba por lo menos la mitad en las tabernas, pagando por los platos rotos que dejaba después de cada baile, y por las sillas y mesas rotas que tiraba cada vez que se metía en una pelea. Ella, viendo la miseria de su hogar, y escuchando las maravillas de Esmirna –ese pequeño París del Asia Menor-, deseaba comprar los vestidos de seda y las joyas de oro que cada trimestre publicaban los periódicos en dibujos de color (una tecnología pionera de la prensa de aquella época remota). Quería tener de esas pomadas y cremas de cara que se ponían las doñas ricas. Pero, ella, lo único que se limitaba a hacer era acudir a las brujas, las famosas brujas de Esmirna, para que le dieran sus hierbas de belleza, de amor y de dinero. Corría noche y día a sus casas oscuras, repletas de cabezas de animales disecadas, bolas de cristal e incienso, candelas, barajas y botellitas llenas de filtros mágicos, y ellas le echaban las cartas tarot y le recomendaban:
“La magia que te diré, nunca la hagas con una gallina viva, por que toda la energía negativa se volverá en contra de ti… En una bandeja pondrás la foto del hombre que deseas, y unos pelos de él. Rezarás al espíritu de Lilith, pronunciando las siguientes palabras: ¡eres tú, que estás aquí, ahora; eres tú, que te toco con mi mano; eres tú que obedeces a mi voluntad! Con tus uñas, romperás la pechuga de la gallina, y arrancarás con fuerza su corazón. Apretarás el corazón de la gallina muerta en tu palma, pensarás intensamente en el hombre que deseas, y sentirás el pulso de su corazón en el de la gallina. Colocarás el corazón sobre la foto –preferiblemente sobre el pecho de tu persona bien querida-, y guardarás esa bandeja en un lugar secreto. Por tres días rezarás a Lilith, y perforarás el corazón de la gallina con tres espinas blancas. En fin, verás que el corazón de la gallina no se podrirá y que el corazón del hombre que tú amas será tuyo para siempre…”
Dünya Güzelı utilizaba su inteligencia y su belleza para salir de la miseria: en sus vaivenes por Esmirna, se había enamorado de Nureddin Paşa[9], un militar turco de mucho poder, económico y político. Pero su amor era platónico, unilateral; él no se daba cuenta. Ella miraba sus fotos en los periódicos, lo espiaba en las calles, cuando él pasaba a inspeccionar las guardias de sus soldados, le admiraba la barba –por la cual él era famoso por todo Asia Menor-, pero Nureddin no podía saberlo. Cuando Güzelı salía de casa (día o noche), Yovan estaba despreocupado, pensando que ella iba solamente a sus brujas –las cochinadas, como las llamaba él. No se le ocurría ni la mínima idea de dónde más podría ir su mujer. Más bien, él quedaba alegre, por que así podía hacer sus cosas…
Aquella noche, Yovan Çavuş, en lugar de ir a las tabernas a quebrar platos bailando y sillas peleando, se iría con sus amiguillos, Agah –el Siempre Informado-, Battal –el Tosco-, Azmi –el Decidido- y Fakir –el Pobre-, a vender “cosas” con su chinamo, por si ganaran algún cinquillo más…
-¡Como que “cinquillo”, maje! Esta chamba tiene mucha plata. ¡Créeme! Y después, les tengo una sorpresa para todos…
-¿Sorpresa? ¿Qué será?
-Deja de eso, ahora. Por el momento, lo importante es entender todos muy bien el plan: De noche, iremos a Jiótika, la región de las mujeres del placer… Tú, Yovan, llevarás tu chinamo cargado por encima de bizcochos con ajonjolí. Lo de siempre. La gente te conoce aquí. Todos compran a ti. Nadie sospechará. En la gavetita de abajo, ahí donde guardas el azúcar y la sal, yo te daré a esconder la hierba. Es de la mejor calidad que jamás he tenido. Esta vez tengo hachís de Kürdistan y heroína de las amapolas de Irán, que traía un barco; lo detuvieron en el puerto y yo lo asalté con unos mozos maleteros del muelle. Dicen que dos turcos traicionaron al capitán. Tú, Azmi, irás por los prostíbulos de alrededor, a buscar clientes. Esos turcos ricos e importantes siempre andan por ahí fumando… Ustedes, Fakir y Battal, irán a cuidar por las esquinas de la calle, por si acaso acerca algún policía. Y yo, me quedaré contigo, Yovan, para vender juntos. Tú venderás, y yo recogeré la plata. Cuentas claras. La repartición será entre los cinco.[10]
Cuando los últimos centelleos del crepúsculo se apagaron en las aguas del mar Egeo oriental, el chinamo, con su lucecita azuleada y amarillenta de acetileno, va subiendo y bajando por las callejuelas de la Esmirna de los cuentos. Pasa por kapalı çarşi –el mercado cubierto con decenas de cúpulas llenas de estrellitas, sus centenas de pasillos y miles de negocios, grandes y pequeños-, gira por el bezesten –las joyerías que reflejan la luz de la luna sobre sus turquesas-, se mete por los estrechos del bazaar de frutas de muchos colores y olores; Yovan lo empuja sudando frente al hamam –el baño de vapor- y se detiene inconscientemente ante el fino alminar de la mezquita –la torre del templo musulmán cubierta de sofisticados azulejos. Sigue por la región de los europeos, con sus mansiones de estilo francés, inglés e italiano, y entra en el barrio de los vidrios: jarras de cristal transparente, velas de iglesias de vidrio azul, lámparas traslúcidas y copas de pie alto para champán, hechas de murano –el cristal soplado de la isla de Venecia; materiales nobles para manjares regios. El chinamo de Yovan Çavuş da la vuelta del Quai –el paseo marítimo de Esmirna, ahí donde se hace el “bazaar de novias”-; ésta es la “hebilla de esmeraldas en la túnica jónica” que dice la canción. Sube al barrio de los armenios y baja por la región de las Rosas –la que antes se llamaba: “Las Boñigas”¨. Encuentra la Catedral y los hospitales de Holanda y Austria, para llegar finalmente al área de los griegos. Un ambiente de fineza, cultura y riqueza. Pero, más allá, al fondo oscuro de los callejones sin salida, se encuentra Jiótica –el barrio de las casas del amor… Unas son pobres, pero salen de un ensueño arabesco: son jaimas - tiendas de campaña árabes- con velas y alfombras; otras, son unos verdaderos serrallos: casas nobles, de arquitectura francesa clásica y portones esculpidos y pesados. Un farol rojo indica su función y las hace distinguir de las otras casas, las nobles originales. Olores y hedores de tabaco, perfume y sudor forman la neblina de este barrio. Música tristalegre a lo lejos.
-“Aquí estamos bien, frente al serrallo de Büyük Hanım –la Gran Dama” ordena Agah, y todos obedecen. “Ésa es la mejor casa de mujeres de todo el Oriente. Aquí vienen los más adinerados; tendremos buena suerte aquí. Fakir, ve ahí por la esquina, donde está el poste del farol rojo, y tú, Battal, ve a vigilar por las jaimas, ahí al frente. ¡Cuidado, no se les vaya a escapar algún policía sospechoso…” dijo el Siempre Informado, pero una duda le carcomía como gusano sus entrañas. “Azmi, tú que hablas mucho y convences a la gente, entra en el serrallo y trata de atraer a los clientes. Diles que tenemos hierba esfahaní[11], de Irán. ¡In şa Alá - si Dios quiere, esta noche ganaremos una fortuna!”
A veces, los nombres y los presentimientos nos dicen la verdad. Pues el nombre de Battal significa: “El Tosco, el cretino”. No había pasado ni un minuto, cuando ese Battal empezó a silbar de una manera frenética. Yovan y Agah se asustaron tanto, que por su nerviosidad volcaron el chinamo. Las lajas de la calle se espolvorearon de ajonjolí. Fue tanto el ruido, que Büyük Hanım –la dueña del prostíbulo- salió a ver qué pasó. Cuando las cosas se calmaron, y los cinco amigos volvieron a sus puestos, Agah preguntó a Battal cuántos policías había visto y dónde estaban en ese momento. Él, con su expresión de ignorante y su lenguaje de bobo, le tartamudeó que “ha-ha-había silba-ba-ba-do s-s-s-ólo pa’ ver sssi po-po-po-día o n-n-n-o…”
Las horas pasaban y los clientes aparecían uno por uno, desde la casa del amor, como gatos asustados. Los de mejor posición social mandaban a sus sirvientes, que los acompañaban hasta en los burdeles…
Agah sentía su bolsillo lleno de monedas pesadas, pero no podía contarlas en medio de la calle. De repente, unos chillidos se escucharon desde la esquina. Eran de Battal, que lo estaban deteniendo dos policías. Fakir y Azmi habían desaparecido, dejando a los dos vendedores de hierba y ajonjolí completamente solos. Tras una breve escapada entre las esquinas oscuras de las callejuelas pecadoras, Aga encontró a Yovan.
-¡Déjalos a ellos! Olvídate de que los volverás a ver. Pasarán el resto de su vida en la chirola, hasta que los degollen por delitos de otros, o por falta de plata para mantenerlos. Mientras tanto, ellos buscarán alguna lata vieja de comida, para fabricar su propio bağlama y tocar la música rembética… ¡Vamos, amigo! ¡Vámonos de aquí! Deja tu chinamo chocho, ya no lo necesitas. En mi bolsillo tengo bastantes liras de oro, y te daré la sorpresa que te prometí…”
Agah empuja la puerta férrea del serrallo imponente, y Yovan queda pasmado de tanto lujo: paredes con arabescos dorados, sofás bermejos y aterciopelados, arcos de mármol blanco, vestidos de seda rosada, cuadros de pintura europea y un gramófono de embudo dorado, alfombras iraníes y lámparas de cristal de Bohemia por encima de dobles escaleras que abren sus brazos a las liras de oro de la nobleza internacional de Esmirna: militares turcos y comerciantes judíos acariciando a jovencitos vestidos de tul, artistas italianos y franceses dibujando a las danzantes orientales que hacen vibrar infinitas monedas de oro cosidas en sus vestidos, y diplomáticos ingleses y alemanes probando con elegancia fingida el narguile, la pipa de agua con el hachís que les habían vendido hace poco Agah y Yovan, y griegos, hijos de la alta sociedad, que iban a conocer por primera vez lo que es el amor…
Agah se recuesta en uno de los sofás y con un gesto de califa anima a Yovan a acostarse también. Al frente está sentado Nureddin Paşa, pero ninguna mujer está a su lado. Seguramente está esperando a alguna muy especial. Dos jovencitas ingrávidas y gentiles, como las huríes[12] del Jardín de Edén mahometano, les entregan con solemnidad un narguile doble de burbujas, humeante, pero Agah las rechaza con un movimiento agresivo de su palma. Büyük Hanım acerca preocupada, pero estricta y con una mirada de lascivia marchita, le cierra el ojo en señal de varias preguntas: “¿quiénes son ustedes?, ¿tienen dinero?, ¿desean hachís?, ¿no les gustan mis mujeres?, ¿acaso desean jovencitos?...”
-“Quiero la mejor de tus mujeres. La más joven; la más bella. La que nos hará viajar por el jardín de las delicias. Dinero tenemos de sobra” le interrumpe él haciendo con su puño sonar las liras de oro en su bolsillo.
Con un gesto abrupto de la Gran Dama, paran las danzarinas orientales su meneo sexual y un silencio profundo sobrecoge la sala; todos alzan su mirada y esperan sin respiración. Las luces eléctricas (gran lujo de la época) se apagan y algunas velas amanecen en su lugar. Por entre las pesadas cortinas de terciopelo color de berenjena con los arabescos de oro entretejidos, aparece entre el humo del narguile y las llamas de las velas una tenue curva de cuerpo femenino. Entre el velo azul oscuro, se distinguen dos ojos almendrados, y brillantes, como la miel. La palma, recargada de anillos y cadenas de oro, revolotea como ala de paloma blanca. La mujer-amor se dirige como hipnotizada hacia Nureddin, pero con otro gesto abrupto de Büyük Hanım, ella queda inmóvil al ver a los dos nuevos clientes.
-“Esta noche, la mayor oferta no ha sido de parte de Nureddin efendi, sino de nuestros nuevos invitados: ¡Agah Bey y Yovan Çavuş!”
La presentación teatral de la Gran Dama se interrumpe por el ruido sordo del desmayo de la mujer con el velo azul.
Meses después de su separación de Dünya Güzelı, Yovan Çavuş se encontraría en un barco, rumbo a América. Así somos los griegos. Parece que siempre buscamos nuevas patrias. Por su espalda cuelga un bulto de tela con sus pertenencias paupérrimas: su pequeño bağlama para tocar su música rembética, un tomate, un trozo de pan de maíz, una cebolla, algunas olivas verdes y negras, y el último bizcocho de ajonjolí que se le ha quedado de su chinamo. Ropa para cambiar no tiene… El viaje a EE.UU –la tierra prometida- era bastante costoso, y el agente le pidió que vendiera alguna parcela, pero él no tenía. Le dio algunas liras de oro que se le habían quedado de aquella noche funesta. En el muelle, ambiente de fiesta; para los demás. No para Yovan. Un buque enorme, de la MARÍTIMA AUSTRO-AMERICANA, blanco y azul, con altas chimeneas que ennegrecían las nubes de algodón, y decorado con banderitas, y al frente, centenas de gente saludando con pañuelos blancos y sombreros de paja toquilla[13], mientras que la banda municipal con sus instrumentos de cobre amenizaba la saudade[14].
Pero el martirio comenzaría una vez llegado a la cabina de abajo, la más oscura, la más sucia, la de los emigrantes. Caras de hambre, miedo, ignorancia, esperanza (y desesperanza) están abarrotadas entre el cielo y el mar. Hedores de vómito, cuerpos sucios y orines hacían la atmósfera irrespirable. Camas de tamaño ataúd, una sobre la otra. Pero no para todos. Los menos fuertes dormirán en el piso. Por la ventanilla quebrada, las olas del Mediterráneo, y días después del Atlántico, eran su único medio de higiene. Pero, de noche, esas mismas olas se convertían en quimeras que les ahogaban en sus sueños. Cada mañana, salían a la cubierta inferior, con tablas de madera podrida para suelo, y se echaban tarros de agua congelada y salada para bañarse –sin jabón- y para lavar sus únicos harapos. Y de mediodía, les tiraban en unas bandejas herrumbradas pescado que olía a podrido y unas papas hervidas en agua del mar, negras y verdosas. Una noche, varias personas sintieron que el barco iba hacia atrás y medio volcado. Un miedo silencioso calmó cada reacción. Miedo, no tanto por hundirse (esa sería una solución para su vida desdichada), sino por regresar a su tierra pobre. Después de varias horas, la tripulación arregló la avería y las estelas del mar enseñaban de nuevo el horizonte americano.
Dieciocho días duró este viaje, y fueron más que suficientes para cambiar el carácter de Yovan Çavuş. Estaba decidido a llevar otro estilo de vida: se buscaría un trabajo honrado, reuniría cierto dinero y regresaría al Asia Menor –pero nunca a Esmirna-, para casarse de nuevo y esta vez con una buena mujer.
-“Buena, no bonita”, se dice a sí mismo, y piensa con melancolía a dos personas queridas que ha dejado atrás. “¿Cómo estarán solitos, quién sabe?...”
En la oscuridad tantea para buscar su bağlama y con lágrimas en los ojos canta:
“¡Maldito el que puso / escándalos entre nosotros! / Y no nos deja pasar la vida como antes… / ¿No eras tú, que me jurabas / que sin tenerme morirás? / Y ahora diciendo vas que no me reconoces… / Pena tengo y dolor, / ya no me queda nada; / de tanto amor ya moriré / de pena en el alma…”
No llora. Los hombres no lloran…
El último día, cuando ya había aparecido por la ventanilla redonda la mano alzada de la estatura de la Libertad neoyorquina, unos marineros vinieron para desinfectar la cabina-tugurio, y pusieron en fila a los emigrantes desesperados para que un doctor los examinara. Susurros de pavor llenaron el aire; miedo de que les encontraran tracoma[15] y les devolvieran a sus países. Desde la cubierta del barco se distinguía la desembocadura del río Hudson, pero Yovan no tenía ni idea de geografía y de palabras inglesas. Era completamente iletrado. Analfabeta. Como los toreros españoles. En aquellas épocas decían que las letras te quitaban la hombría… Más allá que las docas de Manhattan, por entre los Narrows, en Cliffton de State Island, estaba la Estación de Cuarentena. Ahí los bajaron. A los demás pasajeros, los ricos, los esperaban los maleteros en el muelle de Nueva York. Pero los emigrantes no tenían nada para cargar.
En Ellis Island –la isla de las ansias y las esperanzas-, entre los pasillos ruidosos de la Cuarentena, se escogían los hombres más fuertes que irían a trabajar en las minas y en la construcción de ferrocarriles. Los demás, zarparían de esa isla de culminación de los deseos y de anulación de los sueños, para vender baratijas por las calles. (Yovan era experimentado en eso.) Los niños, entre ocho y doce años, irían a embetunar los zapatos de los peatones. Y de noche, grupos de cinco, de diez, de quince hombres y niños, dormirían en las casas decrépitas de los suburbios pobres, entre piojos y ratones.
Más tarde, en 1929, después del incendio de Esmirna y la destrucción del Asia Menor por los turcos (y por los planes equivocados de Venizelos, el Presidente griego), cuando el crack en la Bolsa de Valores estadounidense haría que los inversores se agolparan en Wall Street hasta informarse del devastador desplome de las cotizaciones, y se tirasen por los rascacielos para suicidar, un americano llamado Joe -el fundador de la dinastía Kennedy-, conversaría con su limpiabotas acerca de la compra-venta de acciones…
-Morning, bootblack boy!
-Oh, good morning, mister Kennedy!
-What´s up with the Stock Exchange? Have you heard anything interesting in the streets? - ¿Qué pasa con esa Bolsa de Valores? ¿Has escuchado algo interesante por aquí, en las calles?
-Yes, Sir! – ¡Claro que sí, señor! Pues, yo le aconsejaría que se comprara acciones del ferrocarril y de las empresas petroleras; estos son los papeles fuertes hoy en día.
-¿Tú crees? Ayer, en el Consejo de la Reserva Federal se habló de una profunda crisis bursátil que muy pronto va a estallar.
- Even so, aun así, Joe, trust me, confía en mí, oil will always be powerful, ¡el petróleo será siempre una potencia! I wish I had even ten bucks - ¡ojalá tuviera aunque fuera diez dólares! Ahí los invertiría…
-“O.K., Pat! Let´s do it! – ¡Bueno, pues, hagámoslo así!”, le contestó Joe Kenedy y se fue dejando que se cayera de su bolsillo un billete de cien dólares.[16]
No se sabe qué se hizo Pat, el pequeño limpiabotas del magnate americano. Cuando Kennedy llegó a su casa, le comentó a su esposa que una Bolsa de Valores, en la que cualquiera podía invertir y un limpiabotas predecir, no era un mercado fiable para la familia de los Kennedy. Joe abanonó Wall Street y no padeció las consecuencias del Jueves negro, aquel veinticuatro de octubre, que desataría la gran depresión mundial hasta los años treinta. En Alemania, la desaparición de la financiación exterior, y las dificultades económicas, propiciarían la aparición del social-nacionalismo y la subida al poder de Adolf Hitler. La Gran Depresión produce el desastre en la economía iberoamericana: se multiplican los regímenes fascistas. Y en España, Ortega y Gasset escribe “La rebelión de las masas”.
Bueno, pues, Yovan Çavuş regresó al Asia Menor tras haber lavado montones de platos en los restaurantes americanos, y con su pequeña fortuna se casó con la solterona Eván. El día que la casamentera lo llevó al compromiso, él reveló un secreto que le torturaba desde que se había ido en aquel barco maldito para EE.UU.: con Dünya Güzelı, su ex esposa, tenía un hijo, Dimitrós y una hija, Yıldız –la Estrella-, de cinco años él y de tres ella. Eván los aceptó a los dos y los creció como si fueran sus hijos, hasta que nuevas persecuciones los dejaran de nuevo esparcidos por el mundo, que por una vez más se partiría sus entrañas…
[1] Género musical portugués, que expresa la tristalegría de la nostalgia por la tierra y su gente y del amor no correspondido.
[2] Palabra del gallego, el idioma de Galicia, en el N.O. de España. Significa nostalgia.
[3] En turco: Anatolia, la región central de Turquía.
[4] Ferhad (pronúnciase: “Ferjád”. Este nombre proviene de un mito oriental, llamado: “Ferhad y Sirín”. Se trata de una leyenda amorosa iraní de la Edad Media, según la cual, Ferhad perforó una montaña entera tan sólo a fuerza de sus propias manos, con tal de encontrar a su bien amada Sirín. Dicho cuento ha sido presentado en escena teatral por el poeta turco Nâzım Hikmet (Salónica, 1902 – Moscú, 1963). La cultura turca ha recibido fuertes influencias de la civilización iraní.
[5] El nombre griego Alejandro (Aléxandros = el que aleja al enemigo, venciéndolo en la batalla), ha pasado en las lenguas arabescas como İskender; (Iskenderiya = Alejandría, la ciudad noble de Egipto.) La palabra efendim significa “amo y señor”.
[6] En turco se pronuncia como: Yován Chaús.
[7] Señorita, doncella.
[8] Se llama cardamomo a tres géneros de hierbas perennes de la familia de las Zingiberaceae, y de la que sólo se utilizan sus semillas. Esta planta fue utilizada por primera vez hacia el año 700 en la India meridional. Se importó a Europa hacia el 1200. Es oriunda de las selvas tropicales de la India meridional, Sri Lanka, Malasia y Sumatra, y en la actualidad se cultiva también en Nepal, Tailandia y América Central, siendo Guatemala el mayor productor mundial.
[9]'Sakallı Nurettin Paşa (Turquía, 1873-1932), el militar turco que llevó a cabo el incendio de Esmirna y la destrucción del Asia Menor, en 1922.
[10] Esta historia se desarrolla a partir de los versos de una canción rembética.
[11] Esfahán o Ispahán es una ciudad grande, histórica y bella de Irán.
[12] Bellas mujeres creadas por Alá, el dios de los musulmanes, especialmente para el Paraíso islámico, que nunca nadie antes ha visto.
[13] Paja ecuatoriana para la fabricación de los renombrados sombreros panameños.
[14] Nostalgia.
[15] Inflamación contagiosa de los ojos, causada por la bacteriaChlamydia trachomatis. Es la causa principal de ceguera infecciosa mundial. []
[16] Esta historia –ligeramente modificada- aparece en la bibliografía como anécdota de veracidad dudosa. Sin embargo, revela un aspecto de lo que se llama el “sueño americano”.
Sigue el 7. capítulo: IV. Mar Negro, que aquí no aparece terminado.